@Julio Herranz/ Desde luego, no hay otra estación del año que provoque más cursiladas líricas que la primavera. El despertar de la naturaleza, con sus brotes verdes, sus flores multicolores, sus brisas marinas, sus puestas de sol, su invitación a la coyunta y sus frustraciones anímicas seguidas de la natural impotencia, hacen que los deseos se encabriten en sus funciones más animales y primitivas como si la vida toda entrara en celo orgánico puntual y desaforado. Un trastorno que a pesar del sabido y sobado eterno retorno nos pilla siempre con la guardia baja en nuestras expectativas de felicidad. Y tal estado de cosas siempre es terreno abonado para que la poesía, entendida como debilidad del espíritu, se ponga estupenda, se suba a la rama de la rima y nos deje pringosos de merengue, de suspiros de saldo y de miradas sin destino solvente. Menudo plan.
En tales inútiles reflexiones andaba uno hoy bajo la ducha, tras volver de mi terapéutico paseo matutino a paso rápido por mi guapa Platja d’en Bossa, que también ella anda alborotada en estos días previos a la inauguración oficial de la temporada. Obreros y más obreros dale que te pego con picos y palas, botes y más botes de pintura, gritos y ordenes para que ya mismo todo esté en claro orden de revista para la puesta en marcha del suplicio residencia y el culto al becerro de oro, que es de lo que se trata. Poderoso caballero es don dinero, que cantara Quevedo: «Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado; que, de puro enamorado, de continuo anda amarillo. Y pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don dinero». Escrito de corrido con permiso de don Paco, tan letrado él en lides críticas.
Tal estado de cosas siempre es terreno abonado para que la poesía, entendida como debilidad del espíritu, se ponga estupenda, se suba a la rama de la rima y nos deje pringosos de merengue, de suspiros de saldo y de miradas sin destino solvente.
Y tras las reflexiones, puesto el albornoz y colgando la toalla en la terraza, hete aquí que me quedo como traspuesto con la mirada perdida y atontada en dirección a Formentera. Mirando al mar, soñé que estaba junto a ti. Mirando al mar yo no sé que sentí que acordándome de ti lloré. Ala, el Jorge Sepúlveda enredando memorias y deseos, olvidando que uno ya está de vueltas de casi todo y que no es de recibo a mis años mentar la bicha de la melancolía, pues me puede dar el día y tengo que ponerme en marcha para cumplir con mis compromisos semanales de colaboración amistosa en la prensa local. Que no, cuerpo, no te voy a dar el gusto del disgusto retroactivo. A ver quién es el que manda más en esta entidad confusa que me nombra y asombra.
Pues como si quieres arroz, Catalina. Allí que se quedó el muy botarate, perdido en una vaga dolencia de amor, que (gracias, Juan de Yepes, Juanito para Santa Teresa) no se cura sino con la presencia y la figura. Y como lo de oponer resistencia al maligno es una pérdida de tiempo que tampoco es muy saludable a mis años, decidí tirar por la calle del medio, abrir el ordenador y ponerme a teclear lo que, queridos lectores, están leyendo. Algo así como una especie de acta pública de mis tribulaciones primaverales; porque, como dijo con tino un listo señor de mi devoción que perdió el juicio por tenerlo muy alto muy alto: los poetas no tienen ningún sentido del pudor, pues explotan su más profunda intimidad. Sin comillas, que hoy ando rebelde sin causa. Ah, sí, el tal señor, alemán, filósofo y poeta disperso, era Nietzsche que, si mal no recuerdo, fue en primavera cuando se le fundieron los fusibles.
Los poetas no tienen ningún sentido del pudor, pues explotan su más profunda intimidad. Sin comillas, que hoy ando rebelde sin causa.
En fin, será mejor que deje de de desvariar, que ustedes tendrán cosas que hacer y no quiere uno abusar de la confianza. Así que me rindo: volveré a salir de mi casa y de mis casillas, aprovechando mi jubilado ocio creativo de luxe, me tomaré unas cañas en un bar que me gusta del paseo marítimo de Figueretes y dejaré libre a los sentidos de compromisos y responsabilidades. La primavera ha venido, yo sé porque ha sido, entre las flores que ofrece tú eres la mejor, que cantará el Luis Mariano en La violetera. Anda que… ya te vale, poeta. Y qué, put the blame on me, boy, put the blame on me.
Jolines con la primavera! 🙂 Me mondo