Por Joan Escandell (Psicólogo)
Desde mi experiencia personal y desde mi perspectiva profesional, la angustia es siempre algo más que una molestia, que un síntoma o que un padecimiento simplemente a extirpar, a aplastar.
Primero, porque difícilmente es viable desprenderse “tal cual” de la angustia, dado que esta está siempre intrincada y anudada a aspectos esenciales de nuestro ser y de nuestra identidad, por lo que un manejo que simplemente la haga desaparecer, sin un recorrido por su mensaje, su sentido y su función en el psiquismo de una persona, por muy tranquilizador y eficaz que en un primer momento resulte, generalmente no evitará que tarde o temprano nos la volvamos a encontrar, quizás con un aspecto más o feroz o difícil.
Nuestra tendencia humana es no querer hacer este trabajo, resistirnos a este recorrido de ir descifrando lo que en la angustia hay implicado de nosotros mismos, de nuestros aspectos más personales, de nuestros recuerdos reprimidos: cuántas veces nos resulta extremadamente tranquilizante empujar un conflicto haca lo más hondo de nuestra mente, no abordarlo, para no saber nada de el, e incluso, más o menos ilusamente creer que pueda estar resuelto… Pero, claro, siempre vuelve de alguna manera, siempre volvemos a encontrar de alguna manera ese material radioactivo del que pretendemos deshacernos con todas nuestra fuerzas.
Otro recorrido es posible, quedándonos el tiempo suficiente con nuestro malestar, con nuestra angustia, e iniciando el recorrido personal por nuestra historia, acompañados por un profesional adecuado, podemos ir leyendo los determinantes del malestar que nos aqueja, para que pueda ir pasando a ser otra cosa. Es cierto que puede ser doloroso y tomar su tiempo, y estos son aspectos que no parecen conjugar con el signo de nuestros tiempos.
El resultado, el saldo de saber de ese recorrido, jamás será una vida sin angustia, dado que ese imposible sería lo más cercano a estar muerto en vida, -clausurarse en vida para no correr el riesgo de vivir- pero si tal vez algo que tenga que ver con poder aprovechar lo más vivo de la vida, establecer una relación diferente con la angustia para usarla como despertador, como brújula que nos avisa del rumbo que debemos ir tomando de acuerdo a como somos.
Hay que aprovechar la angustia para despertar, aunque ese despertar a menudo no es fácil y puede requerir de ayuda.