Un mes y medio. En sólo un mes y medio dos barcos han tenido tiempo de cortar el cable que surte de internet a Formentera como quien parte de una dentellada una tira de regaliz. Un cable que no se crean que está hecho de de algo tan dulce, sino que cuenta con lo que se denomina una cobertura ‘anti fish’, una coraza que protege a la fibra óptica de tal manera que el mordisco de un tiburón feroz no le serviría al escualo más que para quitarse de entre los dientes un trocito de mero que se le hubiera quedado enganchado.
Pero pobres tiburones, no ahondemos en su mala fama que por el momento ellos no han roto ni un plato ni un cable. Quienes si lo han hecho son dos barcos de recreo, dos yates de gran eslora, ya que sólo las embarcaciones de grandes dimensiones cuentan con un ancla a motor con la suficiente fuerza como para seccionar este cable. Que en la carta de navegación aparece indicado el trazado submarino de la fibra óptica, pues tú haces como que no lo ves, igual que con la posidonia, echas aquí el ancla y a disfrutar, que la vida son dos días. Total, después vendrá Telefónica, pondrá un empalme y aquí paz y después gloria, o aquí apagón y después iluminación.
Eso sí. Se corta el suministro de internet y móviles de Formentera y, como es normal, se lía parda. ¡BLUM! De un plumazo, los móviles no funcionan, los ordenadores se convierten en máquinas de escribir, los cajeros no dan ni suelto, las tarjetas de crédito son meros trocitos de plástico y los iPads sólo sirven como posavasos. El siglo XIX vuelve sin que nadie lo haya llamado y el Consell, la Pimeef… Hasta Telefónica, que casi nunca se pone al teléfono (qué oxímoron más grande), habla y actúa con una celeridad que nos deja patidifusos.
Novela basada en hechos reales
Imagínense que Telefónica pasa ha llamarse Posidónica. Que en lugar de cortar un cable de fibra óptica, un barco arranca de cuajo toda la pradera de posidonia que alfombra nuestro fondo marino. En cuestión de minutos el mar se oscurece y se enturbia, con ese tono aceitoso de las aguas revueltas que no dejan ver a pocos centímetros de la superficie. Los animales que viven en nuestro mar se mueren de inmediato y flotan panza arriba, como restos inflamados de un naufragio. Las aves marinas emigran a otros lares donde llenarse el buche. Y en medio de toda esta desolación se alzarían Ibiza y Formentera, cubiertas de gente que explicaría las bondades de un mar que murió pero que en otra vida fue espléndido.
Algunos me tacharán de tremendista. Otros, de amarillista, que viene a ser lo mismo pero en jerga profesional. Yo sólo diré que este escenario es posible y no sólo en una novela de ciencia ficción distópica: esto podría suceder si Cairn Energy sigue adelante en su propósito de horadar nuestros fondos marinos en busca de hidrocarburos. O hacemos algo rápido, muy rápido, o nos dará igual que los yates fondeen sobre cables, sobre posidonia o sobre una enorme tumba tapizada de petróleo.