@Miguel Vidal / “Volveremos”, decía al final del partido un exhausto Juanfran, que apenas pudo llegar hasta el micrófono por su propio pie. Era la viva imagen de un Atlético que luchó hasta la última gota física, y de una afición entusiasta que cuarenta años después volvía a ver como la gloria se les escurría de las manos en el último suspiro del partido.
Lisboa ha sido una copia cruel de lo ocurrido en 1974 en el Estadio Heysel de Bruselas. Se adelantó Luis Aragonés de libre directo y cuando ya en la grada la afición celebraba el título empató el Bayern y ahí se esfumó el sueño. El propio Aragonés declaraba camino del vestuario que en el partido de desempate no tenían nada que hacer: estaban exhaustos, deprimidos, vacíos de moral. Gárate lo achacaba a una borrachera de gloria viendo aquél mar de banderas atléticas “que hizo que no supiéramos donde estábamos”. Y sí, estaban en una final europea, ante el partido más exigente y frente a rivales –ayer el Bayern, ahora el Real Madrid- que luchan hasta el final. Rivales que nunca bajan los brazos.
El Atlético ha salido de Lisboa con la cabeza alta y quisiera creer que con la lección bien aprendida. Anoche cometió algunos errores imperdonables en un equipo que aspira a lo máximo. El primero de ellos, la alineación de Diego Costa, que no estaba en condiciones de jugar como quedó claro a los pocos minutos. El segundo gran error, los cambios, especialmente el primero de ellos, la salida del argentino Sosa por Raúl García en unos momentos en que el Atlético necesitaba reposar el juego, serenarse, ante los arreones de los blancos. Mario Suárez o Diego habrían cumplido este papel. Estoy seguro que cuando Simeone reflexione sobre lo ocurrido se dará cuenta de que no supo estar a la altura del partido. La cruel derrota –cruel en todos los sentidos, pero especialmente en el marcador- le despertará.
En cuanto al Real Madrid, con Cristiano mermado físicamente, pocos detalles interesantes hasta que Sergio Ramos, a un cuarto de hora del final, gritó aquello de “perdidos al río” y todos se fueron al ataque como posesos enarbolando el “espíritu blanco” de la historia, de la fe inquebrantable en la victoria, de Di Stéfano que lo veía desde su casa, de Paco Gento que estaba en la grada, al igual que Raúl González Blanco, de la épica en suma.
La “décima” tantas veces soñada, tantas veces perseguida, acabó cayendo en el zurrón blanco y Carlo Ancelotti, que como jugador de aquél Milán de los Van Basten, Gullit, Rijkaard, Baresi y Paolo Maldini, y posteriormente como entrenador, que ya sabe lo que es ganar la Champions con el equipo milanista, entra en la historia como el “míster” que supo llevar al Real Madrid otra vez a lo más alto. Una historia que se repite porque el Madrid no se olvida nunca de ella.