En el marco de la feria turística Fitur, en Madrid, ha saltado la noticia de que, en la isla, hace pocos años, nació una empresa tecnológica que desarrolla software para gestionar los recursos humanos de los hoteles. Según explicaba Diario de Ibiza, ya la utilizan más de 80 hoteles y cadenas, tanto locales como foráneas, y también empresas que nada tienen que ver con la hostelería. La herramienta en cuestión nació en Santa Eulària con dos programadores y hoy ya tiene más de cuarenta empleados. El programa ayuda a organizar las plantillas, generando turnos y libranzas de manera automática, y ayudando a controlar los horarios, entre otras funciones.
La buena noticia quedó empañada al revelar que esta compañía sólo tiene de ibicenco el origen, ya que decidió trasladar sus oficinas e instalar a sus trabajadores en el Parque Científico de Murcia, en cuanto alcanzó el éxito. Desconozco las razones, pero puedo imaginar algunas: falta de profesionales cualificados vinculados a las nuevas tecnologías, imposibilidad para traerlos de fuera porque no podrían permitirse el pago de un alquiler, costes de producción más elevados, etcétera.
La mudanza de esta start-up no solo se traduce en una pérdida de talento, sino también en una merma de capital público, ya que ahora esta compañía paga sus impuestos en otra región y de ellos ya no se benefician los pitiusos, sino los murcianos. Representa un pequeño ejemplo de una tendencia mucho mayor e inquietante, que en los últimos años se ha traducido en una fuga de capitales impresionante, que aún nadie se ha atrevido a cuantificar.
En la pasada década y lo que llevamos de ésta, montones de hoteles, restaurantes, patrimonio inmobiliario y otros muchos negocios creados y gestionados desde su origen por firmas ibicencas, de tipo familiar en muchos casos, han vivido un cambio generacional. Los más jóvenes, al contrario de lo que hicieron sus padres y abuelos, han escuchado los cantos de sirena de las empresas foráneas, que aterrizan prácticamente con cheques en blanco y que, temporada tras temporada, se van adueñando de una porción cada vez más grande de la suculenta tarta que representa la industria turística y la economía ibicenca. Todas estas compañías, multinacionales y fondos de inversión, algunos de ellos de naturaleza carroñera, tienen su sede en otra región, país o incluso continente, y liquidan parte de sus tributos en dichos lugares, cuando antes lo hacían al 100% en territorio pitiuso.
Aún existen grandes compañías en la isla, sobre todo pertenecientes al sector hotelero. El grupo Palladium, por ejemplo, ha anunciado durante Fitur que por primera vez en su historia ha roto la barrera de los 1.000 millones de euros en facturación. Esta clase de noticias, por cierto, serían mucho mejores si no se fueran alternando con otras negativas, como esa otra que –a saber por qué–, pasó sin pena ni gloria en la prensa local y que decía que Palladium ha tenido que abonar a Hacienda la friolera de 39 millones de euros extras, tras un largo proceso de negociación, para huir de su lista negra porque no ha estado pagando los impuestos que le correspondían. Y el día menos pensado, esta compañía hará realidad sus planes de mudar su sede principal a Madrid, lo que también acabará perjudicando a los ibicencos y, tal vez, provocando un efecto salida entre otras compañías isleñas.
La situación es especialmente lamentable y contradictoria porque todas estas empresas foráneas que operan en la isla también exigen una promoción turística adecuada, infraestructuras sanitarias que atiendan sus necesidades, desaladoras suficientes, aeropuertos y puertos en condiciones para que sus clientes se sientan bien atendidos y más oferta de personal cualificado, cuya formación en las escuelas especializadas no pagan ellos sino las administraciones públicas. Sin embargo, ellos se llevan sus beneficios, reinversiones y parte de los impuestos a otra parte. En consecuencia, la riqueza que generan no se redistribuye de forma equilibrada entre la sociedad que soporta los efectos secundarios, cada vez más terribles, de su actividad empresarial.
Es un dilema económico de gran magnitud, que, sin embargo, no es peor que otra consecuencia asociada al fenómeno. La implantación de compañías foráneas, sin vínculos sociales ni emocionales de ningún tipo con la isla, acaba invisibilizando una cultura e idiosincrasia que antes, cuando estos negocios pertenecían a gente ibicenca, sí percibían sus clientes.
