Venían las lluvias del verano y la prensa que había sellado un jugoso convenio con las vaquerías se apresuraba en contarle al mundo las noticias del día, según el prisma del momento. Los ciudadanos pudientes, ajenos al barullo que se fraguaba más allá de sus torres, aguardaban las noticias y la leche del desayuno que dispuestos ya estaban para su recogida y seguir contentos en lo que para ellos era un mundo ordenado.
En ese mundo ordenado ya no se discutían las preguntas que fomentasen la curiosidad ni se cuestionaba por el llanto del vecino. La pregunta que se cernía sobre las vidas de todos los seres sintientes y la más importante versaba sobre la luz. Luz que no era divina, sino que su procedencia, como bien se realzaba en los recibos, provenía de una planta eléctrica. Y así y debido a ese curioso acuerdo comercial, la leche se convirtió en el elemento principal en todas las dinámicas sociales: se limpiaban las calles con leche, se pagaba con leche, se premiaba con leche…
Ante tal invasión monocroma, las tiendas del tafetán protestaron pues vieron una agresión futura hacia la industria sedera que gozaba de un rico color. Las autoridades, temerosas de un nuevo socialismo, se unieron a las empresas lácteas y a la prensa se le encomendó limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua.
Los pudientes sociales que simpatizaban con el color blanco y recogían la prensa y la leche sin apenas rozar la pared, no tardaron en dolerse ante la nueva realidad que se gestaba entre los partidarios del color, más en sintonía con la belleza, según una minoría científica. A los amantes del color se les unieron los mezcladores del algodón y también pequeños gremios que vestían y desvestían según la prensa de moda. Un mundo variopinto iba tejiéndose en el hemisferio…
Se emprendieron grandes campañas para conmover a los no pudientes que se sentían a disgusto con la remuda del tafetán, como aquella que fue pionera e importada por otros países: la de blanquear las aguas de los ríos y lagos. A los geólogos, un grupo social muy cercano al idealismo de las autoridades, se le confió hallar la solución y estos, sabedores de la importancia de tal desafío, descendieron al núcleo interno y descubrieron en unas tablillas de arcilla la proporción exacta del color; tablilla que una extinta civilización ya había olvidado por antigua.
Ante tal crucial hallazgo, los científicos propusieron una mezcla de colores idónea pero siempre y cuando el blanco predominara sobre el color del grafito y entonces todas las capas sociales se unieron para encontrar el mismo fin: sintiéronse contentadas pues entre los pliegues de los vestidos del tafetán quedó el color amarillo oscuro que recordaba tierras más mestizas.