@D.V./ Ya han llegado a mi pueblo. Se pasean medio en pelotas por la calle, van mamaos siempre, vomitan en las jardineras, alzan la voz y provocan vergüenza ajena. Son los herederos de una raza que ha creado cosas admirables. Sus bisabuelos y tatarabuelos conquistaron medio mundo, la India entera, Afganistán, África y las Malvinas. No lo hacían sólo para saquear los recursos naturales, sino también para calmar el nerviosismo natural de su gente. ¿Qué se les perdió en Rhodesia? ¿A santo de qué se metieron en un tinglado en Francia por Sudán, donde no había nada de nada? Sólo por orgullo, por extender lo que ellos entendían por civilización, por plantar su bandera en el culo del mundo.
Son vulgares, no conocen la vergüenza ni tienen sentido del ridículo, les gusta disfrazarse, las chicas terminan las noches con los zapatos en las manos, fornican de mala manera en los portales -de mala manera porque con esas tajadas es imposible hacer nada bien- y provocan una violentísima incomodidad. En contrapartida, tienen una cultura musical extraordinaria, cualquiera de estos gañanes sabe tanto de música como Diego A. Manrique, y todo lo que hagan se convierte en tendencia.
Ellos han creado iconos, movimientos, modas, tendencias y corrientes que han conformado la civilización moderna. Ellos son el hooliganismo, y los Beatles, y el punk, y la minifalda, y el house, y las raves, y el brit-pop, y teleseries maravillosas, y una forma de ver el mundo inconfundible e insobornable. Ellos sintieron en los años ochenta lo mismo que nosotros sentimos ahora: la frustración infinita que vivir sometidos a un gobierno que nos odia. Su rabia tiene más solera que la nuestra, y antes de malvivir en barrios suburbiales su clase obrera creó el sindicalismo moderno y ganó con su lucha y su organización el Estado del Bienestar. Brindo por ellos.