En los últimos días, ciertas corrientes ideológicas han promovido una visión distorsionada del panorama. Problemas sociales complejos se reducen a lemas diseñados para generar rechazo y polarización. Ejemplo de ello es el caso de la okupación de un piso en San Antonio de Portmany.
En el imaginario de ciertos sectores conservadores, y cabe decir, heteropatriarcal, cualquier movimiento que cuestione el statu quo se convierte en una amenaza. En la sucesión de las últimas noticias se ha visto la actitud de los distintos colores políticos, a cual más “Papaito” que pone orden e incluso castiga; han faltado las collejas. Así, la okupación es una suerte de “nuevo comunismo”, la inmigración un “pseudo-terrorismo”, la acción medioambiental una “conspiración de agenda”, y el feminismo un “movimiento nazi”. Todas estas alucinaciones tienen un propósito claro: convertir en enemigos a quienes buscan cambios por una cuestión de ética en una sociedad sana y desarrollada.
El truco de exagerar el problema de la okupación para presentar la lucha por la vivienda digna como un ataque a la propiedad privada omite que la mayoría de los casos afectan a viviendas vacías pertenecientes a grandes fondos de inversión, no a pequeños propietarios. Tengo varios conocidos que viven en casas okupadas en la isla, con el consentimiento de los propietarios, beneficiándose ambas partes: unos tienen techo y los otros evitan que sus inmuebles se deterioren. De facto, la mayoría de la okupación ocurre en estos términos. Solo en una minoría de casos se okupa sin respetar ciertos códigos de convivencia, pero es esta situación la que se instrumentaliza para avivar los miedos de la comunidad a razón de voto.
Lo mismo ocurre con la migración: se generaliza la idea de que “todos los migrantes son criminales”, usando por ejemplo una pelea en Figueretes viralizada en redes, cargada de sensacionalismo vulgar y despreciable. Los estudios demuestran que cometen menos delitos que la población local. A la par, la crisis medioambiental, respaldada por la ciencia, es descalificada como un supuesto plan de control globalista, para evitar regulaciones que afecten a grandes corporaciones. Y así termina sucediendo uno de los dramas del siglo en Valencia. Y el feminismo es equiparado con un régimen genocida, cuando su objetivo es simplemente “la igualdad de derechos”. Este tipo de paralelismo no solo es absurdo, sino que también trivializa los crímenes del nazismo.
El discurso no es accidental. Su propósito es sembrar miedo irracional y resentimiento, con el fin de consolidar una base ideológica que se oponga a cualquier avance progresista. Además logra reforzar la percepción de la pobreza como un defecto moral, justificando así políticas que marginan aún más a quienes menos tienen. Al construir enemigos imaginarios, se desvían las discusiones verdaderamente importantes: la desigualdad, la precariedad laboral, la corrupción, la inflación y, cabría decir, la incompetencia de las administraciones en la gestión del problema de la vivienda.
Samaj More