Llegó también la guerra un mal verano
Ángel González
Lo normal es que las guerras empiecen en verano. El propio Julio César lo tenía claro: «Frigus Praesent nec sagittis tangunt» o, lo que es lo mismo, «Hace mucho frío, no me toquéis los cojones». El verano es conflictivo, provocador, aptísimo para el gin-tonic y para la discusión de terraza. El verano, con su canción, su chiringuito, sus underboobs y sus fotos de pinreles en Instagram es el caldo de cultivo perfecto para las guerras mundiales, las guerras civiles y para la guerra que da la familia de vacaciones. El verano del ’14 —el de 1914— fue uno de los más calurosos y agradables jamás arrojados sobre Gran Bretaña. Los británicos y las británicas se acumulaban sobre las tablas del malecón de Brighton, los poetas conversaban utilizando el pentámetro yámbico y cantaban los pajaritos pío pío pío (tweet tweet tweet). Luego estalló la guerra, claro, porque era verano, y la cosa se jodió lo que viene siendo del todo. Hace cien años de aquello. Llegó la primera batalla de Ypres y otras muchas. Dos años después tuvo lugar la trágica batalla del Somme, donde murieron más de 20.000 británicos… el primer día. Mi bisabuelo estuvo en ambas y sobrevivió, improbabilidad que me llevó a escribir, en el noventa aniversario de la batalla, los versos «Mi sangre estuvo en Somme, estuvo en Ypres», no sin ciertas ínfulas y pretensiones malsanas. Bien. Este hombre se llamaba Frank Mead (ojo, pronunciado Mid, cabrones) y desentenderme hoy de esos versos sería un poco como desentenderme de la memoria de este hombre que tanto sufrió en las trincheras. Pero ay, Frank, las cosas han cambiado mucho. Hoy el grueso abrigo que utilizabas para protegerte, como podías, de la lluvia y el frío, ha pasado a llamarse simplemente ‘trench’ (sin que nadie piense en las trincheras al decirlo) y las it girls —no puedo explicarte ahora lo que es una it girl, querido Frank— lo han convertido en lo más in.
Ser británico ya no es lo mismo, querido Frank. Siento decírtelo. Si quieres mi opinión creo que siempre lo hicimos un poco mal, pero me temo que ahora lo hacemos peor. Por lo menos antes éramos unos colonizadores con mucha mala hostia y mucha clase y podíamos contar con el socorrido Michael Caine para hacer de oficial enamorado en cualquier momento. Ahora Michael Caine protagoniza ‘Viaje al centro de la Tierra 2’ y cualquier día de estos se nos muere Sir Ben Kingsley y, sinceramente, ya no habrá salvación posible. ¿Cómo hablarán los poetas, dentro de cien años, de las hazañas británicas del verano de 2014? «Mi sangre estuvo en Magaluf, o eso me contaron». Joder, hasta hace dos días ser británico molaba: no había por donde pillarnos; que si la Thatcher era una hija de la gran chingada, pues os hacemos la peli ‘La dama de hierro’ y os la coméis con patatas; ¿que si hemos colonizado, violado, esclavizado y asesinado a millones de personas? Anda, cierra la boquita y ahorra para las entradas de reventa de los Rolling, alma de cántaro. ¿Hemos sido malos? Sí. Pero también somos James Bond. ¿Hemos sido criticables? Los primeros. Pero no dábamos asco. La próxima vez que discuta con mi queridísimo amigo Javier, argentino de pro, sobre The Falkland Islands (que él insiste en llamar Las Malvinas), ¿con qué cara puedo asegurarle que estas islitas nos pertenecen? ¿De dónde saco yo, ahora, la arrogancia necesaria para una mirada soberana e impasible? Me mandará, como hace siempre justo antes de que salgamos juntos de su casa a perseguir las últimas terrazas de Lavapiés, a mamarla, y quizá, como joven británico en territorio extranjero, me toque hacer precisamente eso.