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La Mirada, Dos Mundos, por Juan Antonio Torres

Por Vicent Ribas
28 septiembre 2018
en Opinión
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El paseo de Vara de Rey en la década de 1930. En el centro del paseo se puede ver el escenario para actuar la banda de música y, a la derecha, el teatro Serra. Foto Viñets. Colección Nieves Planells Molina.

Los visitantes ilustrados nos trajeron un espejo para que nos miráramos en él. Nunca habíamos escrito sobre nosotros mismos y sobre nuestra tierra isleña. Fueron visitantes o residentes forasteros quienes comenzaron a publicar artículos y libros sobre Ibiza y sus gentes; a fotografiarnos y a pintarnos. Allí nos miramos y nos sentimos admirados o enfadados, según lo que habían publicado de nosotros. Ya sabíamos que algunas actitudes nuestras no eran muy bien vistas por nuestros vecinos mallorquines y ponían en aviso a posibles personajes ilustrados, que querían visitarnos desde Mallorca, que estuvieran al tanto de posibles comportamientos salvajes de habitantes de nuestra isla, cosa que era posteriormente desmentida por aquellos que se arriesgaron a coger el barco y acercarse a explorar la isla de Ibiza.

Así y todo, siempre hubo alguien que expuso en sus escritos comentarios críticos sobre algunas costumbres isleñas, lo cual fue motivo de quejas por parte de nuestros escritores y periodistas para desmentir lo escrito, si bien podemos leer noticias en los antiguos semanarios del siglo XIX o en el Diario de Ibiza de aquella época que había parte de verdad en lo que nosotros considerábamos exageraciones o mentiras, pues no es raro encontrar noticias de peleas con armas blancas entre hombres del campo, ya fuera en la ciudad o en la parte foránea, así como burlas de adolescentes del barrio del puerto de Ibiza contra algunos pasajeros extravagantes que habían bajado del barco para dar un paseo por la Marina mientras esperaba que siguiera su rumbo a otro puerto tras la escala.

Walter Benjamin, Jean y Guy Selz y Mariano Tur de Montis sentados en la terraza del Bar Migjorn del puerto de Ibiza en 1933. Foto del libro ‘Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza’ de Vicente Valero, 2017.

Sea lo que sea, en Ibiza comenzó a crearse, durante las primeras décadas del siglo XX, un pequeño núcleo de intelectuales, como los sacerdotes Vicente Serra Orvay e Isidoro Macabich Llobet, y laicos  como Carlos Román Ferrer, Arturo Pérez Cabrero, Jacinto Aquenza Loayza, Manuel Sorá Boned y Francisco Medina Puig, entre otros, siguiendo la estela cultural y de investigación iniciada por el dominico Fray Vicente Nicolás, considerado como el primer historiador ibicenco (escribió, en 1620, una primera ‘Historia de Iviza’); el militar e historiador José Clapés Juan (puso en marcha la publicación, en 1902, de la revista de historia ‘Los Archivos de Ibiza’), o los periodistas y escritores Felipe Curtoys y Valls y Pedro Escanellas Suñer, intelectuales que comenzaron a investigar nuestra propia historia para no depender, únicamente, de lo escrito por investigadores forasteros o extranjeros.

Portada del libro ‘The Life and Death of a Spanish Town’ de Elliot Paul. 1937. Colección Juan Antonio Torres.

Hasta aquel momento, se conocía la historia de Ibiza por lo que escribieron el capuchino Padre Cayetano de Mallorca, que publicó, en 1752, su ‘Resumpta histórica, geográfica y cronológica de la isla de Iviza, y su Real Fuerça’, al parecer basada en la citada historia del Padre Vicente Nicolás; el geógrafo José Vargas Ponce, que publicó ‘Descripciones de las islas Pithiusas y Baleares’, en 1787; el Archiduque Luis Salvador de Austria, que escribió ‘Las Antiguas Pitiusas’, trabajo publicado el 1869 como primer tomo de su magna obra sobre las Baleares, o el registrador de la propiedad en Ibiza, Víctor Navarro Reig, que publicó, en 1901, ‘Costumbres en las Pithiusas’, escrito en 1897 con fotografías de Leandro Soto Navaces, empresario de una compañía de zarzuelas y drama que instaló, en 1895, el primer estudio fotográfico en nuestra ciudad.

Con el inicio de la década de 1930, comenzaron a llegar a Ibiza, por motivos diferentes, escritores, arqueólogos, fotógrafos, arquitectos, científicos y pintores europeos, entre otros, que hicieron surgir en la isla dos mundos diferenciados: el de los isleños y el de los forasteros o extranjeros que residieron, temporalmente, en nuestra isla durante aquella década. Los años 1931 a 1939 marcaron el destino del resto del siglo XX por los acontecimientos nacionales e internacionales que se irían sucediendo. En primer lugar, en España pasamos de la secular monarquía, que conformó el antiguo régimen, a un nuevo régimen con la instauración de la II República, el 14 de abril de 1931.

