La primera vez que me enamoré de Erwin Bechtold (Colonia, Alemania, abril de 1925 – Ibiza, septiembre de 2022) fue hace exactamente 17 años. Era agosto de 2005 y yo trabajaba en el periódico Diario de Ibiza, que entregaba sus premios Illes Pitiüses al pintor junto con la profesora de música Lina Bufí y las Trinitarias.
Cuando nombraron a Bechtold, él emergió de su butaca con su más de metro noventa de estatura y subió al escenario en dos zancadas con sus larguísimas piernas y su sonrisa perenne. Allí, con un fuerte acento alemán pero en perfecto castellano, hizo un breve y precioso discurso con el que conquistó a todos los presentes.
Me enamoró en el preciso momento en el que explicó, de una manera cristalina y sincera, el flechazo que sintió por Ibiza la primera vez que la pisó tras desembarcar en el puerto en un día lluvioso y oscuro (creo que era el año 1954). Comparó ese enamoramiento, radical e inevitable, con la primera vez que vio a Christina, su excepcional mujer, en Barcelona. Entre el público busqué, curiosa, a la destinataria de esas palabras tan hermosas y vi los rizos rojos de Christina y me pareció intuir el brillo de la emoción en sus ojos.
La segunda vez que me enamoré de Bechtold fue en el año 2006. Ese día me tocaba cubrir los Premios Ramon Llull, que se entregaban en el Recinto Ferial de Ibiza y Bechtold era uno de los galardonados. El ambiente era muy tenso en el exterior. Cientos de personas del movimiento contra las nuevas carreteras de Ibiza gritaban contra el Govern y el Consell, gobernados ambos por el PP en aquel momento, y hacían sonar cacerolas y silbatos. El ambiente estaba tan encendido que había un amplio despliegue policial y fue la primera vez que tuve que identificarme como periodista en Ibiza. Saqué el carnet de prensa y entonces vi a Erwin Bechtold que se acercaba a mí. Me confesó que estaba triste por tener que recibir un premio en esas circunstancias y sin presencia de partidos de izquierda en el acto (en protesta por los proyectos de las carreteras), de modo que no estaba representada toda la sociedad ibicenca. Lo vi de veras apesadumbrado porque él simpatizaba con la causa antiautopistas. Me conquistó su honestidad.
La tercera vez que me enamoré de Bechtold fue gracias a que participé de manera directa en la grabación del documental Erwin Bechtold, retrato de un artista, de Enrique Villalonga. Nos embarcamos en aquello sin medios ni ayudas pero el resultado no solo fue muy bueno sino que me permitió conocer más en profundidad a un artista vitalista, simpático, elegante, generoso como pocos y brillante en todas las disciplinas que abordó a lo largo de su vida, que fueron desde la pintura a la arquitectura, pasando por el diseño gráfico o el interiorismo. Adoré a Christina, su mujer, desde el primer momento que puse un pie en la casa de Sant Carles y pude compartir con ellos un té y un pedazo de tarta. Puedo decir que no solo me enamoré de ellos sino de la casa, que es una delicia de reinterpretación de la arquitectura ibicenca mezclada con la visión arquitectónica de Bechtold, y que fue punto de encuentro de artistas, escritores, cineastas, fotógrafos… todos en su larga nómina de amigos.
Pero lo que más recuerdo ahora es su conversación, que era siempre interesante e interminable, con esa energía que no sé de dónde demonios salía y que yo creo que tiene mucho que ver con no haber tenido más jefe que su propia musa.
Pero lo que más recuerdo es su conversación, que era siempre interesante e interminable, con esa energía que no sé de dónde demonios salía y que yo creo que tiene mucho que ver con no haber tenido más jefe que su propia musa.
Desde entonces y cada vez que lo volvía a ver me recibía con un abrazo, con una sonrisa, con ganas de saber cómo estaba y con muchas más ganas de debatir sobre esto y sobre aquello.
Hoy escribo esto con lágrimas en los ojos, sin poder creer todavía que no volverá a haber ese encuentro y ese abrazo.
Ibiza pierde muchísimo sin su presencia, la de un hombre que llevó el nombre de la isla a los espacios culturales más importantes de Europa y que quiso a Ibiza hasta el tuétano, como a su amor de vida, Christina.
Se cierra con él un largo capítulo de lo mejor del arte en esta isla. Una calidad humana y artística difícil de repetir.
Hasta siempre, querido Bechtold.