@H.E./ Cuando ves un documental de animales ves escenas de extrema crueldad: Un cachorro que es devorado por sus propios padres. Una madre que protege inútilmente a su cría porque ambas son despedazados por el depredador. Una cría enferma o desnutrida que queda rezagada de la manada, que es abandonada a las hienas para que la devoren -visceras en las fauces, fulgor de la sangre- mientras aún está viva. Un león que reta y mata al líder de la manada y luego aniquila a todos sus descendientes y se queda con las hembras. Y así un largo etcétera.
Uno ve esta repugnante carnicería, esta brutal matanza y siente cierta impotencia y se caga en el cámara que graba el documental, que se muestra distante ante tanto sufrimiento, que no mueve un dedo para ayudar a la pobre cría y que deja que todo siga su curso sin inmutarse. Esta indiferencia al dolor de las criaturas nos recuerda que, realmente, Dios nos crió a su imagen y semejanza.
Como dice mi amigo Sebastián Aguiló, conceptos como ‘moral’ o ‘ética’ no son propias de la naturaleza. Si cae un meteorito y nos manda a todos a tomar por saco, jamás habrá especie que pueda decir que fue “justo” o “injusto” o “malo” o “bueno”.
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A muchísima gente le da vergüenza enseñar su letra. Antes daba igual enseñar la letra, porque todo el mundo la enseñaba. Me sabía la letra de todo aquel que estuviese a mi alrededor, y ahora no me sé la de nadie. Todos escribimos en Times New Roman. La letra de uno se ha convertido en algo realmente íntimo, y enseñar «el puño y letra», en unos años, se convertirá en el nuevo «Me enseñó las braguitas». No sabemos de la erótica de la letra hasta que la tenemos en peligro de extinción.
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Las personas humildes no necesitan reconocimiento ni aceptación, aunque lo tengan. ¿Qué sería de las estrellas del cielo sin el valor que le damos? No serían nada. Las estrellas son valoradas porque brillan en la oscuridad y su brillo habla por ellas, pero ellas nunca hablan de su brillo. Las estrellas del firmamento son humildes. Buenas noches.