@H.E./ Esta frase de la película ‘En busca de la Felicidad’ puede parecer una chorrada, pero no lo es tanto: “Eh! Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo, te dirán que tu tampoco puedes. Si quieres algo ve a por ello y punto”.
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A mi, que la asignatura de Religión cuente en la nota media para optar a unas las becas, o que puedas repetir curso por ella, me da igual. Quien no la quiera, que no la elija. España es un país católico aunque en la Constitución ponga que es «aconfesional». Lo que me parece extremadamente ridículo y patético es esto que he leído en la prensa: «El ministerio reserva 5 MILLONES DE EUROS, un 10% del total del presupuesto de la aplicación de la ley durante el primer año, para escolarizar a unos 1.000 niños que, según sus propios cálculos, tienen padres que quieren que el castellano sea su lengua vehicular en el colegio”. No conozco a nadie que resida en un lugar de habla catalana que no sepa el castellano; en cambio, de personas que sólo saben castellano hay miles. 5 millones de euros para resolver un problema que no existe.
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Ahora mismo hay por ahí una persona que le falta media cráneo porque, los médicos al ver que no tenía papeles (después de abrirle el cráneo), la dejaron así. No es Kenia, ni Marruecos, ni Guinea. Es aquí mismo. Es para reflexionar y dejar de ser cínicos: dan asco y nosotros también por permitirlo.
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Ayer soñé que mi abuelo se cruzaba conmigo en una calle de arena. Era la calle de debajo de su casa. Él iba con un traje gris y gastado; y andaba a pasos largos y fuertes, como andan los locos, mientra golpeaba las paredes con un bastón y vociferaba fórmulas matemáticas como si de un alquimista del medievo se tratase. Yo fui corriendo hacia él, le abracé y se desplomó en mis brazos. Un peso ligero entre mis brazos que vociferaba fórmulas antiguas. Una voz antigua que se iba difuminando entre mis brazos mientras le decía «¿Qué te pasa abuelo? ¿No estás contento de verme? Has vuelto. Soy tu hijo. Paseemos juntos. ¡Qué bien!» Y él se puso a maldecir, a llorar y a golpear con el bastón en el suelo. En mis brazos, fue intercalando unas palabras entre las fórmulas. Cerré los ojos, me tembló el labio inferior, una mejilla, y él desapareció mientras el viento arrastraba una voz con pena: Yo te enseñé a volar. ¿Por qué no vuelas?