@Julio Herranz/ Como cervantino aficionado, he seguido con atención, interés y algo de perplejidad todo el numerito de la búsqueda de los restos del autor de El Quijote en el convento de las Trinitarias de Madrid. Asunto publicitado hasta el abuso y cerrado, de momento, con la nada científica conclusión de que entre los huesos de un montón de cadáveres se podrían encontrar los de don Miguel. Una noticia bien estúpida y de cariz vergonzoso que ha sido vendida sin pudor alguno por el Ayuntamiento de la capital en multitudinaria rueda de prensa de alcance internacional y en presencia de su alcaldesa saliente, ella, la Botella, que al fin se va tal como llegó, sin que nadie la hubiera votado para el regalado cargo. Hay que joderse con la falta de ética de algunos políticos patrios, tan prescindibles ellos, en lista demasiado larga y de colores varios.
Una noticia bien estúpida y de cariz vergonzoso que ha sido vendida sin pudor alguno por el Ayuntamiento de la capital en multitudinaria rueda de prensa de alcance internacional y en presencia de su alcaldesa saliente, ella, la Botella, que al fin se va tal como llegó.
Y aprovechando que el Pisuerga y tal, quisiera esta semana dedicar este rincón a reivindicar la cualidad y la calidad de Cervantes como poeta, algo a lo que el padre de la novela en castellano siempre aspiró por encima de sus méritos como narrador. Así lo demuestran estos versos suyos que no sé ya dónde y cuándo conocí y aprendí de memoria, por la humildad que muestran y porque me parecen buenos: «Yo que tanto me afano y me desvelo/ por tener de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo». He intentado buscarlos en internet, pero dada mi torpeza natural con la red y la informática en general no los he encontrado. Así que dejó la autoría de los mismos con duda similar a la de dónde están sus huesos, materile, rile, rile… Y si algún lector tiene algún dato sobre en qué libro suyo están y demás, se agradecería que lo pusiera en conocimiento de los lectores de Noudiari.es.
El recuerdo de dichos versos me llevó también a evocar al hermoso Barrio de las Letras, donde se ubica el convento de marras, casi en frente de la casa de Lope de Vega, que tuve ocasión de visitar hace unos años. Sí, las ironías de la historia: el llamado ‘Fénix de los ingenios’, cuyo éxito de ventas ya lo hubiera querido para sí el manco de Lepanto, vivió gran parte de su vida y murió justo al lado de Cervantes, uno de sus mayores rivales literarios. El exitoso Lope, a quien también envidiaban y criticaban otros insignes autores de la época, como Quevedo, Góngora o Calderón de la Barca. Menuda época y menudo barrio. Los puñales saltarían de una cera a la otra que daría gusto. Eso sí, puñales floridos de metáforas e hipérboles de altura, pues el grupito letraherido era lo más de lo más. Y ahí sí que deberían entonces las instituciones municipales, autonómicas y hasta nacionales poner empeño y talento en potenciar su belleza y sabor histórico para ‘venderlo’ en condiciones al mundo como reclamo turístico cultural de primera y rentabilizar así su memoria. Para ello podrían copiar lo que hizo Stratford con su ilustre nativo Shakespeare, quien tiene varias cosas en común con Cervantes, como bien se sabe.
Pero volviendo al pretexto del artículo de esta semana, la condición de poeta del atribulado escritor manchego, lo cierro con un poema suyo (esta vez es segura su autoría) incluido en Los 25.000 mejores versos de la Lengua castellana (Círculo de Lectores), un libro que releo bastante. Poema titulado ‘Busco en la muerte la vida’ y que, por cierto, firmaría con gusto, tanto por la forma como por lo que dice:
Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido
que, pues lo imposible pido,
lo posible aún no me den.