José Manuel Piña Vives / Primero llamaron la atención de unos turistas que se achicharraban bajo el sol de las murallas, pero no hicieron mucho caso. Habían comprobado que Eivissa acoge cálidamente a todo bicho viviente. Fueron los vecinos de Dalt Vila quienes se dieron mutuamente la voz de alarma por medio del guasá. Uno de ellos, más decidido o más timorato, propuso llamar al 112 y así lo hicieron.
Personadas en el lugar, las fuerzas de seguridad se sintieron impotentes ante aquella insólita invasión que parecía aumentar a cada momento. Los buitres carroñeros tienen también su guasá y fueron abandonando el desierto de Arizona para concentrarse sobre el tejado e Can Botino, donde pretendían pegarse el gran banquete.
Muerto Chanquete por enésimo verano azul, había que suministrarse nuevas fuentes de abastecimiento. Así que con el tiempo que hace que el Ayuntamiento de Vila huele a muerto, la intendencia estaba asegurada. «¡Hostia, si eso parece la película de Hitchcock!», puso en guardia a los demás un miembro del Seprona muy cinéfilo. «Mientras no se parezca a ‘Viven’, replicó su compañero acordándose de la cinta que relata la tragedia de los pasajeros de un avión siniestrado en Los Andes.
Simultáneamente, en el interior del edificio, Juan Daura presidía un pleno municipal al que sólo había asistido él. Los bancos estaban vacíos y el alcalde en funciones echó de menos incluso a la oposición. Fuera, la bandada de buitres afilaba las garras y sobrevoló el edificio hasta que por la entrada apareció el primer cadáver.