Entre muchas otras manías que se van enquistando cada vez que no tienes nada que hacer o pierdes el tiempo, sistemáticamente están aquellos gestos de tocar, deslizar, pellizcar, hábitos propios de nuestro tiempo. Resulta que me estaba tomando el segundo café de la mañana y, en esa tesitura, no sé cómo el algoritmo me había conducido hasta un entorno hostil en redes sociales, donde encuentro una tendencia a usar la figura del Dalai Lama a modo de Tamagotchi, alimentando su genio y figura, y retuiteando sus palabras como axiomas o eslóganes publicitarios. Esto me hace reflexionar sobre lo infantilizada que está nuestra sociedad actual.
Lo bueno es que, con un solo golpe de dedo, el paradigma cambia por completo y entro en Idealista, que, como digo, ya se ha convertido en uno de mis «entretiempos», un mata ratos. Los filtros me llevan a una subasta que hay por la zona de Cas Serres: doscientos y pocos mil euros por setenta y tantos metros cuadrados con tres habitaciones. Algo inusual, considerando el precio de la vivienda en Ibiza, lo que hace que mi dedo baile por la pantalla del iPhone como Emma Stone en «Kind of Kindness». Llego al teléfono de contacto y, aprovechando esa maravillosa función que tiene el iPhone, que es llamar, llamo. Resulta que, al parecer, el piso pertenece a un fondo de inversión y la subasta termina en unas horas, así que he llegado tarde. Además, tampoco iba a poder pujar ni creo que llegara a ser candidato elegido, ya que el agente inmobiliario me advirtió de que más de doscientas personas ya han enviado sobres con su oferta.
Dada la tarifa plana y que aún me quedaba medio café, le pregunto si tiene algo similar en precio, a lo que me contesta: «Tengo dos, uno en Dalt Vila con el bicho dentro y otro en Cala Vadella, también con el bicho dentro». Me quedo unos instantes pensando qué quiso decir con «el bicho dentro». Mi mente, que va más rápida que la Fórmula Uno, me sugiere algo malo, malo o jodidísimo. Pues, como digo, mi mente acelerada me trae el recuerdo de que, hace años, tener «el bicho» significaba tener sida, lo cual era muy grave. Así que le pregunto, y me dice que son okupas. Pero que no me preocupe, porque eso es muy interesante, ya que así puedo acceder a una vivienda muy por debajo del valor de mercado, y luego sacar al «bicho» con la ayuda de Desokupa.
Tengo que decir que, cuando pronunciaba la palabra «bicho» (término usado en el argot del gremio para referirse al okupa), se notaba mucho desprecio y repulsión, incluso asco. Un asco similar al que sentí yo al escucharlo decir esto de esa manera, considerando los valores que promueven.
Y este asco viene dado a causa de que no me queda claro cómo el discurso ha podido darse la vuelta hasta el punto en que ahora se defiende al que tiene multipropiedades y no al que no tiene dónde vivir. Y cómo, al inocular artefactos ideológicos que nos hacen creer que el problema es el que viene de Marruecos o de Ecuador, y no el fondo de inversión que especula con un derecho fundamental, se ha logrado modificar tanto la percepción. Es admirable el efecto que han conseguido los fondos de inversión manipulando el tejido mediático: Telegram, YouTube, prensa… logrando provocar en el público un rechazo hacia aquellos que tienen una necesidad básica. Y lo más fascinante es que, al mismo tiempo, han conseguido que se premie a los que se enriquecen a su costa. Esto es delicado.
Termino el café y, evidentemente, no guardo el teléfono del agente inmobiliario en mi agenda, no vaya a ser que se me infecte el alma.
Que algo se está agitando, puede ser, pero los honores y la riqueza siguen ahí, impúdicos, helando el corazón y siendo contemplados desde el futuro.
Por Samaj Moreno
Creo que te falta información. Hay ocupaciones a pequeños propietarios e incluso de la propia vivienda donde vive uno cuando vuelve de vacaciones. Pero eso sí, la ley es igual para los fondos que para los demás. Te aseguro que si ocuparan tu casa y tuvieras que acudir al Juzgado para recuperarla en 2 o 3 añis, no escribirias lo que escribes.