En segundo lugar, el triunfo en las elecciones generales en Alemania del Partido Obrero Nacional Socialista, el 5 de marzo de 1933, con lo que Adolf Hitler iniciaba la imposición del nazismo en el centro de Europa y la persecución de judíos, gitanos y homosexuales. En tercer lugar, el inicio de una guerra civil en España, el 18 de julio de 1936, conflicto que duró hasta el 1º de abril de 1939, con la desaparición de la II República y la instauración de una autocracia inspirada en el fascismo. Finalmente, el inicio de la II Guerra Mundial, el 1º de septiembre de 1939, conflicto que duró hasta el 8 de mayo de 1945.

Vicente Valero, en su libro ‘Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza’, Editorial Periférica, 2017, nos describe cómo era Ibiza a principios de la década de 1930: “Había pocos extranjeros en la isla en 1931, tan pocos que la comunidad local conocía bien cómo se llamaban todos y cada uno de ellos, de dónde venían, en qué hostales o casas particulares se alojaban, e incluso –siempre más o menos- qué habían venido a hacer (…). Al carácter reservado y un tanto esquivo, pero también irónico –a menudo, incluso sarcástico- de los isleños parecían convenirle las idas y venidas de aquellos contados forasteros, sus dificultades idiomáticas, sus gestos de sorpresa ante la ausencia total de cualquier tipo de confort, así como de cualquier otro signo material de progreso.

Juegos Florales organizados por el Ateneo de Ibiza, en 1934, en el teatro Pereira. Colección Arcadio Ferrer.

Ibiza era una isla pobre –la más pobre de las Baleares-, pero esto significaba también, para el visitante, que la estancia allí resultaba muy económica (…). Después, para su sorpresa, acabarían descubriendo un mundo ciertamente insólito y fascinante (…)”. Pero de aquella época deberemos hacer una distinción entre el campo y la ciudad y sus habitantes, o entre la ciudad portuaria milenaria y los pueblos rurales con sus tierras de labranza, que ocupaban casi toda la isla, para entender lo escrito más arriba que reflejaba la opinión de nuestros visitantes extranjeros. Aunque, modestamente, los habitantes de la ciudad procuraban asemejarse a los del resto del continente, no podemos decir lo mismo de los habitantes de la parte rural de la isla, que mantenían sus ancestrales costumbres, muchas veces debido a la dispersión de las casas, a la falta de medios de comunicación por carretera y a la dificultad para acceder a la instrucción pública, entre otros motivos.

La isla debía tener unos 30.000 habitantes al comienzo de aquella década y la ciudad de Eivissa unos 6.000 habitantes. La ciudad ya tenía dos teatros-cine, uno de ellos desde 1899 y el otro, de 1912, ampliado y reformado en 1928; una banda y escuela municipal de música desde 1925; un club náutico desde 1925; una sociedad cultural y recreativa desde 1928; un orfeón desde 1930; una biblioteca pública desde 1930; un ateneo cultural y benéfico desde 1933, y un casino cultural y recreativo, entre otras entidades. En 1933, también se creó el Fomento del Turismo de Ibiza, con lo que los ibicencos comenzaban a apostar por el turismo como negocio en la isla. Sin embargo, la falta de comodidades de la que se hacían eco nuestros visitantes quizás se refería a la falta de comodidades en las casas y establecimientos hoteleros de la ciudad, a la suciedad endémica de la ciudad o a la forma de vida modesta de los habitantes de sa Penya.

A partir de 1927, se hizo la canalización moderna para la conducción de agua potable desde los manantiales de San Rafael a la ciudad, con lo que pudo comenzar a instalarse, poco a poco, agua corriente en las casas de los barrios de la Marina para su consumo, casas que no tenían más que una letrina en las escaleras y una jofaina para lavarse. Aquella mejora en la instalación del agua potable permitió que, poco a poco, se instalaran grifos en las casas para el consumo, debiendo ir el resto de habitantes a buscar agua a las fuentes públicas. Las instalaciones hoteleras, durante la década de 1930, eran las siguientes, según se desprende del estudio del economista Joan Carles Cirer Costa publicado en su libro ‘De la fonda a l’hotel’, Edicions Documenta Balear, 2004:

Ciudad de Eivissa: 1930 – Pensión La Marina y Pensión El Comercio; 1932 – Hotel Balear; 1933 – Gran Hotel Ibiza; 1934 – Hotel España y Hotel Isla Blanca.

Sant Antoni de Portmany: 1932 – Pensión Esmeralda y Pensión Miramar; 1933 – Hotel Portmany y, posiblemente, el Hotel Ses Savines; 1935 – Hotel San Antonio.

Santa Eulària des Riu: 1932 – Hotel Cosme y Hotel Royalty; 1933 – Hotel Buenavista.

