En estas últimas semanas se ha comentados en todos los medios, la opinión manifestada por el ministro de Consumo, Alberto Garzón, referente a la instalación de macrogranjas. Esta sensata opinión, avalada por muchos países de la UE, expresaba el rechazo a una industria ganadera intensiva, por el conjunto de acciones nocivas sobre el medioambiente, sociales, y maltrato animal, que acompañan el ejercicio de esta actividad.
Pues bien, dado que llevo estos últimos años reflexionando sobre la cuestión de la masificación turística y la capacidad de acogida de los territorios insulares, se me ocurre relacionar las macrogranjas y la masificación turística y analizar las posibles concomitancias entre unas y otra.
Analicemos la cuestión de las macrogranjas. Por aceptación, una macrogranja es una explotación con varios miles de cabezas a las que se colocan en un espacio cubierto, que mediante una compartimentación extrema, sirve para criar a estos animales. Necesita como anexo forzoso a la explotación, un espacio abierto para almacenar los excrementos que se producen diariamente y que en un breve espacio de tiempo producen la contaminación del suelo y del aire. De tal forma que resulta problemático la coexistencia de viviendas a su alrededor. Todo el montaje se solventa con la intervención de cuatro operarios. Una adenda para subrayar que estas explotaciones, las llevan a cabo personas jurídicas y fondos de inversión, con lo cual los ingresos que se generan se evaporan de la región donde se implantan.
Analicemos la masificación turística. Mediante packs de viaje cerrados y con transporte low cost, se trasiegan todos los años millones de personas foráneas, a las islas de Eivissa y Formentera, la mayoría en un espacio de tiempo que no pasa de los cuatro o cinco meses (la temporada). Se alojan en establecimientos al efecto, o en casas vacacionales para el florecimiento de la capilaridad económica, disponiendo las noches al disfrute del ocio nocturno y los días para dormitar en las playas (con beach-clubs, por supuesto). Así, se genera una movilidad descomunal, una producción de residuos que cuadruplica la de los residentes en invierno, que necesita la generación del 400% de la energía eléctrica normal, y que precisa la aportación de un 300% más en el consumo de agua potable. El tratamiento de aguas residuales se colapsa y se producen vertidos incontrolados y no depurados, al mar o en el interior. En el aspecto social, se produce un incremento rampante de los alquileres de las viviendas y un estancamiento de la riqueza generada, en unas pocas manos con mayoría en sociedades con sede en el extranjero y en paraísos fiscales, por supuesto. Los salarios extremadamente bajos y con horarios laborales extenuantes, cierran la cuadratura del escenario (libre mercado, le llaman).
Y aquí la comparación. Resulta sorprendente que las concentraciones de cabezas de ganado y la masificación turística, tengan tantos elementos señalados en común. Si a casi todos les parece razonable oponerse a la aglomeración de cabezas de ganado en macrogranjas por el constatable perjuicio medioambiental y social que originan. Entonces, ¿no será asimismo razonable oponerse a la aglomeración de millones de turistas todos los años, en la misma época? ¿No sería coherente plantear la capacidad de acogida de visitantes (granjas de explotación familiar), de forma que hubiera pan para todos (y mejor repartido) durante un periodo razonable y extenso de tiempo?
Xavier Llobet,
arquitecto.