No recuerdo ahora quién dijo aquello de que el objetivo de la educación (en general, y la literaria en particular) no era como un vaso que hay que llenar, sino como un fuego que hay que prender; pero tenía toda la razón. Acumular datos, nombres, generaciones, títulos y más títulos, en un ejercicio más bien inútil de memorización, cuya efectividad suele perderse en cuanto uno ha aprobado la asignatura. Un método que en los países mas inteligentes, educacionalmente hablando, ha ido perdiendo peso en los últimos años, porque más que despertar el cariño hacia la literatura, lo que hace es saturar la mente de una carga pesada que a la primera de cambio la ‘víctima’ olvidará, sin dejar más rastro que un mareo cargante. Los que ya pintamos canas podemos dar fe de ello; y no hace falta ir tan lejos, pues, salvo las excepciones de rigor, es el método que sigue usándose en la educación actual, tanto pública como privada o concertada. Y por lo que me cuentan amigos profesores, no parece que los continuos cambios de planes de educación favorezcan gran cosa las alternativas para subsanar tan evidente error.
Acumular datos, nombres, generaciones, títulos y más títulos, en un ejercicio más bien inútil de memorización, cuya efectividad suele perderse en cuanto uno ha aprobado la asignatura.
Por eso resulta tan beneficioso para el alumno encontrarse con un profesor o profesora que ame de verdad la literatura y procure paliar en sus clases tales deficiencias de método aportando un plus que le anime a empatizar con el producto en juego, los libros. Así, recordando mi caso personal, tuve la suerte de contar en mi bachillerato, en el Instituto Laboral del Puerto de Santa María, con un buen profesor de literatura, don Manuel Martínez Alfonso, que a pesar de las estrictas normas académicas de aquellos primeros sesenta, tan franquistas aún, nos alentaba a descubrir, mediante la lectura de obras que conectaban con nuestros intereses adolescentes, un espejo nítido en el que encontrarnos desde nuestras dudas, sueños, preguntas y deseos. No a todos por igual, porque se fijaba bien en el carácter y la personalidad de cada alumno. Por ejemplo, se dio cuenta pronto de que yo no era del mismo estilo que mi hermano Luis, quien más tarde se decantó por la ciencia. Supongo que ya se me notaría la cara de poeta en ciernes. No sé, pero algo vería al respecto, porque pronto me nombró encargado de la biblioteca del centro; y, lo más importante, me regaló las Rimas de Bécquer, obra a la que sigo teniendo un cariño especial y a la que debo en gran parte la base más sólida y firme de mi temprana educación sentimental, la que más y mejor resiste pese a todo. Y sí, ay, de tales polvos teóricos emocionales vienen muchos de los lodazales amorosos en los que me he metido a lo largo de la compleja y desquiciada biografía de mi corazón. Carácter es destino, que dijera otro poeta, más golfo y peligroso que el Gustavo Adolfo, Juan de Tarsis, el malogrado Conde de Villamediana.
Entrando ya en la lírica, no es para nada cierto que los estudiantes (del nivel que sean) pasen de ella olímpicamente. Por mi experiencia directa, puedo dar fe incluso de lo contrario: les llega a gustar bastante más de lo que se suele creer. Sólo hay que darsela a conocer en las mejores condiciones, seleccionando poemas adecuados a cada grupo de edad y leyéndosela con ganas, arte y una buena dicción. En una palabra, seduciéndoles. Durante varios años estuve haciendo en Ibiza y Formentera recitales por institutos y escuelas, solo o en compañía de algún guitarrista, y no ‘pinché’ en ningún centro, saliendo airoso y aplaudido de las plazas más difíciles de entrada. A menudo, ante la clara sorpresa de algunos profesores, más bien escépticos sobre la idoneidad de ofrecer recitales de poesía a tan hostil clientela. Pero no, la gran mayoría disfrutaba con la experiencia; y algunos (más bien algunas) hasta me pedían luego los títulos y autores leídos para disfrutarlos luego a solas.
Ay, de tales polvos teóricos emocionales vienen muchos de los lodazales amorosos en los que me he metido a lo largo de la compleja y desquiciada biografía de mi corazón. Carácter es destino, que dijera otro poeta.
Tal fue el caso del recital que di hace ya muchos años en el Colegio de la Consolación de Ibiza, un lugar hacia el que tenía ciertos prejuicios. De pequeño estuve en un colegio de monjas y no guardo feliz memoria de la experiencia. Si mal no recuerdo, entonces sólo era de niñas, y había preparado un recital con textos más bien románticos, que lei con más teatralidad y empaque del que suelo usar en mis puestas en escena poéticas. Y claro, el alboroto fue notable: un señor madurito y aparente, en horas lectivas y regalándoles los oídos con poemas sensibles, amorosos, húmedos… Al final, hasta firmé autografos y todo, para desespero de las profesoras que cuidaban del orden, tan sorprendidas de que la poesía pudiera interesar tanto a sus emocionadas criaturas.
A mí también me inspiró Bécquer de joven. Pero siento informarle de que Gustavo Adolfo Bécquer ha muerto.
«Me enteré de la noticia esta mañana mirando en Wikipedia. Estaba releyendo Rimas y Leyendas y me dio por buscar información sobre su autor. Todavía no sé qué decir. Ha muerto. La tuberculosis se lo ha llevado…
Y yo que juraba que era inmortal.»
Les invito a leer mi blog de microcuentos donde pueden encontrar éste micro y otros. Pinchen mi nombre si les apetece leer.