Es probable que Walter Benjamin, al igual que yo, presentimos que vivimos en una época en la que todo lo valioso es lo último de su especie, eso sí, salvando 100 años de distancia. El siguiente fragmento elegido de Experiencia y pobreza de Vicente Valero dice así: El concepto de aura parece estar íntimamente ligado a otros conceptos como el de experiencia, belleza, singularidad y, a veces, incluso también al de tradición.
Algunos de los ensayos más importantes de Benjamin giran, como es sabido, en torno a la pérdida del aura en el mundo moderno. Porque esa pérdida era para él el precio que el mundo actual debía pagar por su entrada en la Modernidad. De la experiencia singular, única e irrepetible, que el individuo tiene con los objetos de este mundo es de donde surge el aura. Pero la técnica y las ciudades, es decir, los dos elementos más emblemáticos de la Modernidad, impiden la posibilidad de esa singular experiencia. A lo que se suma que el aburrimiento ya no tiene cabida en nuestro mundo. Han caído en desuso aquellas actividades secretas e íntimamente unidas a él. Ésta y no otra es la razón de que desaparezca el don de contar historias, porque mientras se escuchan, ya no se teje ni se hila, se rasca o se trenza.
Me parece muy oportuno y más ahora que salgo a pasear por dentro de mí y veo paisajes que de memoria me aprendí como ese lugar, un poblado de la costa septentrional africana, Sidi Kaouki, un espacio de realidad animada de la antigüedad y donde poder experimentarla. Yo no soy Walter Benjamin, pero me sirvo de su pensamiento para jugar un rato con el.
Únicamente por el interés acerca de la cultura vernácula del lugar, donde aún la modernidad queda suficientemente alejada. Benjamin lo experimentó hace casi un siglo en Ibiza y yo ahora en este pueblo de llanuras bélicas y páramos de asceta. Que son tierras para el águila y un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín sobre las casas bereberes, de paredes gruesas de color blanco, con ventanucos minúsculos sin cristal y techos planos sujetos por vigas de sabina. Un tiempo donde aún el asno abre en canal la tierra con la yunta de arado para sembrar, y donde las mujeres en el zaguán tejen, hilan, rascan, trenzan y cuentan historias. Y ahí es donde por fin reconozco “el aura” de la tradición y sobre todo el precio de la modernidad. Porque la disociación en el extremo duro de la civilización occidental, me había dejado sin recursos, ni sensibilidad para percibir ese aura. Ahora, subido a la silla de esparto, me asomo al ventanuco del tiempo y bajo las escaleras de dos en dos hasta llegar a 1932, preámbulo de la modernidad, y veo a Walter Benjamin tumbado a la sombra de una higuera con un pequeño cuaderno tomando notas con sus enormes gafas de pasta redondas, se gira y me intercepta y dice – lo más importante es que aquí mañana no será un nuevo día, sino que será simplemente un día más.- y eso lo cambia todo y pierdo el norte, la respiración.