Según el mismo autor, algunos de estos negocios de hostelería y otros de bares y fondas eran regentados por extranjeros, preferentemente alemanes.

Debemos suponer que la mayoría de estos establecimientos hoteleros no tenían baños individuales, siendo lo más común un baño por planta, lujo al que no tenían acceso las casas particulares, como he dicho anteriormente, que no dispusieron de este necesario servicio de higiene hasta bien entrada la década de 1960.

Referente a la comida en aquella década, no debía ser abundante pero tampoco escasa, siendo de buena calidad, integrada, básicamente, por las verduras, las legumbres, los arroces, los pescados y los hervidos, escaseando más las carnes. La época de mayor escasez fue después de la guerra civil española, coincidiendo con el inicio y desarrollo de la II Guerra Mundial, por el bloqueo de las democracias europeas al régimen de Franco, bloqueo que fue suavizándose, poco a poco, a partir de 1951 y que culminó, en 1955, con el reingreso de España en la ONU.

María Teresa León y Rafael Alberti con las tropas republicanas en el puerto de Ibiza en 1936. Foto del libro ‘Rafael Alberti en Ibiza’ de Antonio Colinas. Tusquets Editores, 1995

En este marco, comenzaron a llegar a Ibiza diversos personajes de la cultura española y extranjera, coincidiendo en el tiempo algunos de ellos. Para los extranjeros era habitual sus encuentros en bares regentados por extranjeros, ya que la relación de aquellos con los personajes e intelectuales ibicencos era escasa, pues vivían en dos mundos diferentes y era difícil la comunicación entre ellos por el idioma, aunque no debemos olvidar que, en Ibiza había emigrantes ibicencos que habían aprendido a hablar francés o inglés por su estancia en Argel o Estados Unidos, por haber estudiado en el Instituto de Bachillerato aprendiendo también aquellos idiomas, o por haber ido aprendiendo algunas palabras de los jans, apodo que se daba a los marineros de los países del norte de Europa que recalaban con sus barcos en nuestro puerto a la espera de su carga de sal de nuestras salinas.

De los personajes del mundo de la cultura que nos visitaron, residiendo alguna temporada entre nosotros, y que dejaron memoria de su paso por la isla  destacaré al filólogo Walter Spelbrink, que nos visitó en 1931, al igual que el pintor Médard Verburgh, que permaneció en la isla hasta 1935; el escritor y músico Elliot Paul, que nos visitó en 1931 y permaneció entre nosotros hasta 1936; este personaje interpretó música de jazz con su orquesta en el American Bar (antiguo Bar Dorado) y escribió la novela ‘The Life and Death of a Spanish Town’, ambientada en Santa Eulària des Riu durante el inicio de nuestra guerra civil; el escritor y crítico de arte Jean Selz, que residió entre nosotros de 1932 a 1934, siendo quien acogió al filósofo Walter Benjamin, que residió en Sant Antoni de Portmany en 1932- y 1933; el arquitecto Josep Lluís Sert, que nos visitó en 1932 y en varias épocas posteriores (sus restos están inhumados en el cementerio de Jesús);  el pintor Laureano Barrau, que fijó su residencia definitiva en Santa Eulària des Riu a partir de 1932; el pensador, fotógrafo, escritor, pintor y poeta dadaísta Raoul Hausmann, que nos visitó de 1933 a 1936; el escritor Pierre Drieu de la Rochelle, que nos visitó en 1933; las pintoras Mary Smith y Frances Hodgkis, que nos visitaron en 1933; el arquitecto, urbanista y pintor Erwin Broner, que nos visitó por primera vez en 1933, fijando su residencia definitiva en Ibiza en 1959, estando enterrado sus restos en el cementerio de la ciudad de Eivissa; el pintor y fotógrafo Otto Wolfgang Schulsze ‘Wols’, que nos visitó de 1934 a 1936; el pintor, ilustrador y diseñador gráfico Will Faber, que nos visitó de 1934 a 1936 y en épocas posteriores; el escritor Albert Camus, que nos visitó en 1935; el poeta Jacques Prévert, que nos visitó en 1936; los escritores y poetas Rafael Alberti con  María Teresa León, que nos visitaron en 1936, coincidiendo con el inicio de nuestra guerra civil, y el pintor Bertil Sjöberg, que residió entre nosotros en los años 1939-40 y en años posteriores.

La guerra civil española hizo que los extranjeros que aún quedaban en Ibiza en aquella década se marcharan de la isla, al ver el cariz que tomaban los acontecimientos al alinearse el régimen fascista español, que, finalmente, ganó aquella guerra, con el régimen nazi alemán. Otra guerra europea de por medio no procuraría el regreso de artistas e intelectuales a nuestra isla hasta bien entrada la década de 1950. Y es que Ibiza es una isla de mundos, de muchos mundos.

Por Juan Antonio Torres

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