@Julio Herranz/ Me hizo gracia la frase, porque a uno le sucedió algo parecido a tal edad; o, al menos, fue cuando pasé de tener debates internos sobre si eso del más allá no era un cuento que la sociedad nos hacía creer para que fuéramos más dóciles y manipulables. El temor al infierno si no nos portábamos bien y la recompensa del cielo si éramos obedientes a las normas familiares y sociales. Debate que coincidió con el despertar de mi interés por la poesía, que también tuvo en Bécquer algo así como un clavo ardiendo al que asirme para entender mejor el barullo que sentía dentro en cuestión de sentimientos y de rebeldía adolescente contra un estado de cosas que no me gustaban un pelo.
La frase se la dijo el escritor Luis Landero a Óscar López en ‘Página 2’, el programa de libros de La 2 de TVE (domingos, 20.30 horas) durante la charla que sostuvieron con motivo de la publicación de El balcón en invierno‘, una recomendable novela autobiográfica en la que el autor extremeño recuerda su infancia y adolescencia. Coincidencia que no es la única que tengo con él, ya que ambos somos de la misma edad y tenemos referencias existenciales que convergen en varios puntos. Por ejemplo, y también lo precisó en la entrevista, antes de la pubertad los dos habíamos coqueteado con la idea de meternos en un seminario. Idea que se nos quitó pronto de la cabeza (gracias a quién sea) cuando descubrimos la obra del sufrido poeta romántico sevillano.
Antes de la pubertad los dos habíamos coqueteado con la idea de meternos en un seminario. Idea que se nos quitó pronto de la cabeza (gracias a quién sea).
Al respecto, me viene a la cabeza un poemilla que escribí bastante más tarde sobre mi filosofía particular de andar por casa en lo relativo a principios básicos de vida. Ni recuerdo el título ni el resto del poema, que creo que no llegué a incluir en ningún libro; pero terminaba así: «Asumir la belleza como un sacerdocio/ y rendirle pleitesía». Algo que, la verdad, he seguido como norma y norte desde que tengo uso de razón; o, más bien, uso de corazón. Una actitud, por cierto, que no se refería tanto a la estética como a la armonía, entendiendo el concepto ‘belleza’ como un equilibrio entre la forma y el fondo ético. Hasta el punto de que la disonancia entre ambos llegaba a cabrearme si comprobaba que la hermosura de alguien que me había seducido chirriaba por su conducta moral, digamos. En ese sentido, y no sé si decir que para mi disgusto, siempre he buscado aquel principio clásico que decía que lo bello tenía que ser bueno. Craso error en estos tiempos de predominio absoluto de la imagen a costa de lo que sea. Cuantos faustos y faustas de nuestros días no estarían encantados de vender su alma al diablo a cambio de la eterna juventud y la belleza eterna.
Volviendo a Landero, quien no duró mucho en la militancia lírica, aunque creo que llegó a publicar algún poemario juvenil, la entrevista televisiva hizo que al terminar el programa buscará en mi liosa biblioteca las celebérrimas Rimas y leyendas de Bécquer. Y como la desapacible noche dominical era propicia para el recogimiento, me puse a picotear en sus queridos versos con la mente puesta en mis lejanísimos 14 años, tratando de leerlos con aquellos ojos tiernos y melancólicos de entonces. Una experiencia dolorosa, más bien, pues aquel muchacho enamoradizo del sur volvió a dolerme como si fuera un querido amigo perdido y aún no olvidado. Hay que tener cuidado con saltos de este calibre, pues te pueden dejar por los suelos de pena, penita, pena.
Siempre he buscado aquel principio clásico que decía que lo bello tenía que ser bueno. Craso error en estos tiempos de predominio absoluto de la imagen a costa de lo que sea.
Porque, claro, algunos poemas evocaban con saña a la persona que me sorbía el sentido en aquel pleistoceno. Tal estos versos subrayados en rojo que hacía siglos que no leía: «Nuestra pasión fue un trágico sainete/ en cuya absurda fábula/ lo cómico y lo grave confundidos/ risas y llanto arrancan.// Pero fue lo peor de aquella historia/ que, al fin de la jornada,/ a ella tocaron lágrimas y risas/ y a mí sólo las lágrimas». Afortunadamente, su rostro se borró de mi frágil memoria y aquella noche no soñé con ella. Un alivio.