En este artículo trato de reflexionar sobre como cada vez más, parece desarrollarse una absoluta importancia de la dimensión de la imagen, en todos sus sentidos, en nuestra experiencia y en nuestra vida, y como esto, a mi entender, muchas veces nos deja en la superficie de las cosas (de las experiencias, de las maneras de pensar, de las relaciones…) quedando vacíos e insatisfechos cuando nos damos cuenta que tras esas imágenes tan seductoras no está la satisfacción que habíamos esperado.
Fenómenos como la compulsión a que el propio cuerpo tenga unas determinadas medidas o tamaño, la corrección de lo que son supuestos defectos (a veces con tremendos procedimientos quirúrgicos), nos hablan de un anhelo de las personas de dirigirse hacia lo que se considera lo deseable o incluso lo ideal, muy basado en imágenes. Tras unos primeros momentos de deslumbramiento nos sentimos igual de vacíos que estábamos antes. La importancia de nuestro aspecto, de lo que consideramos nuestro atractivo visual, a veces nos impide pensar que hay otros muchos modos de gustarse a uno mismo y a los demás, considerando incluso que a menudo atraemos por cosas que jamás habíamos imaginado, pero que para alguien, en algún momento pueden resultar capitales: tal vez alguien quede muy positivamente impactado por nuestra manera de hablar, cuando nunca habíamos reparado en ello, pero a esa persona en concreto le puede encantar por recordarle algo o a alguien de su propia historia.
También es importante valorar que la cuestión de como nos vemos y valoramos, más que una dimensión muy sólida y fija, tiene mucho que ver con como estamos en ese momento por dentro y como nos sentimos; así que casi mejor asentar esos aspectos interiores para, como consecuencia, vernos bien, que empezar la casa por el tejado y tratar de modificar nuestra imagen constantemente. Generalmente esta propensión hacia las imágenes ideales niega las verdades difíciles de la vida: el envejecimiento, el progresivo deterioro y la certidumbre de la muerte son realidades que están ahí, inevitables, pero que se prefiere no tener en cuenta, centrando las mirada en imágenes ideales que nos devuelven el reflejo de algo que nos tranquiliza y nos evita pensar demasiado.
En mi opinión esto se conecta con la tendencia a estar cada vez más conectados y absorbidos con pasatiempos muy visuales, diferentes pantallas que captan de manera muy seductora nuestra atención, pero que nos embelesan y van nublando otras capacidades, hábitos, posibilidades, donde las personas podrían tener un papel más activo que el de meros espectadores de fuegos de artificio visuales. Actividades como leer, escribir, pensar… tienen un efecto distinto en la mente de las personas que el alienante sucederse de imágenes y sonidos tras una pantalla. Socialmente también tenemos modelos, que se parecen mucho a imágenes ideales: hoy día la imagen que encaja es la de una persona joven, triunfadora (económicamente), que no se priva de nada y que deposita la ilusión en el consumo y sus objetos, sin poder encontrar otras referencias o brújulas sociales que le permitan anclarse de una manera más sólida en el mundo que nos rodea.
El problema de situar la pretendida satisfacción total en el consumo en los objetos del mercado (cada vez tecnológicamente más deslumbrantes) es que negamos la realidad de que una satisfacción total y permanente es imposible, por lo siempre necesitaremos más y más objetos nuevos en una espiral consumista sin fin. Respecto de las relaciones, existe también la tendencia a que estas se basen mucho en lo visual, en la imagen, en lo aparente, más que en lo nuclear de las personas. Para poder establecer una relación que nutra a las personas que participan en ella es necesario un tiempo importante de conocimiento mutuo, tanteo, experimentación, tras el igual se podrán establecer compromisos en los que uno pone en juego cosas más esenciales de uno mismo, las propias vulnerabilidades…
Actualmente, no es extraño que no se de ese tiempo para la consolidación y que las relaciones caduquen antes de haber empezado, una vez que el deslumbramiento emocional de los primeros tiempos, que en este caso podríamos comparar a una imagen, deje paso lógicamente a otras etapas donde no hay esa exaltación.
Joan Escandell Salvador (psicólogo).