Existe una corriente social, empresarial y periodística a la que le salen sarpullidos cada vez que alguien lanza la menor crítica a la situación actual de Ibiza y emplea términos como agobio, saturación, congestión, exceso, carestía, etcétera. Los ofendidos por estas críticas, aunque no vayan contra ellos, son contrarios a verter la menor opinión en contra del sistema ultraliberal, sin apenas límites, que nos gobierna a casi todos los niveles y tampoco son partidarios de que se produzcan intervencionismos de calado desde el ámbito público. Piensan que en Ibiza todo debe seguir igual, en manos de las mismas empresas poderosas que hacen y deshacen a su antojo, incluidas algunas multinacionales recién llegadas que, a base de tirar de chequera, cada vez adquieren mayores cuotas de poder, incluso más allá de sus propios negocios.
Los ofendidos, desde radio, prensa y televisión, proclaman que los ibicencos debemos callar, decir amén ante cada nuevo disparate que se perpetra en la isla, hacer genuflexiones ante el paso del poderoso y dar las gracias por la vida que tenemos, que no es perfecta, pero resulta mucho más segura, fácil y confortable que la que sufrían nuestros abuelos, que no tenían más alternativa que recoger almendras y algarrobas, y trabajar el campo de sol a sol. Como si todo fuera blanco o negro y no pudiésemos aspirar a una sociedad mejor. Estos personajes que pululan como prescriptores de la verdad absoluta ni siquiera aceptan algo tan básico como el derecho del ibicenco a analizar y tratar de mejorar aquello que le afecta en el día a día y, muy especialmente, la isla que va a dejar como herencia a sus hijos y nietos.
Quienes no aceptan que el residente alce la voz no dudan en calificarle de infeliz y resentido, cuando es justo lo contrario: su amor por la tierra le impulsa a conservarla y tratar de apagar la hoguera en la que comienza a arder cada resquicio de su cultura, su forma de vida y sus tradiciones. La lista de temas tabú sobre los que no se puede hacer ruido es enorme: no se pueden censurar los excesos del sector del ocio porque sin su existencia Ibiza moriría como destino turístico. No importa la verdad revelada durante los veranos del Covid, que nos demostraron que existe otra versión turística de Ibiza mucho mejor y más sencilla para convivir. Quienes manejan los hilos ya han hecho innumerables movimientos para que lo olvidemos y, además, han sentenciado qué es lo que más nos conviene; sobre todo a ellos.
Tampoco debemos censurar que beach clubs y hoteles discoteca llenen de ruido las playas y acaben privatizando, a base de clavadas, un entorno natural y público. Tampoco está bien visto lamentar que la vivienda se haya vuelto inalcanzable para los isleños o los disparates urbanísticos que se han producido y siguen produciendo en lugares como Cala Xarraca, porque su existencia beneficia al conjunto de la economía insular. Prohibido, asimismo, aludir a los atascos en las carreteras a todas horas y en todas partes, y nada de proponer límites a la llegada de vehículos a la isla porque tal razonamiento, si fuera por estos alérgicos a la crítica, supondría automáticamente condena de exilio.
Todos estos ofendidos tildan de supremacistas a quienes lamentan que los restaurantes de pescado de toda la vida acaben siendo adquiridos por fondos de inversión y buitres de toda ralea, que los convierten en chiringuitos elitistas que nada tienen que ver con la cultura isleña, donde se tima sistemáticamente al turista y, por supuesto, al residente que comete la torpeza de sentarse a su mesa. No se debe criticar la excesiva presencia de cruceros, por contaminantes que sean y escasos resultados que produzcan; ni a los cochinos que viajan a bordo de los megayates, que si fondean sobre posidonia mejor y cada vez que hacen una fiesta a bordo, en Porroig o dónde se encuentren, la costa amanece llena de latas, vasos y demás porquería que ellos lanzan por la borda. Como dejan mucho dinero, hay que concederles patente de corso.
La legión de ofendidos, o llamémosles directamente pelotas, únicamente obedecen a las voces de sus amos, que se pasan el interés público por el arco del triunfo, defendiendo exclusivamente sus intereses empresariales, que con el mayor de los descaros nos venden como comunes, pretendiendo que comulguemos sin rechistar con sus ruedas de molino. Nos quieren mansos, callados ante la mentira y que no exista una visión alternativa a la suya respecto a cómo deben hacerse las cosas.
A estas alturas, los ofendidos ya deberían ser conscientes de que su menosprecio únicamente logra el efecto contrario al deseado. Cuanta más irritación exhiben estos voceros de intereses económicos muy concretos, más ganas le entran al crítico de reiterar sus pensamientos y seguir proponiendo una visión alternativa a este rumbo errático. No existe, de hecho, mayor incentivo que la displicencia, la chulería y la altivez.
Os veo un tanto alicaídos a Batman y Robin este verano. Está claro que ya no te da tanto trabajo es «güelo» y hay que buscarse la vida. Pero vamos, no tengo ninguna duda que encontrarás a otros incautos que te den bola y necesiten ser asesorados, aunque sea gramaticalmente. Un ofendidito.
Totalmente de acuerdo con el artículo…y mientras tanto…Eivissa sigue cada año peor..y en poco tiempo cuando las aguas ya no sean transparentes y ni los forrados quieran venir… «los ofendiditos» llorarán…y se tendrán que buscar otro territorio para destrozar…y sus nietos también.
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Ofendiditos por siervos
Es «canets» de s´amo son com es cans de s´hort,ni mengen ni deixen menjar..
Cuando hablas de «empresas poderosas» incluirás a las que son ibicencas y las políticas ultra liberales de las administraciones publicas de la isla (salvo alguna excepción) que les importa un pepino todo lo que describes y la verdadera realidad de las Pitiusas en estos momentos y que no la ven ellos.