Ajeno a los altibajos de la vida, un hombre escuchaba el canto de la cigarra y mientras lo escuchaba se preguntó si llegaría algún día a usar aquella peluca que tantas veces vio en las cabezas de los presentadores de televisión chinos. Inmerso en su debate interior, los obreros de Oriente seguían construyendo la infraestructura portuaria y las vías de acceso para llegar hasta este señor y venderle sin que lo esperase el tan deseado peluquín. Se montaron en el puerto enormes grúas telescópicas que descargaban de los buques, contenedores repletos de peluquines, prótesis capilares y un flequillo para apilarlos después y ser transportados a las ciudades donde la demanda crecía rápidamente.
Se crearon en las cercanías del puerto zonas ajardinadas y lugares de recreo donde la población nativa gozaría de un elevado estándar de vida gracias a la ingeniería china. De ser un pequeño puerto pesquero llegó a convertirse en un importante centro comercial y desde allí se iban articulando varias carreteras radiales que cubrirían el gran pedido de prótesis capilares y, en especial, de bisoñés para las clases más indefensas.
Llegar hasta la reluciente cabeza de aquel señor no era nada fácil ya que se debían explorar nuevas vías de acceso y cruzar un desierto por el que se aventurarían varios camiones cargados con la tal codiciada mercancía.
Hegemón y sus discípulos que tenían controlados varios satélites espías en sus zonas de interés capilar detectó el intenso tráfico marítimo de bisoñés y el departamento de seguridad prohibió la venta de pegamentos a países con grandes núcleos de población calva. La población calva, que ya era mayoría en las ciudades, apoyó las reclamaciones justas de la comunidad con pérdidas anormales de cabello y acusaron de agresión y posición arrogante a Hegemón y a sus discípulos pues al ser aquellos países de tormentas tropicales no gozaban de la protección estatal y eran vulnerables al quedar sus cabezas desnudas ya que perdían sus peluquines cuando ventaba un poco. Sólo el hecho de que la ingeniería china intentara cubrir la gran desnudez de las cabezas hubiera sido para la inmensa población un gran logro para la humanidad y en los foros internacionales se agradeció el intento.
Lo que sigue a continuación es un resumen de la última conversación grabada en la Cumbre mundial sobre problemas capilares. Esta conversación se dio a conocer porque los micros estaban abiertos.
-¿Qué pasa con vos? ¿por qué tanto arrollo?, preguntó un embajador a Hegemón.
–Nosotros velamos para que las reglas morales se cumplan, respondió con poderío. Hemos crecido juntos desde los cuatro años y nada sabéis de moral. Y así será siempre.
–Qué boludeces más extrañas son esas. Me oprimís con tanta moral, boludo.
A pesar de la diplomacia y los intensos esfuerzos para llegar a un acuerdo, Hegemón continuó con su negativa a vender pegamentos a países con población calva pero sí acordaron los mandatarios a ofrecer un espectáculo de payasos para contentar a las masas.
Después de una intensa propaganda, fueron al teatro contentos ya de su desnudez capilar para presenciar uno de los shows más graciosos que por aquellas ciudades se vieron y olvidadas las penas por un rato, siguieron con sus quehaceres diarios pues el peluquín no era cosa de hombres, sino de gigantes.
Y salieron bicicletas conducidas por payasos y de pronto su también gran pobreza capilar fue iluminada por los focos que cambiaban del amarillo al rojo mientras volteaban y saltaban por la pista dándose peluquines y tubos de pegamento para deleite de los que antes padecieron por su gran añorada cabellera juvenil.
Por Jaume Torres