En un restaurante se ve muy claro con la oferta gastronómica. Un cliente aprende sobre la cultura de Ibiza con un bullit de peix o un sofrit pagès, pero un ceviche, unos niguiris o un chuletón de wagyu nada aportan sobre la tradición pesquera, campesina y culinaria local. Es obvio que en Ibiza tiene que haber una oferta gastronómica de amplio espectro, pero cuando lo autóctono comienza a desaparecer porque los establecimientos tradicionales son sustituidos por una oferta más impersonal y globalizada, sin rastro de autenticidad ni vínculo con la isla, tenemos un problema.
Lo mismo puede aplicarse a la oferta hotelera, inmobiliaria o cualquier otro negocio que antaño ejerciera su actividad con un toque ibicenco. Esta deriva se traduce en una pérdida de personalidad acelerada, que acabará teniendo consecuencias a largo plazo, también para la propia industria turística, porque renunciar a ello significa perder lo que nos hace diferentes a cualquier otro destino del mundo.
Las administraciones antaño no tenían que preocuparse por esta cuestión de la pérdida de identidad, porque de conservarla ya se ocupaban las propias empresas. Hoy, muy al contrario, representa una contrariedad a la que de momento no se ha hecho frente, a pesar de que existen distintas maneras de potenciar la conservación de lo nuestro a escala empresarial y evitar que Ibiza persista en una deriva que, temporada tras temporada, la hace cada vez más irreconocible.
Lo de la empresa de software ponía en el artículo de Diario de Ibiza que uno de los dos socios es hijo de los antiguos dueños del apartahotel Orquídea de Santa Eulalia (actual Hotel W), que eran dos hermanos de Murcia, así que igual esa es una de las razones por las que tienen la empresa alli. Estos hermanos tenían también una empresa de construcción y promociones importante y construyeron muchos bloques de pisos durante el boom del ladrillo de finales de los 90 y principios de los 2000, hasta la crisis de 2008. De hecho tenían las oficinas junto al apartahotel.
Muy buena opinión Xescu, hace años que vemos sucumbir negocios auténticos cansados de luchar, siempre he pensado que no se ha apoyado o tratado bien a pequeños empresarios de la isla y vamos perdiendo a paladas la autenticidad. Siempre he pensado que al igual que existe un BIC debería existir el NIC negocio de interés cultural y que las instituciones deberían catalogar, apoyar e incluso ayudar en el caso de jubilaciones.
Todo pasa por sentarse y empezar a estudiar como conservar la autenticidad de lo que aún queda, el tema gastronómico ya empieza a ser otro problema.
Otro tema a tratar como comentas es la identificación de las actividades que no aportan aquí, eso debería ser público, los residentes actuar en consecuencia y estudiar si se puede implantar algún tipo de tributación especial o más fácil aún buscar ventajas para que se tribute aquí.
Y en cuanto al emprendimiento parece mentira que a las puertas de una nueva revolución tecnológica, estemos anunciando ahora el Park bit para Ibiza, lo menos hace 20 años que existe en Mallorca y 10 en Menorca. Algo es algo y bienvenido sea pero a ver si la voluntad política se pone las pilas y focaliza en lo que verdaderamente has opinado pues perdemos a paladas autenticidad, competividad y talento joven.
Muy buen artículo. Me llama la atención el párrafo sobre la oferta gastronómica, el que «un ceviche, unos niguiris o un chuletón de wagyu nada aportan sobre la tradición pesquera, campesina y culinaria local.» No sería mejor verlo como una feria complementaria necesaria para los viajeros de todo el orbe que visitan la isla? Es más, alguno que otro restaurante fusiona la comida mediterránea y aquella no local, por así decirlo. Aún cuando está oferta internacional sobrepase lo autóctono, que creo no es el caso en la isla, ver la variedad gastronómica como una amenaza o que va en detrimento de la culinaria local puede sonar como una visión un tanto rígida e inflexible.
Lo local no tiene porqué ser un versus con lo global, mientras no se vaya perdiendo lo auténtico. Pero tampoco hay que cerrar los ojos al flujo de no residentes de toda condición, no sólo a los alemanes asentados en la isla sino a todos los que viven bajo este sol.