Durante varios años tuve el honor de ser policía local en Santa Eulària des Riu. Aunque actualmente me encuentro prestando servicio fuera de la isla, guardo un profundo agradecimiento y admiración hacia Andrés García, enfermero del 061, tristemente fallecido hace poco. No solo recibí formación en primeros auxilios de su parte, sino que también tuve el privilegio de coincidir con él en algún servicio sanitario. Su sola presencia inspiraba calma, incluso en las situaciones más complicadas, porque sabías que la persona afectada estaba en las mejores manos posibles.
Uno de esos momentos que nunca olvidaré ocurrió el 1 de agosto de 2023. En pleno verano, con un calor asfixiante, recibimos un aviso por emisora sobre un ataque epiléptico en un establecimiento público de la villa del río. En esos instantes, uno siente cómo el sentido de la responsabilidad te impulsa a comer a bocados los metros y el tiempo que te separan del lugar; con energía y determinación. Mientras nos acercábamos, repasaba mentalmente el protocolo para estos casos, intentando anticiparme a lo que pudiera encontrar. Aunque había enfrentado situaciones similares, este caso fue diferente: la persona estaba inconsciente y la situación era crítica.
Con los nervios a flor de piel, aplicamos las pautas establecidas, pero la gravedad del momento se hacía notar. Fue entonces cuando Andrés, como un ángel caído del cielo, apareció. Pasaba casualmente en su coche y, al ver nuestra patrulla con las luces prioritarias encendidas, tuvo la vocación y la iniciativa de detenerse para ofrecer su ayuda.
Su compañerismo y espíritu de servicio eran inigualables. Sin perder un segundo, asumió el liderazgo de la atención, organizando cada paso con profesionalidad y serenidad. Mi compañero y yo seguimos sus indicaciones mientras esperábamos la llegada de la ambulancia. Incluso cuando la situación se agravó y la mujer entró en parada cardiorrespiratoria, Andrés se mantuvo firme, haciendo que aquel tiempo de incertidumbre fuese más llevadero gracias a su presencia y su experiencia.
Tras ese día, Andrés tuvo un gesto que siempre recordaré. Informó sobre nuestra actuación, lo que resultó en una felicitación pública que conservo con orgullo, no solo como reconocimiento, sino como un legado que refleja su generosidad y su capacidad para engrandecer a quienes lo rodeaban. Porque haber recibido ese reconocimiento habla más de cómo era él que de la actuación de mi compañero y mía.
Andrés encarnaba el verdadero significado de compañerismo y servicio al ciudadano. Su entrega, tanto como profesional como ser humano, deja una huella imborrable en quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él.
Descansa en paz, compañero. Hasta siempre.
Rafa Giménez Perry