Por fin llegó el día “D” y la hora “H” y, tal y como todo el mundo anticipaba y no podía ser de otra manera, resultó un éxito incontestable según sus promotores, una apoteosis de la organización mas afinada, que pasará a los anales de la grandeza empresarial y del plan de excelencia turística prometido por el empresario Abel Matutes en el año 2013, para iniciar la recuperación económica que la isla necesitaba. Era imposible que la prueba del ocio nocturno en las salas de fiestas, que en realidad se celebró en horario diurno en la terraza de la piscina de un hotel sin licencia de actividad como discoteca, no saliera bien. En lugar de los 1.500 asistentes previstos, al final se presentaron varios cientos menos y casi todos sanitarios, policías y otros servidores públicos que lógicamente se comportaron y cumplieron a la perfección los protocolos, el uso de las mascarillas, las distancias sociales, etcétera.
Más que como prueba, deberíamos definirla como un acto propagandístico perfectamente orquestado, una mascarada donde el objetivo real no era demostrar que el ocio es seguro, sino proporcionar la perfecta coartada para que el Ushuaïa pueda ser el primero en abrir y acaparar a toda la clientela, quedando las discotecas, que son las que realmente trabajan con licencias ajustadas a derecho, relegadas a una segunda fase que aún está por definir, tanto en el cuándo como en el cómo. Y además, el hotel-discoteca ya ha anunciado a través de su conserje/gerente de Ocio de Ibiza que quiere iniciar la temporada con el 100% del aforo. Los bares, restaurantes y comercios del puerto y la Marina ya pueden echarse a temblar porque cuando arranquen los hoteles de Platja d’en Bossa, con sus conciertos y el desfile de público en manada, guiados por la llamada del flautista, les van a dejar sin necesidad de guardar las distancias de seguridad.
Más allá de la bufonada ibicenca, la verdadera prueba se celebró diez días antes en Mallorca, en la plaza de toros, donde se celebró un concierto de reguetón al que acudieron estudiantes en viaje de estudios procedentes de toda España, que ha resultado ser un desaguisado monumental, comprometiendo seriamente la hoja de ruta de la apertura turística en Balears, donde Mallorca es el primer ejemplo de lo bien que se hacen las cosas en el archipiélago. Todo ello, a pocas fechas de que el gobierno inglés diera el “Ok” a Balears, que de forma excepcional se veía gratificado, con notable riesgo de que revirtiera la decisión. Toros si, toros no… El Tribunal Constitucional tumbó a finales de 2018 la ley del Govern que prohibía la muerte del toro en la plaza. La decisión de la fiesta del reguetón nada tiene que ver con la muerte del toro, pero sí con la vida, la salud y la seguridad y las garantías para los estudiantes de fin de curso. Los avances de la ciencia nos han dotado de unas vacunas que están dando su resultado, pero no es la ciencia la que toma las decisiones.
El resultado del verdadero test mallorquín ya lo sabemos todos al igual que media Europa, pues lleva días protagonizando los telediarios: un brote masivo de estudiantes contagiados, que se expande por todo el país y que ya afecta a cerca de 2.000 personas y seguimos sumando. Más de mil han permanecido aislados en un hotel de Mallorca, El Bellver, donde se han vivido unas escenas rocambolescas que no pueden trasladar al mundo una imagen más lamentable de nuestro sector hotelero: sin jabón, con mala comida, una toalla para tres y otros muchos detalles lamentables de una habitación en la que nada funciona y donde ni se limpia ni desinfecta. Lo pudimos ver, por ejemplo, en los informativos de Cuatro Televisión. No es de extrañar que las madres hayan reclamado el ‘habeas corpus’ para sus hijos y el juez se lo conceda. Europa también observa lo que ocurre en Ibiza y el acto programado en el Hard Rock Hotel, con un escenario digno de catalogar como monumento a la grandeur y a la estulticia, que incomprensiblemente autorizó el Govern balear. Mucho escenario y cero respeto.
