@Pablo Sierra del Sol / El extranjero es más o menos inmigrante según el dinero que lleve en el bolsillo. Medir al forastero por el volumen de su cuenta corriente resulta tan hiriente como hacerlo por el color de su piel, pero Ibiza, que no ha dejado de recibir foráneos en las últimas seis décadas, es una isla perfecta para comprobar cómo funcionan estos mecanismos racistas.
En los años sesenta, setenta y ochenta, el boom del turismo atrajo a la isla a miles de peninsulares que cambiaron el campo por el hotel y la obra. Eran, sobre todo, andaluces que huían de los míseros jornales con los que se sobrevivía en los latifundios del sur durante la España de posguerra. Lejos de su tierra siguieron trabajando más horas que un reloj, pero sus salarios mejoraron y, por tanto, sus condiciones de vida también lo hicieron.
La integración de estos inmigrantes (casi nadie duda en calificarlos así, ni siquiera los que somos hijos de peninsulares) no ha sido sencilla. El término mursianu (o piju), con connotaciones negativas (otros hace tiempo que aprendimos a usarlo como símbolo de orgullo), no ha desaparecido del todo del lenguaje de parte de los ibicencos que tienen su árbol genealógico bien arraigado en esta roca mediterránea. A las terceras (y cuartas) generaciones de forasters, donde la mezcla insular y peninsular/extranjera empieza a ser más que anecdótica, puede que les toque enterrar la versión peyorativa del concepto, pero dudo que acaben con uno de los comportamientos que explican por qué los ibicencos nos sentimos cada vez más extraños en nuestra isla: la reverencia sin condiciones con la que se suele responder a las excentricidades de los millonarios que desembarcan en Ibiza con ganas de hacer de su capa un sayo. Doblando la chepa, muchos recuerdan en voz alta que quien tiene dinero no es un inmigrante, sino un extranjero al que hay que mimar y consentir.
Así, a estos millonarios se les ha permitido edificar sus mansiones en zonas de costa donde no era sensato construir. El municipio de Sant Josep de sa Talaïa es el paradigma de estos despropósitos urbanísticos. Por el litoral sur de la isla hay esparcido un buen número de casoplones que forman auténticas urbanizaciones junto a Porroig, Cala Jondal o es Cubells. La última ocurrencia ha sido llenar de concertinas (las cuchillas que dan la bienvenida a Europa a los subsaharianos que intentan entrar en Ceuta y Melilla) una valla levantada en una zona de dominio público. Sus promotores dicen que quieren defenderse de posibles robos, pero no se dan cuenta de que ellos son los primeros piratas. Hace tiempo que a la mayoría de ibicencos y visitantes nos robaron la costa, privatizada de forma ilegal para el disfrute de unos pocos.
También algunos peninsulares nos tachaban y todavía ahora se hace de «payeses» de forma muy peyorativa… De todas formas y bromas aparte, yo creo que hay dos tipos de personas: las personas trabajadoras ,que se integran en un sitio y actúan de buena fe y las que no. Como en todo, hay de todo ( bueno y malo).