@Julio Herranz/ En alguna de mis ‘Casas de citas’ (cuadernos en los que apunto citas que me gustan; tengo ya varios tomos, que igual podría publicar un día si no me diera tanta pereza sacar libros propios con todo lo que hay que leer), guardo una que me ha motivado a tirar aquí hoy de tan sugerente hilo. He intentado buscarla, pero, claro, no es fácil de encontrar. No recuerdo ahora de quién era ni qué decía literalmente. La transcribo, pues, de memoria: el efecto que hace la política en la poesía es como el que hace un disparo en un concierto. Una consideración acaso excesiva, como toda sentencia rotunda sin matices, pero que tiene razón suficiente para tenerla en cuenta; sobre todo leída en tiempos de paz, cuando la poesía cumple con su misión primordial: un exigente ejercicio de lenguaje y concisión que nos ayuda a explicarnos en nuestras tribulaciones íntimas como eco de las que puede sentir el ser humano en general y el individuo en particular.
El efecto que hace la política en la poesía es como el que hace un disparo en un concierto.
Consideración, ya digo, que puede resultar injusta en tiempos de zozobra personal motivada por acontecimientos públicos ante los que ningún ciudadano de bien, con sentido de compromiso hacia los demás (y hacía sí mismo) puede permanecer al margen. Ya lo dijo el clásico: como soy humano, nada humano me es ajeno. Y en tal categoría entran, por descontado, los poetas; aunque los haya (tal el caso de Juan Ramón Jiménez) que se precien más bien de ‘divinos’. Mas tal actitud de los miembros de esa reducida y exquisita nómina lo que pide más bien es mantener una distancia de seguridad con la plebe. Así, instalados en su torre de marfil, otean el horizonte mirando más hacia arriba que hacia abajo. Una pose (o postureo, en la jerga coloquial actual) que, con las excepciones de rigor, suele resultarme más bien antipática.
Al respecto, y si mal no recuerdo, creo que ya he hablado en este rincón de la interferencia entre política y lírica. Sí, fue cuando reflexioné sobre cómo algunos de los poetas nuevos volvían a ‘militar’ en la etiqueta de ‘poesía social’, que tanto peso tuvo en el Franquismo como compromiso de resistencia. Aunque su poesía, como debe ser, tenga acentos propios, más irónicos, mordaces y hasta con un saludable humor negro, que la hace más digeribles a los de su generación, tan desencantada ya a sus pocos años de una sociedad que los exprime y oprime sin pudor alguno y con argumentos tan cínicos y criminales como los que esgrimen, sin que se les caiga la cara de vergüenza, los gobiernos neo-liberales de tantos países, entre los que se encuentra, en posición destacada, el nuestro.
Una vez que el poeta decide tomar partido, no siempre lo hace en la dirección del compromiso con el más débil.
Pero una vez que el poeta decide tomar partido, no siempre lo hace en la dirección del compromiso con el más débil. Valga para ello un ejemplo que me resulta particularmente odioso, por tratarse de un poeta que admiro, hermano de otro que aún admiro más: Manuel Machado, más joven y ‘bon vivant’ que el gran Antonio, cuya biografía tiene puntos negros que sonrojan a sus seguidores y que cuesta entenderlo por razones biográficas: durante la Guerra Civil quedó en el bando nacional y prefirió vender su alma al diablo que arriesgarse a perder sus privilegios mundanos de reconocimiento público. Todo lo contrario que Antonio, cuyo compromiso con la República y la justicia social lo sostuvo hasta el final de su vida, muriendo de pena, casi literalmente, al sur de Francia, en Colliure.
Pues bien, el golfo, taurino y noctívago de su hermanito Manuel llevó su poca dignidad y coherencia familiar hasta el punto de dedicar poemas laudatorios al sátrapa mayor de aquella infamia ‘incívil’, el Caudillo de los cojones. Y así, entre otros, se ganó el perdón por su hermano ‘rojo’, escribiendo el poema ‘Saludo a Franco’, del que (con vergüenza ajena) copio aquí su primera y última estrofa:
Bien venido, Capitán;
bien venido a tu Madrid
con la palma de la lid
y con la llave del pan.
Dios bendiga el santo afán
que tu espada desnudó
y la victoria te dio…
porque hay en esa victoria
la inmensidad de la gloria
de un Mundo que se salvó.
(…)
De tu soberbia campaña,
Caudillo, noble y valiente,
ha surgido nuevamente
una grande y libre España.
Que sean tu nueva hazaña
estas paces, que unirán
en un mismo y puro afán
al hermano y el hermano…
¡Con la sobra de tu mano
es bastante, Capitán!