@Julio Herranz/ Me gusta la defensa que Juan Goytisolo (al fin, merecidísimo Premio Cervantes) está haciendo de la poesía como último refugio de la literatura, que valora por encima de los demás géneros literarios por su condición natural de vivir al margen del mercado y hacer de la libertad sus señas de identidad creativa. Al no estar sujeta a la presión de las ventas, pues su número es siempre modesto, los dineros que produce no pagan las deudas y los poetas tienen que recurrir a otros oficios para hacer frente al duro oficio de vivir. Una injusticia a todas luces, pero no hay mal que por bien no venga. Y lo más meritorio del caso del Cervantes 2014 es que, siendo un novelista y un ensayista de éxito, haya renunciado a escribir más en prosa para concentrar sus energías creativas en la lírica.
Como no es menos cierto que hay poetas que saben rentabilizar bastante bien su pluma con concesiones poco éticas y maniobras en la oscuridad que dan cierto bochorno público.
Por supuesto que su gesto queda relativizado por el factor edad (84 años) y la suerte de poder ya permitirse el lujo de escribir lo que le apetezca, pues a esas alturas biográficas, y con la austeridad doméstica que ostenta el autor de Coto vedado, debe tener réditos suficientes para pagar sus habichuelas en lo corto que le quede de vida. Como no es menos cierto que hay poetas que saben rentabilizar bastante bien su pluma con concesiones poco éticas y maniobras en la oscuridad que dan cierto bochorno público. Pero como se les ve el plumero por mucho que intenten disimularlo, su credibilidad literaria queda a menudo en entredicho, a pesar de que algunos medios les jaleen sus dudosos méritos.
Cuestión de honestidad ante el espejo y amor al arte por encima de sus posibles beneficios pecuniarios; que si llegan, serán sólo añadiduras. Recuerdo al respecto un ejemplo estimulante: Cuando Vicente Aleixandre ganó el Premio Nobel de Literatura en los años ochenta, una periodista sevillana le preguntó con cierta guasa: «¿Qué, maestro, al fin podrá usted comer de la literatura?» A lo que el autor de La destrucción o el amor y uno de los grandes de la Generación del 27 respondió irónico: «No hija, no. Si acaso tendré para merendar».
Cuando Vicente Aleixandre ganó el Premio Nobel de Literatura en los años ochenta, una periodista sevillana le preguntó con cierta guasa: «¿Qué, maestro, al fin podrá usted comer de la literatura?» A lo que el autor de La destrucción o el amor respondió irónico: «No hija, no. Si acaso tendré para merendar».
Ay, la poesía, tan necesaria como alivio y consuelo frente a los estragos de la existencia, pero tan prescindible en la valoración social de su necesidad y su eficacia como parche de urgencia para el alma. Pues ellos, los indiferentes y los hostiles, se lo pierden. Hacer apostolado en favor del verso es tarea más bien inútil; pero a sus devotos e iniciados no nos duelen prendas a la hora de ‘perder el tiempo’ para ganarlo dentro con tesoros impagables. Y los que asumimos con orgullo la condición exótica de poeta, nos crecemos de gusto cuando las musas nos despeinan y nos empujan de nuevo a la acción lírica. Tal fue mi caso hace pocos días, después de hacerme el remolón más tiempo del prudente para, al fin, desbloquear mi pereza de jubilado disperso y volver a la senda querida. Así, y gracias a una oportuna y feliz invitación de unos queridos amigos, arranqué al fin en Corona un poemario (Los años resistentes) que hace tiempo me pedía con vehemencia asomar la cabeza y echar a andar.