A través del proceso de metamorfosis, un gusano rollizo y peludo se transforma en una obra de arte con alas. En Ibiza, desde distintos puntos de vista, hemos realizado el proceso inverso: de mariposa hemos evolucionado a oruga. A nivel paisajístico, esta afirmación es una obviedad. Todos los ibicencos que ahora tienen alrededor de cincuenta o más años, y que en su infancia conocieron la otra versión de Cala Tarida, Cala Gració, Talamanca, Cala Llonga, Portinatx y tantos otros rincones, entienden sobradamente la diferencia: el paraíso radiante que éramos y el sucedáneo en que nos hemos convertido.
Es el precio que hemos tenido que pagar por alcanzar la prosperidad, con ese trasfondo de falta de experiencia y conocimiento que nos caracterizó durante la etapa del desarrollismo acelerado. Al menos, es lo que nos decimos a nosotros mismos para justificar la infamia urbanística y la falta de mesura. En paralelo, de una forma no tan obvia, los ibicencos también hemos cambiado el carácter en el mismo sentido. Cuando una sociedad transita de la carencia a la abundancia, en esos primeros compases agradece su buena suerte con alegría, generosidad y hospitalidad, además de con iniciativa y trabajo duro para sacar el máximo jugo a la situación y tratar de mejorar la vida de los suyos. Es un sentimiento absolutamente lícito.
Sin embargo, una vez el mismo colectivo se acostumbra al nuevo estatus y van surgiendo nuevas generaciones que no han vivido la situación anterior, esa necesidad de corresponder al prójimo por la buena fortuna desaparece. Obviamente, existen excepciones a raudales y no se puede generalizar, pero pienso que sí se puede afirmar que, desde un punto de vista sociológico, el carácter del ibicenco se ha transformado sustancialmente y ya tiene poco que ver con la manera de ser de nuestros padres y, muy especialmente, de nuestros abuelos. Como suelen decir los ancianos, es ley de vida, pero no por eso deja de producir cierta tristeza.
Hace tan solo unos días que se celebró la Feria Internacional de Turismo de Madrid (FITUR), así que es buen momento para subrayar que esta transformación también afecta al tipo de turismo que nos frecuenta y al perfil de los negocios que van abriendo en sustitución de los que existían antes. Cuando la gente de mi generación comenzaba a trabajar en los restaurantes e incluso en los pequeños hoteles familiares, el ibicenco aún exhibía un carácter abierto y cercano, que compensaba su falta de formación con simpatía y proximidad, sin caer en el exceso. Una forma de ser que seducía a los huéspedes.
Al turista se le trataba de tú a tú, con afecto y cercanía. Podría afirmarse, sin miedo a exagerar, que buena parte de los muchos que regresaban un año tras otro lo hacían también porque se habían hecho amigos de la gente del restaurante al que acudían en la playa o del recepcionista del hotel, que les aconsejaba a dónde ir con el mismo interés e ilusión en que disfrutaran como si estuviese ofreciendo recomendaciones a un familiar. Ibiza, como decíamos, era un paraíso, pero la gente también era única.
Nuestros padres, tíos y abuelos, aunque no hablaran idiomas y apenas hubiesen salido de Ibiza, mantenían un grupo de amigos extranjeros. Los invitaban a comer paella o un guisat de peix en su casa y ellos correspondían con licores exóticos y regalos para los niños. Y cuando éstos eran mayores, viajaban a sus países de procedencia a pasar unos días con ellos o incluso les proporcionaban hospedaje mientras estudiaban. Antaño, estas relaciones de afecto entre residentes y visitantes eran frecuentes. Hoy se antojan mucho más excepcionales. No es un cambio que se haya producido de forma voluntaria, sino que la propia evolución del turismo y el hastío provocado por los niveles de saturación han ido marcando cada vez mayor distancia entre viajeros y locales.
La industria turística de antes podía acudir a una feria como FITUR o cualquier otra y presumir del espíritu hospitalario como uno de los grandes valores de Ibiza, pero hoy ya nadie alude a él. Podemos exhibir fotos de playas vacías y agua reluciente, tomadas en invierno, que nada tienen que ver con la situación que luego se encuentra el turista, pero a nadie se le ocurre ya utilizar la acogida como gancho porque, además de haber pasado de moda, constituiría una falsedad monumental. En Ibiza, salvo en los negocios familiares que han perdurado y que cada vez son más escasos, ya no se atiende con la campechanía de antes, sino con una profesionalidad fría y distante. Y eso en los mejores establecimientos, porque en otros incluso se maltrata al cliente, algo que hace veinte años era impensable.
Y si esa simpatía constituía una característica innegable, también lo era el carácter emprendedor del ibicenco, que, pese a tener pocos recursos, abrió sus propios negocios, hasta el extremo de que la inmensa mayoría les pertenecían, característica que no se repetía en otros destinos del país. No ha sido hasta el cambio generacional cuando nos hemos ido desprendiendo de nuestros establecimientos, tentados por una vida más contemplativa en la que disfrutar de las rentas obtenidas por la venta o el traspaso del negocio que crearon nuestros progenitores.