Volviendo a la inocente prueba ibicenca del algodón, donde, como decíamos, los jóvenes de actitud desafiante y con nulo respeto por los protocolos sanitarios brillaron por su ausencia, pues era condición sine qua non para no arriesgar y que el éxito garantizado lo fuera. Todos mudos y quietos, que la fiesta “must go on” sin riesgos ni inquietudes que alteren el programa establecido y pactado entre el conseller Negueruela y el ex ministro ibicenco, a través de las negociaciones que durante este invierno ya habían mantenido a través del gerente de Ocio de Ibiza. La foto del conseller con el gerente, a la sombra del monumental escenario, lo explica todo. La aparición del presidente del Consell Insular d’Eivissa en el acto también era la confirmación de que se trataba de un acto “no institucional”, porque, de serlo, necesitaría su consentimiento y aprobación. Pero estaba allí. El conseller, el presidente del Consell y el ex ministro, enrocado con sus privilegios, han formado la tríada de jueces que ha escenificado y autentificado el nuevo esperpento. El gran ausente fue el ex alcalde de Sant Josep, Agustinet, que es quien debería cobrar los royalties y derechos de autor por el monumental escenario que él mismo posibilitó, con tantos oscuros permisos que durante tantos años han ido lloviendo.
El gerente de Ocio de Ibiza, en su cometido de juglar a las órdenes de quien le paga, ha hecho bien su trabajo. Lástima que en su desembarco en Mallorca para instalar el modelo ibicenco el asunto se les haya ido de las manos, porque la corrida de toros en el coso palmesano se ha con vertido en un mal sueño.
La forma en que se ha actuado en la prueba de Ibiza es mucho más grave y desafiante que la que dio lugar a la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Balears sobre las actuaciones del hotel Saratoga, para acceder a unas sesiones de jazz en la terraza de la azotea. ¿Quién decidió que esta prueba se realizara en este hotel? ¿Por qué? Pues, seguramente, para esquivar y bordear el espíritu de la sentencia, que persigue y señala a todos estos hoteles, obligándoles al acatamiento de una decisión que es firme porque, en derecho, no caben contra ella medios de impugnación que permitan modificarla. Este efecto impeditivo se traduce en el respeto y subordinación a lo decidido sobre lo mismo en un juicio anterior. La presencia de ‘res iudicata’ o ‘cosa juzgada’ impide que una misma cuestión sea juzgada dos veces.
La complicidad de los representantes públicos, con su presencia, podría tener consecuencias y veremos cómo lo entienden los tribunales, pero si que este bautizo y presentación en sociedad de la fiesta Children of the 80’s, que ya se venía celebrando en el Hard Rock Hotel en años anteriores, no parece adecuado, ni el bautizo ni la ceremonia, al darse allí un testimonio erróneo y un ardid publicitario de una fiesta que se presentaba de nuevo en forma de concierto para divertir a “a los héroes que todo lo merecen”, sin tener en cuenta el lastre que nos queda con este espectáculo desarraigado y desarmonizado.
Las decisiones de los tribunales son especialmente relevantes cuando son ellos los que deben acudir a solventar los problemas y abusos que se producen en la convivencia ciudadana, en favor de la igualdad de oportunidades y en defensa de los intereses comunes de la ciudadanía, en el plano económico, social y cultural. Las dificultades de los procesos y la opacidad de los ayuntamientos en los trámites administrativos, y su exasperante la lentitud, producen, sin embargo, un abandono colectivo a la hora de litigar contra la Administración. Lo explica muy bien el magistrado Edmundo Rodríguez Achútegui en “Corporaciones Versus consumidores: el proceso como disuasión”. La cuestión de fondo que sostiene es que la mayoría de aquellos con derecho a re clamar no lo hacen por el alto coste económico y emocional que supone un proceso que inicial mente no tiene garantías.
La seguridad jurídica, en consecuencia, es un concepto hoy excesivamente manoseado y alterado por quienes manejan impunemente su influencia sobre el legislador para que en las leyes pre valezcan sus intereses y se impongan sobre otros que no ostentan semejante fuerza. Pero, ante el cúmulo de injusticias, solo cabe persistir, esforzarse una y otra vez hasta que el equilibrio que de restablecido, señalando por el camino a quien haga falta. La absurda comedia del Hard Rock Hotel, sin duda, puede tener consecuencias que no están relacionadas con los protocolos sanitarios y las medidas de desescalada, sino con el cumplimiento escrupuloso de lo que dictamina la propia Justicia. Solo hay dos términos que definan lo que aquí ha ocurrido: “mascarada” y “fraude”.
Pepe Roselló