Felipe sintió una vez más miedo pero un miedo del que aún ignoraba su esencia y que lo iba deteriorando. Ese miedo fluía entre diversas intensidades que lo deprimían y que en otros momentos también lo elevaban y su aspecto por lo general, alegre, ahora se le veía con el pelo revuelto aunque escaso era, ojos vidriosos y la mirada perdida. Debía tomar una decisión que le causaba dolor pues su camino llegaba a término y le aliviaba un poco saber que todas las heridas al final se curan y que de nosotros sólo quedará el polvo y algunos sombreros.
Aunque él no veía las amapolas, pues seguía sumergido en la decisión que se le iba cerrando, los campos estaban llenos de estas flores escarlatas que se cerraban al llegar la noche. Tal belleza no era visible para Felipe pues sus pensamientos que creía circulaban al libre albedrío ahora lo cercaban: temía las consecuencias de esa decisión, dudas entre el bien y el mal e incluso pensar que la gran mayoría de las personas desconoce que llegará el día en que el tiempo pedirá lo que no regaló, tampoco le ayudaba mucho.
Envuelto en pensamientos que así como venían también se iban, descubrió que el polvo que se encontraba hacía ya más de una semana sobre la mesa había desaparecido. El misterio, que no era tal, se fue desvelando al observar Felipe que las hojas rojas de un avellano eran sacudidas por el viento y aparecían en lugares dispares. Eso aclaró la decisión que Felipe debía tomar y llegó al bar Emociones sueltas para curarse del miedo que padecía. Entrando por la puerta del bar sintió como nunca antes las emociones de los que allí se reunían y las observó atentamente. En medio de la sala lucía en la cara de una mujer la esperanza: cerca de la ventana encontraba la luz del sol y escuchó un pájaro que cantaba tras los cristales y al ver en Felipe miedo, sonrió y le ofreció su mano, tal vez, para que se sentara con ella.
Más allá unos hombres que bailaban se percataron también de su miedo y se acercaron a Felipe para que se uniera a ellos. A Felipe tanta alegría le turbó y continuó observando a todos aquellos seres que manifestaban las emociones del día en sus caras. Agazapado en el claroscuro de un rostro, el miedo de otro hombre era bien perceptible y su silencio contenía más significado que las canciones de amor que en aquel espacio se escuchaban. A su lado se sentó Felipe para liberarse de aquella pena mientras la alegría le iba acogiendo muy poco a poco pues el baile animaba a todos los que allí se encontraban a compartir.
Sólo algunos esperaban ese día que las puertas del bar se abrieran de par en par y que además del viento que sacudió todo lo liviano que por allí se encontraba entrase una altiva mujer que sin preocuparse en absoluto de las exploraciones que le acechaban fijó una fría mirada en los ojos de Felipe que él no supo ver quién era por la penumbra que la encerraba, pero sí vio que vestía las mismas prendas que hacía poco desechó para olvidar.
Jaume Torres