@Julio Herranz/ Lo hago poco, por pereza natural y por temor a que algún recuerdo que duela aún me amargue el día, pero no puedo evitar que algún pretexto tangencial me retrotraiga cosas del pasado ya archivadas, si no olvidadas. Así, buscando el dato de una fecha que quería precisar para una colaboración literaria, encontré un poema propio escrito en 1988 a raíz del primer congreso que Sevilla dedicó a Cernuda, su ilustre y resentido hijo, dolido hasta el final de sus días en México con su ciudad natal por agravios más o menos ciertos. Poema que figura en uno de mis libros inéditos, De viaje y sepia, en el que cuento algo así como una crónica viajera de lugares y hechos compartidos con el amante que más ha resistido en mi singular biografía sentimental.
Iba estrenando coche y me acompañaba el querido amigo apuntado, poco sociable entonces desde su llamativa estética de punky sofisticado y rebelde poeta a lo Rimbaud con su filosofía de ‘No future’.
Uno no había sido invitado al importante suceso literario, en el que actuaron destacadas figuras del mundillo relacionadas de algún modo con el autor de La realidad y el deseo. Pero, como pasó en Valencia en un congreso de escritores mediterráneos al que me referí ya en este rincón, las circunstancias gratas de unas vacaciones hicieron que pasará por Sevilla camino de mi Rota familiar en aquel lejano mes de mayo. Iba estrenando coche y me acompañaba el querido amigo apuntado, poco sociable entonces desde su llamativa estética de punky sofisticado y rebelde poeta a lo Rimbaud con su filosofía de ‘No future’. No recuerdo cómo le convencí para que nos quedáramos unos días en la bella ciudad andaluza, pero accedió; y me acompañó en los interesantes actos en honor del poeta, conferencias, recitales, exposiciones, comidas con los colegas literarios, paseos por los lugares cernudianos…
Desde luego, su presencia no pasó inadvertida, sobre todo entre los más sensibles al tirón de su belleza juvenil, algunos de los cuales me felicitaron por mi suerte con una clara envidia. Por ejemplo, el amigo Luis Antonio de Villena, tan devoto él a la musa de los muchachos; o Vicente Nuñez, el gran poeta de Aguilar de la Frontera, a quien le encantó que, encima, el mozo fuera francés. Todo muy civilizado e ilustrado, por supuesto, dado el ambiente entre solemne y cotilla del encuentro. En cualquier caso, un pretexto grato, también, para conocer a alguna figura de peso como Rafael Martínez Nadal, quien más sabía del poeta homenajeado, desde luego, por su larga e intensa amistad con él.
Unos días, por cierto, más bien grises en lo metereológico, pues apenas dejó de llover, como apunto en el poema de marras que provoca este recuerdo y del que copió aquí las tres estrofas finales:
«Hace unos meses, y en su Sevilla ingrata,
le recordaban oficialmente. Allí se reunieron
especialistas, familia y devotos lectores
durante unas jornadas entrañables. Fui contigo,
para que conocieras a mi amigo más próximo
después de ti. En tres días no paró de llover,
y los poetas, bajo los paraguas, parecían burbujas
de estupor y sorpresa. No había derecho…
Felipe, Luis Antonio, Pablo, Vicente, Antonio…
Cuanto autor vivo celebrando a un muerto
que, a buen seguro, vivirá más que ellos.
Sospechábamos muchos que aquel montaje
no sería del agrado de don Luis y que él,
desde luego, no habría asistido al sarao literario.
El poeta futuro que invocaba no fue invitado
por desconocido, y tú, que estás muy cerca
de ser su ideal, no creo que soportaras su mal genio.