Debo admitir que no me lo han contado fuentes fidedignas, de esas que se llaman dignas de todo crédito, pero sí lo he oído de esas personas que pueblan todas las tertulias de los bares y que presumen de saberlo todo, antes incluso que los protagonistas de la noticia. Según esas fuentes, las diferentes autoridades que deben llegar a un acuerdo sobre el futuro del puerto de Eivissa han llegado ya a una conclusión definitiva tras marear infinitas veces varias perdices. Autoridad Portuaria, Consell Insular, navieras y Ayuntamiento de Eivissa han pactado finalmente devolver a tan emblemático espacio el mismo aspecto que tuvo en torno a 1235 frente a las opciones de marsellización o marbellización que se habían barajado torpemente hasta ahora. La rehabilitación final del espacio nos retrotraerá a la Eivissa musulmana y postmusulmana, catalana y cristiana de la época inmediatamente anterior y posterior a la construcción de las murallas. El neo-viejo puerto dejará de acoger esos buques de pasajeros forfait, los maxicruceros cargados de turistas de presunto lujo que pagan sus viajes a plazos, los fastuosos y ostentosos yates de los jeques y emires árabes y los sobresaturados ferrys que cargan y descargan los pasajeros que vienen y van a Formentera.
No sé, de hecho, si Formentera existía en el siglo XIII como isla habitada o esperó a la llegada de Marc Ferrer el Conqueridor, pero eso no afecta al futuro de nuestro hasta hace poco maravilloso muelle, convertido hoy en una especie de campo de concentración con tanta alambrada y tanta vigilancia para prevenir el mismo terrorismo que atemorizaba a nuestros antepasados tantos siglos atrás. La reconversión del puerto en lugar de acogida para embarcaciones antiguas y pasajeros anteriores a nuestro particular Mayflower puede resultar una idea positiva para quienes defienden la necesidad de cambiar nuestro modelo turístico. En un pis pas se sustituyen los mercados emisores de turistas guiris por otros de mayor tradición e historia que los que hoy nos alimentan a base de pizzas y cerveza. Bajeles piratas, naves vikingas, armadas invencibles, bergantines de Bretaña, Baton Rouges francófonos, el Marino Riquer y sus corsarios y los barcos a vapor que cruzaban el Mississipi volverán a surcar el Mediterráneo pitiuso, siempre en son de paz, eso sí. La idea, de paso, serviría para reforzar la estampa medieval de Eivissa como Patrimonio de la Humanidad, como marco de entrada a ese mercado comercial tan genuino que cada mes de mayo se celebra en Dalt Vila y que tantos turistas atrae. Al menos, eso dicen las autoridades.
No faltarán, pos supuesto, siempre según mis comunicantes, que desean permanecer en el anonimato, las sirenas de Ulises ni un Neptuno encarnado por algún actor veterano de Foc i Fum ni el capitán John Silver de’ La Isla del Tesoro’ ni Moby Dick ni la ballena que se merendó a Jonás ni los protagonistas de la película ‘Tiburón’, debidamente pacificado y con las fauces tan afeitadas como los toros que se dejan torear en Las Ventas. Todo como un parque temático que abarca desde la Prehistoria hasta la más estricta actualidad, gracias a unos codiciados raons que no podrán pescarse, como los de ahora. También se cuenta con Leonardo di Caprio, Kate Winslet y la cáscara del Titanic. Todo sea por el turismo y por el embellecimiento de un espacio que ya fue bello hasta que llegaron las normas de seguridad impuestas por el gobierno Bush y las antiestéticas y antipatrimoniales de José María Aznar y Rodríguez Zapatero. El ex presidente norteamericano y los dos ex españoles están ya defenestrados, pero no así sus absurdas, patéticas, ineficaces y humillantes normas contra el terrorismo internacional.
Naturalmente, todo lo expuesto más arriba es una puñetera mentira, pero ¿no suena mucho más verosímil, lucido y menos tontorrón que las múltiples teorías que hemos estado escuchando y leyendo hasta ahora lanzadas a traición por los supuestos responsables del asunto? Pues eso.