Rusia ya ha atacado a España y a otros muchos países occidentales, tanto antes como después de la invasión de Ucrania. No ha sido un ataque convencional, sino una guerra híbrida en toda regla. Hemos sufrido ciberataques que han afectado gravemente a servicios e instituciones públicas, además de a empresas estratégicas. Hemos visto campañas masivas de bots en redes sociales propagando desinformación y hemos presenciado el apoyo, directo o indirecto, a grupos políticos cuyo objetivo es desestabilizar nuestro país. Todo esto tiene un denominador común: su vinculación con el Kremlin.
Pero Rusia no está sola en esta estrategia. Países como Corea del Norte, siempre dispuesto a desafiar a Occidente, han contribuido activamente, llegando incluso a enviar tropas para apoyar la invasión de Ucrania. La implicación de estos regímenes es una prueba más de que tanto la Unión Europea como España se juegan mucho con lo que ocurra en Ucrania y, sobre todo, con el tipo de paz que se termine imponiendo.
El verdadero origen de esta guerra no fue la expansión de la OTAN, que, recordemos, es una alianza defensiva. Lo que realmente aterroriza a Putin es el acercamiento de las exrepúblicas soviéticas a Occidente y, aún más, la expansión de la democracia liberal, que supone una amenaza existencial para su régimen dictatorial. Todo lo demás son excusas. De hecho, si no fuese por la OTAN, Rusia ya habría intentado invadir los países bálticos. A pesar de que su propia población sufre miseria y represión, su ambición imperialista y su afán expansionista parecen no tener límites.
No hay espacio para posiciones intermedias ni equidistancias. Solo se puede estar con la democracia, el derecho internacional y la soberanía de las naciones, o con los asesinos y déspotas como Putin. El intento de blanquear al régimen ruso por parte de ciertos actores occidentales, a través de mentiras burdas y campañas de desinformación, no es más que una parte de la estrategia del gobierno ruso para debilitar a Europa y eliminar a su principal rival geopolítico.
Para colmo, en este sombrío episodio de nuestra historia, vemos cómo Estados Unidos, hace muy poco tiempo líder del mundo libre, se tambalea y adopta una actitud vergonzosamente complaciente con Rusia. Su actual administración traiciona los valores sobre los que se construyó el país, traiciona a sus aliados y pisotea acuerdos clave como el Memorándum de Budapest, en el que Ucrania renunció a su arsenal nuclear a cambio de garantías de seguridad de Estados Unidos y Rusia, garantías que han sido flagrantemente violadas.
Lo que es seguro es que la historia será implacable, como lo ha sido siempre, y lo será con quienes se sitúan del lado del agresor. En pocas ocasiones la realidad ha sido tan clara como ahora: el que no quiera verla es, o bien un necio, o bien un oportunista cuyos intereses están lejos del bien común.
El proyecto europeo debe salir muchísimo más fuerte de esto y aprender que no puede delegar cuestiones tan importantes como la defensa continental en actores que están a miles de kilómetros y que, al parecer, resultan no ser fiables. El nacionalismo estatal debe quedar de lado y dar paso a una Unión Europea que sea efectiva y eficaz, que pase a ser un actor internacional de primer orden y se crea de verdad su potencial y sus capacidades. Tal y como dijo Donald Tusk, el primer ministro polaco, hace unos días: «Es absurdo que 500 millones de europeos pidan a 300 millones de estadounidenses que les defiendan de 140 millones de rusos». Europa debe creerse que es fuerte.
Hoy toca recordar también que hubo líderes políticos en la década de los años 30 que quisieron negociar con Hitler. No funcionó. Nunca funciona. Lo único que funciona es una buena estrategia de defensa y de alianzas para garantizar que nadie iniciará una guerra, y actuar de forma rápida y contundente si alguien se salta el derecho internacional. Eso es justamente lo que está pidiendo Ucrania, eso es por lo que hemos de trabajar.
Slava Ukrayini!
Por Javier Torres
Sa Veu des Poble