La evolución es inevitable, pero no por eso deja de ser dramática; sobre todo cuando es irreversible. Hemos cambiado mucho y probablemente seguiremos viviendo del turismo muchas décadas, pero la calidad de vida es notablemente peor que en los ochenta y los noventa. Los factores externos pesan mucho, pero la transformación de nuestra forma de ser también tiene que ver en el asunto. Ya no existe la implicación de antaño y, de alguna forma, hemos ido cediendo progresivamente el timón de la nave a personas que nada tienen que ver con lo que éramos, cuando la isla comenzó a salir en los mapas. Hizo falta una pandemia para que pudiésemos recordar que la Ibiza de entonces aún existes. Quien se olvida de dónde viene, difícilmente sabe a dónde va.
Hay que dejar de idealizar lo antiguo como si fuera mejor. Mis padres y abuelos, ibicencos todos, son de lo más cerrado y racista que te puedas echar a la cara, no tengo ningún tio que mantenga un grupo de amigos extranjeros como dice el articulo. En cambio yo, y la mayoría de gente de mi edad que conozco nacida aquí, somos gente abierta, tolerante, que solo queremos un futuro mejor para nosotros, para todos y para la isla, y arreglar el destrozo que las generaciones anteriores han provocado.
Supos que depenent de cada generació, ses coses es veuen de manera diferenta. Llegint s’article d’en X.Prats, m’hi he sentit identificat. Dec ser de sa seua edat o més vell. Recordar es passat, per mi, no ès ‘idealitzar lo antic’, primer de tot perque jo no som antic. Tampoc ho serien es meus pares. En tot cas serien vells.
Eivissa va sortir de sa pobresa, de s’emigració (molts d’eivissencs hagueren d’emigrar per a millorar sa seua existència, i alguns d’ells, anaren cap a l’Alger, d’on venen ara tantes de pateres) per entrar en es turisme i a partir d’aquest, sa bonança. Ja no feia falta emigrar. A l’inrevés, varen venir molts de peninsulars cap a Eivissa a buscar feina. I molts s’hi quedaren, i formaren familia. També varen venir molts d’estrangers a viure-hi, d’abans des hippies (es peluts, que deien aquí). Alguns i algunes de tota sa gent que va venir a s’illa, es casaren amb eivissencs o eivissenques. Tan tancats no serien es eivissencs quan convivien amb gent de tot el món, inclosos es ‘peluts’. Jo sí vaig tenir sa sort de conèixer o sentir parlar des grup d’amics que any rere any, venien a vore es papà: hi havia es granadino, es suïs, sa parella de hippies de Berlín, s’amic de Barcelona.. Vaig tenir aquesta sort, uns pares oberts i respectuosos amb sa gent d’aquí i sa de fora. A lo millor perque ells eren respectuosos i m’ensenyaren que jo ho havia de ser, se’m fa estrany llegir lo que dius des teus pares i es teus güelos, que són racistes.
No podem generalitzar, ni tu, ni jo. Ja ho diu en X.Prats
Tornant as tema des article, m’agradaria sebre com pensau es de sa teua generació ‘arreglar el destrozo que las generaciones anteriores han provocado’. Crec que et refereixes a sa construcció massiva i as urbanisme estès per ses nostres cales i platges, muntanyes, camps,etc, a vegades amb molt poca d’estètica. O a sa destrucció de patrimoni. Com ho pensau arreglar?
No se qué edad tendrás, pero el caso de tus familiares no se corresponde con la gente de Ibiza en los años que habla el articulo.
No creo que hayas conocido la isla en los tiempos de bonanza que teniamos.
Buen articulo de Xescu Prats. Los que tenemos mas de 50 años, seguro nos ha tocado el alma, más que a los mas jovenes.
Muy buen artículo Xescu, la verdad que comparto prácticamente todo lo que dices. Sin duda no se puede generalizar, gente buena y no tan buena siempre ha habido, sea ibicenca o de cualquier lugar.
Sin duda ha cambiado el carácter (habiendo excepciones por supuesto) ahora todo es más frio, antes la gente era más “auténtica” y natural, con la palabra bastaba y no hacia falta tanta burocracia y abogados de por medio. Los negocios de gente autóctona estan desapareciendo exactamente como cuentas y lo sé porque conozco bastante la pequeña y mediana empresa. Nos hemos globalizado para lo bueno y para lo malo y en calidad de vida hemos perdido mucho, sobretodo si la comparamos con los años 80 y los 90 (lógicamente los que no lo han vivido no lo saben).
Salut per tots!
El articulo esta bien y muchas de los temas q explican son evidentes… pero ojo; eso no ha pasado unicamente en ibiza, sino en todo el mundo! como resultado de la globalizacion y la superpoblacion. Estoy 100% de acuerdo que ibiza es un lugar fantastico y los ibicencos tambien son gente agradable por norma general. Pero no hay q mirarse siempre el ombligo sino tambien ver todo eb perspectiva y darse cuenta q es un fenomeno mundial…
Ayer le decía a mi hija algo parecido, mucho peor explicado pero en esta línea.
Como siempre Xescu, que no tengo la suerte de conocer da en el clavo.