Una palabra como nómada, que significa básicamente vagabundo; persona sin un lugar estable para vivir, se ha convertido por obra y gracia del capitalismo y del postureo en un adjetivo bueno y domesticado, perfectamente acariciable y hasta cargado de romanticismo.
Las propias instituciones se preocupan de promocionar el destino Ibiza como ideal para nómadas digitales, mientras las redes sociales se llenan de vídeos de gente viviendo en una caravana o en una furgoneta camperizada como epítome de la total libertad. La realidad es que vivir en una caravana solo tiene sentido si te espera un hogar con cimientos al que volver y que convertirte en nómada digital en Ibiza solo es posible si eres un holandés errante con un flamante salario mensual (el salario medio neerlandés en 2023 fue de 62.281 euros anuales, frente a los 30.237 euros de España).
Estos nómadas digitales, que ya tienen a Ibiza como su segunda, tercera o cuarta residencia, se han quedado poco a poco con la poca oferta de alquiler, porque ellos sí son capaces de pagar las sumas astronómicas que se exigen por una vivienda decente para todo el año. Trabajan en su MacBook Pro en la terraza de su coqueto apartamento o casita con vistas a la montaña, mientras escuchan a las cigarras e instagramean la suculenta vida ibicenca que ellos sí se pueden permitir.
Muchas personas, preocupadas por otro tipo de migrantes, no se dan cuenta (o no quieren ver) que tenemos en Ibiza a un número creciente de personas que viven aquí pero que no pagan ni un céntimo en impuestos en este país: ni cuota de autónomos en España ni declaración de la renta ni IRPF ni tasa alguna. Ya escucho las voces diciendo: ¿y todo lo que se gastan en Ibiza? Sí, es cierto, consumen en la isla, pero es un argumento muy pobre cuando lo único que hemos conseguido es normalizar que estos nómadas ricos puedan pagar unos precios que el trabajador medio no puede ni plantearse.
Mientras eso ocurre, hay otros nómadas, los verdaderos, los que lo hacen por necesidad, como nuestros ancestros.
Por un lado, tenemos a personas trabajadoras en empresas de esta isla que se tienen que ir fuera de Ibiza ¡para trabajar en Ibiza! Así de absurdo suena, como absurdo es. Ya todos conocemos algún ejemplo: han encontrado una vivienda asequible en la Península y, como su herramienta principal de trabajo es el ordenador y el teléfono, teletrabajan para empresas ibicencas porque aquí ya no se pueden permitir vivir. No es que les salga más barato, es que es la única posibilidad que les queda si quieren mantener sus empleos y seguir conectados a Ibiza. Vivir en Dénia, pongamos por caso, y coger un ferry de vez en cuando para reuniones puntuales o para sacudirse de encima la nostalgia de la isla. De modo que tenemos a trabajadores extranjeros acaparando la oferta de alquileres, trabajando desde Ibiza para empresas extranjeras, mientras trabajadores isleños se tienen que ir fuera de Ibiza para mantener sus puestos de trabajo en la isla. Románticos nómadas digitales frente a desplazados forzados en un mundo al revés al que nadie parece saber o querer darle la vuelta.
Por otro lado, tenemos a los verdaderos nómadas de Ibiza que son, no lo olvidemos, aquellos que reparan tuberías, pintan paredes, sirven mesas, hacen camas… y no pueden hacerlo a distancia desde una vivienda más barata en la península. Por eso acaban viviendo en habitaciones a precios ridículamente caros (650 euros por una habitación compartida, según veo en un grupo de Whatsapp) o, mucho peor, en verdaderas favelas, como lo era Can Rova, o como lo es el asentamiento frente al Mercadona de Can Burgos (Sant Jordi). Plantando un cobijo en cualquier parte, como aquellos nómadas cazadores-recolectores, carentes de un lugar estable para vivir, que se dedicaban a sobrevivir de lo que se encontraban antes de que la humanidad se hiciese sedentaria. Sedentario es hoy un vocablo cargado de connotaciones negativas, pero al que le debemos la evolución humana. Involución lo llamaremos.