Es radicalmente diferente aspirar a vivir una vida sin atisbo ninguno de incomodidad, malestar, contradicción o angustia, que aspirar a tener la fortaleza para sostener aquellas cosas que la vida traiga, a pesar de que a veces pueden tener que ver con transitar un malestar y un dolor muy difícil.
El precio de querer evitar el sufrimiento a toda costa es altísimo y terrible, es el coste de matar lo más vivo de la vida. Si no participamos y no nos implicamos en la vida, por miedo a lo que nos pueda pasar, estamos eliminando nuestras propias posibilidades de encontrar un lugar de alguna manera en la rueda de la vida; aceptando y asumiendo que a veces se pierde y a veces se gana. Por no estar dispuestos a perder alguna cosa nos quedamos sin la posibilidad de enriquecernos con lo que traiga la vida, quedándonos como en una habitación cerrada a cal y canto; clausurada y sellada por nosotros mismos
En realidad, muchas de las cosas que ahora se nos antojan fundamentales a imprescindibles en la vida nos han llegado de la manera más casual, cómica e incluso absurda (pareja, trabajo…).
Las cosas más importantes de la vida son descubrimientos, o incluso encontronazos, no cosas que planifiquemos o que podamos controlar su aparición y desarrollo de manera total. Esto nos pone ante la vivencia de que las cosas no son tan controlables ni tienen un sentido tan unívoco o lineal como nos gustaría suponer, es decir nos enfrenta a la impotencia humana para controlar nuestro propio destino.
Esto no quiere decir que no tengamos un papel fundamental en el curso de nuestra vida con cada uno de nuestros actos; asumir la imposibilidad de ser el director omnipotente en la representación de nuestra vida, no excluye que el nuestro sea sin duda el papel del actor fundamental.
La impotencia del ser humano por predecirlo todo, controlarlo todo o saberlo todo, no contradice en absoluto la necesidad de la reflexión ética y responsable o la certeza de que es en nosotros mismo en quien debemos de buscar cuando queremos tratar de entender que papel estamos jugando en los acontecimientos de la vida. Demasiado a menudo atribuimos la responsabilidad de lo que nos va mal a cualquiera que no seamos nosotros, buscando fuera causas que deberíamos buscar dentro.
Muchas de las tendencias de nuestra sociedad actual tienen que ver con ese intento de saber y controlar todo a priori, que en algún momento deber facilitarnos -ciencia y tecnología mediante-, unas vidas perfectas, sin atisbo de dolor o frustración. En mi opinión mucho de esto nos conduce a la dificultad para asumir que muchas de las cosas que pueden llegar a ser importantes en nuestra vida no suceden con esa inmediatez, facilidad y de manera tan absoluta como se nos quiere hacer creer. Existen infinitos matices y recorridos que a veces son sorprendentes
Paradójicamente lleva mucho trabajo interior darse cuenta de que nadie mantiene la puerta cerrada, somos nosotros mismos los carceleros. A menudo escucho que si un trabajo con uno mismo de carácter psicológico no es rápido, indoloro no es adecuado… Tal vez sea necesario que sea así si lo queremos es en el fondo enmascarar sin cuestionar nada. A mi entender quien quiera saber algo sobre un sufrimiento lacerante que le impida la vida, con el objetivo de poderlo cambiar, deberá implicarse en ese proceso de manera total. Pienso que vale la pena echar el resto en una apuesta que puede marcar la diferencia entre pasar por la vida o vivir, aunque quizás no se tan rápido ni tan cómodo.
Si no apostamos a fondo por nosotros mismos cuando nos estamos yendo a pique, ¿qué es lo que nos puede hacer reaccionar?