La Mirada de Juan Antonio Torres
La llegada del buen tiempo durante el mes de junio animaba a las gentes de la ciudad a acercarse al mar o mirarlo con otros ojos más tranquilos y expectantes ante la proximidad del comienzo de los baños. La fiesta de Corpus Christi había sido la señal de salida para aligerarnos la ropa del invierno y comenzar a vestir de forma más veraniega.
El mar envolvía casi por completo el perímetro de nuestro municipio, si exceptuamos la zona noroeste de la campiña hacia el municipio de San Antonio, y podíamos disfrutarlo desde muchos lugares. El puerto y el antepuerto cubrían el horizonte marítimo norte y noreste de nuestra mirada; el Botafoc y Formentera cubrían nuestra mirada este y sureste; las zonas de el Soto y los bajos del sur del montículo de los Molinos cubrían nuestra mirada marinera hacia el sur, siendo las playas de Figueretas y d’en Bossa las que cubrían nuestro horizonte hacia el sureste y el oeste.
Antiguamente, la época de baños en las playas no solía comenzar hasta la festividad de San Cristóbal, el 10 de julio, tal como nos lo recordaban las noticias de los diarios y semanarios del siglo XIX, junto a sus estrictas normas públicas para bañarnos. Sin embargo, el buen tiempo estival que se iniciaba durante el mes de junio animaba a los vecinos de Dalt Vila y la Marina a mirar con buenos ojos el mar desde diversas zonas. Los de la parte alta de la ciudad lo miraban ya fuera desde la plaza de la Catedral, desde el balcón del Revellín de la plaza del Ayuntamiento, desde el Soto o desde las murallas del baluarte de Santa Lucía o de San Juan, a la vez que algunos se animaban a ir a pescar o a merendar junto al mar en la zona de s’Aranyet, detrás de la catedral.
Los residentes en la Marina tenían la opción de ir paseando hasta el Muro para disfrutar de las vistas y la brisa marina, a la vez que podían ver el trasiego de barcos entrando o saliendo; algunos sacaban sus cañas de pescar y se acercaban a los muelles o a las zonas rocosas cercanas para disfrutar de ese deporte y, con suerte, llevar algún pescado a la mesa de la casa. También se aprovechaba el comienzo del buen tiempo para hacer excursiones a pie o en bicicleta a las lejanas zonas del Botafoc o sa Punta des Molí (actual zona de’s Vivé) en los inicios de la playa de’n Bossa. Estas excursiones, por lo alejado de los lugares, aunque cercanos a la ciudad, debían hacerse en domingo o festivo, pues la mayoría de la gente no trabajaba esos días. Para estas excursiones había que aprovechar todo el día para comer junto al mar, llevando ya la comida hecha desde la casa en el socorrido capazo. En algunas ocasiones, una caña de pescar servía para pasar algunos momentos mirando la superficie del mar, con gran paciencia, para ver como los peces comían el anzuelo.
En alguna casa se podía escuchar por la radio una melódica canción de Jorge Sepúlveda, puesta de moda desde su estreno en 1948, canción en forma de bolero que adoptaron inmediatamente las orquestinas de baile y que provocaba el anhelo del disfrute del mar en los ya cercanos y tibios días del verano: Mirando al mar soñé / que estabas junto a mí. / Mirando al mar yo no sé qué sentí, / que acordándome de ti, lloré….