Hace algunos años, cuando algún amigo peninsular me preguntaba cuál era la mejor época para visitar Ibiza, siempre respondía lo mismo: junio o septiembre, preferentemente el primero de ambos, por los días tan largos y porque el personal de restaurantes, hoteles, etcétera, aún andaba fresco y la simpatía le salía espontánea, sin necesidad de forzarla. Hoy, aquellos que demandan una opinión al respecto reciben una respuesta completamente distinta: el invierno. El agobio ya no varía, incluso en los meses situados a los extremos de la temporada. Durante seis meses, a los oriundos sólo nos queda recluirnos en nuestros hogares, evitar las carreteras en la medida de lo posible y rebuscar infructuosamente recovecos sin gente en las orillas de escollos, claramente en peligro de extinción por obra y gracia de Instagram.
Sin embargo, en estos albores del invierno, cuando el calor extremo ya ha concedido una tregua, han concluido los closing y la mayor parte de los hoteles han bajado la persiana, Ibiza vuelve a parecerse un poco a la de antaño y por fin podemos reconciliarnos con ella. Los turistas acelerados han regresado a sus hogares y los que quedan han venido a gozar exclusivamente del mar –aún lo suficientemente cálido como para zambullirse en él sin sufrir calambres–, los paisajes, la idiosincrasia, los arroces y esta renovada tranquilidad que nos proporciona el necesario alivio y evita que salgamos huyendo de la isla por un motivo distinto a la carestía de la vivienda. Algunas tiendas y chabolas de los recientes poblados, un fenómeno impensable hace algunos años, también se desmontan y sus ocupantes encuentran refugio hasta la próxima temporada en otras latitudes, donde la garrafa de agua o el bote de detergente no salen a precio de oro.
El primer indicio del advenimiento del cambio es la ausencia de la calima. Los cielos encapotados por el velo de la canícula se tornan limpios y transparentes, exhibiendo una luminosidad y un azul colosales, y en cuanto caen unas gotas, los pinos también se desprenden de la mugre acumulada en verano, dejando que su espléndido verdor sea mecido por el viento. Las calas, ya exentas de hormigueros humanos, camas balinesas y ese repulsivo lujo de cartón piedra, recuperan los hipnóticos turquesas y esmeraldas de las estaciones pretéritas, cuando las orillas aún no habían perdido su vivacidad y transparencia por el lastre de las microalgas, los vertidos, la saturación humana y los fondeos masivos. El final de octubre, en definitiva, constituye esa dulce transición en que Ibiza deja de ser Las Vegas y vuelve a ser Ibiza.
Las Vegas es, sin duda, uno de los destinos turísticos más insólitos del mundo, esencialmente porque fue construido de la nada, en mitad del desierto de Mojave. Antes de que Bugsy Siegel erigiera el Flamingo con el dinero de la mafia del norte y los casinos y hoteles temáticos, con sus pirámides, torres Eiffel, góndolas venecianas y templos romanos, se expandieran entre yucas y nopales, por allí sólo transitaban alacranes, serpientes de cascabel y los indios paiutes, tratando de cazar alguna liebre que llevarse al gollete.
La única forma de traer prosperidad a semejante erial inmundo era llenarlo de luces de colores, pantallas gigantes, vicio, juego desbocado, despedidas de soltero, bodas etílicas improvisadas y el más exacerbado horterismo, y la jugada acabó resultando maestra. Hasta se expandió por el mundo ese lema de que “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, que también tiene su versión ibicenca. Hoy, la ciudad de Nevada está considerada la principal capital mundial del entretenimiento, en base a dos grandes pilares: los casinos y la industria del ocio y el espectáculo, que sigue congregando a los más importantes artistas norteamericanos, como ya ocurría a partir de los 50, con el desembarco de Frank Sinatra, Dean Martin, Jerry Lewis, Elvis Presley y tantos otros, en las principales salas de fiestas de aquella urbe.
Ibiza, por el contrario, no era un páramo cuando empezó el turismo. Había playas paradisíacas, pueblos encantadores, una gastronomía extraordinaria, una cultura ancestral, monumentos sobrecogedores, unos parajes naturales tan bellos que cortaban el aliento y ni un solo animal ponzoñoso. No existe una palabra menos indicada para definir aquella isla que “desierto”. Sin embargo, desde entonces y por razones que se nos escapan –salvo el cortoplacismo más obtuso, la avaricia desmedida y la nula empatía hacia las próximas generaciones–, existe una creciente legión de avaros, foráneos y nativos, que se empeñan en convertir Ibiza en Las Vegas, arrinconando sus auténticos valores y atractivos, y apostando por una industria de cartón piedra que imita con notable éxito a la de Nevada.
Ahí radica la razón por la que la felicidad otoñal que ahora nos embarga nunca acaba de ser completa: tiene fecha de caducidad. Sabemos que el año que viene, llegado el mes de abril, Las Vegas volverá a abrir sus puertas y seguirá expandiéndose y engullendo, años tras año, dentellada a dentellada, cada reducto de nuestra Ibiza.
Por alguna razón, mientras se producía la metamorfosis de todos los años en que Ibiza trasmuta a Eivissa, me ha venido a la memoria, de manera recurrente, ese personaje atrapado en la luminosa oscuridad de la ciudad de los casinos y en la negrura autodestructiva de su propia alma, que interpreta magistralmente Nicholas Cage en la película que proporciona título a este artículo. Al final, como no podía ser de otra manera, acaba destruido por sus demonios. Mis disculpas por el espóiler.
@xescuprats
La estacionalidad tan marcada que tenemos nos ofrece cada año la posiblidad de enmendar errores y corregir el rumbo. La isla se vacia y nos ofrece una oportunidad de volver a empezar . Pero está claro que no interesa cambiar nada. Cada año a peor. Si esta temporada ha habido más caravanas y asentamientos que la anteor la que viene habrá más . Igual con el intrusismo en todos los secototes, chef a domicilio, taxis pirata, vivienda , náutica….
Y ahora empieza el desfile de nuestra clase politica por las ferias de turismo hablando de gastronomia, de la Ibiza patrimonio y demás…. Ni ellos mismos creen en esta Ibiza que salen a vender.
Que lástima….
entonces primer ano de campamientos legalizados frente mercadona feria, san an bfit, carnicero, talamanca, etc porque es simple porque no es normal que te piden 6 meses por adelantado mas 2 de fianza quien se toma el riesgo para luego compartir habitaciones caro XICU? lo adelantas tu ya que son todos pageses? esta todo en mno de 5/6 familias, ya sta! MATUTES, PARROT, PALAU, ISLASFALTO, FITA, RAMPUXTA, es un cartel HALLOOOOOO