La sesión pirata organizada por el famoso disc jockey norteamericano Diplo en los acantilados de Cala d’Hort constituye un claro síntoma de que en Ibiza la industria del ocio sigue desbocada, cuesta abajo y sin frenos, a pesar de lo que nos quiere vender la parte ‘legal’ del sector. Cuando son otros quienes arman el lío enseguida apuntan con el dedo y empiezan con los aspavientos, mientras que si son sus asociados los que actúan con negligencia e irresponsabilidad, únicamente dan la callada por respuesta.
Lo de Diplo también es un ejemplo de la percepción de isla sin ley que tienen algunos foráneos que vienen a hacer negocio, a costa de pisotear lo que haga falta. Por esta razón, las instituciones deben imponer la sanción más alta posible que permita la legislación, para que, al menos, aquel que ose repetirlo, tenga claro lo que va a costarle la broma. Y no sólo se debería de actuar con diligencia desde el sector público.
Que un dj convoque a través de las redes sociales a cientos de personas, algunas probablemente en estado etílico y con un montón de drogas en el cuerpo, a bailar al borde de un acantilado en un paraje natural protegido, no sólo representa un atentado ecológico infumable, sino que significa poner en peligro a todos los asistentes.
Lo ha reconocido hasta la asociación Ocio de Ibiza, que engloba a la mayor parte de hoteles discoteca, beach clubs y salas de fiestas de la isla. Tras el desvarío de Dj Diplo, ésta declaró, a través de un comunicado, que exige a sus asociados “el máximo respeto a las normas de convivencia con la población residente” y que trabaja “en favor de la excelencia… Hechos como los acontecidos en Cala d’Hort son tremendamente dañinos para el sector del ocio en la isla”.
Dicho colectivo, asimismo, recordó que las fiestas ilegales son una “preocupante plaga” y exigió que “caiga el peso de la ley” sobre los responsables de la juerga organizada por Diplo. “Son hechos muy lamentables que sólo contribuyen a ensuciar la imagen del sector del ocio… En Ibiza no vale todo”, apostilló Ocio de Ibiza.
Palabras ciertas, pero de una entidad que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Que Ocio de Ibiza exija contundencia con los responsables, mientras ellos no hacen nada al respecto, cuando podrían, constituye una muestra insoportable de cinismo.
Cabe recordar que Dj Diplo protagoniza los carteles de al menos una de las discotecas asociadas a este colectivo y, de momento, no lo han echado. Siguen manteniéndolo en su programación como si tal cosa. ¿Acaso no aseguran que exigen a sus asociados “el máximo respeto a las normas de convivencia con la población residente”? Pues entonces den ejemplo y pónganlo de patitas en la calle. Mantenerlo, después de lo declarado, les deja en muy mal lugar.
No es el único caso. Recuerdo las furibundas críticas que vertía esta asociación a las fiestas ilegales –que, por cierto, se siguen produciendo a mansalva y hay vecinos que las soportan durante días sin interrupción–, en tiempos del coronavirus, cuando ellos estaban cerrados por decreto. Las rechazaban día sí y día también, pero nunca manifestaron que tomarían medidas en contra de los dj’s que las organizaban o participaban en ellas.
Cabe recordar también aquel episodio de 2015, cuando una discoteca se saltó al menos cuatro veces el horario de cierre, haciendo caso omiso a las reiteradas órdenes de la Policía Local. A pesar de ello y de otros muchos antecedentes, fue admitida sin problemas en Ocio de Ibiza, lo que, claramente, anuló cualquier atisbo de autoridad moral que les quedara para criticar los desmandes de otros, por despreciables que resulten.
Además, que Ocio de Ibiza se ponga estupendo en los mismos días en que una trabajadora de uno de sus establecimientos, situado en Sant Antoni, se precipitó desde una grúa de la que estaba colgada como adorno, pudiéndose haber matado, tiene enjundia. Ya hemos vivido episodios de seguridad gravísimos, como éste, o como cuando se precipitó a la piscina, a centímetros del público, parte de la pesada estructura decorativa de un hotel discoteca de Platja d’en Bossa, hace dos veranos. No abrió la cabeza a nadie de puro milagro. Inexplicablemente, dichos acontecimientos pasaron sin pena ni gloria y, al menos que haya trascendido, no generaron inspecciones contundentes de seguridad.
Que un establecimiento se permita colgar a bailarinas a muchos metros de altura para que acaben precipitándose al vacío es lamentable y vergonzoso, de la misma manera que tampoco debería de permitirse que se conviertan en multitudinarias salas de fiestas las terrazas de las piscinas de los hoteles, donde se mete a miles de personas no alojadas, o los chiringuitos de playa. Representa un exceso que la ley no ampara, salvo en sus límites más indefinidos porque nadie se preocupa de regular la cuestión con puntos y comas. Que en una isla que obligó a las discotecas de antaño a aislarse acústicamente, evitando la música al aire libre, se haya permitido durante más de una década lo que ocurre en hoteles discoteca y beach clubs, constituye una tomadura de pelo impresentable.
El ocio trae a muchos turistas, pero probablemente expulse a otros tantos que reniegan de Ibiza por esta atmósfera de desfase las 24 horas del día. Descubrimos la isla que tuvimos cuando las discotecas permanecieron cerradas y no sólo no se hundió, sino que la oferta complementaria trabajó más que nunca. Parte de esa saturación que reconocen las instituciones isleñas debería de solucionarse determinando, de una vez por todas, lo que puede y no puede hacerse en la isla. Y, desde luego, las playas, al igual que los acantilados, no deberían ejercer como salas de fiestas.
Querido Xescu, la parte «legal» del ocio en esta isla simplemente no existe. Así como tampoco aquello que podríamos llamar la parte «ética» y «coherente» con sus enunciados. Bellas palabras de su representante para amansar a las fieras y, básicamente, que nada cambie.
Lo que sí existe es una tremenda parte de «maquillaje» que llevan años trabajando. No pasará nada con el tal Diplo ni con los excesos de ninguno de sus locales protegidos, perdón, quería decir representados. Ahora vamos a ver cómo evoluciona el antiguo «Privilege». No hace falta ser un adivino…..lo lamento profundamente por Sant Rafel.
Excelente artículo Xescu, desgraciadamente los excesos no paran, y cada vez parece más complicado alcanzar un equilibrio que es absolutamente necesario para que podamos convivir residentes y visitantes.
Ya se fue todo de las manos, los políticos a la carta de los empresarios que dicen amar a la isla. Ahora una amnistía urbanística para los delincuentes medioambientales que siguen destrozando la isla para la gran burbuja inmobiliaria de los pisos y villas turísticas. Ya todo vale. P