A muchas personas les plantea muchos interrogantes, muchos cuestionamientos y dificultades poder acercarse a la idea y a la vivencia de que las cosas más significativas de la vida llegan de aquello que no controlamos, de lo desconocido, por lo tanto, sin poder calcular, controlar, anticiparse o usar un molde previo en el que encajar las cosas antes de que ocurran.
Necesitamos -unos más que otros- sentir que tenemos un cierto control sobre la vida, y sobre las cosas que ocurren y que nos irán aconteciendo, pero en mi opinión esto no es más que una sensación más bien ilusoria que no permite ir haciendo nuestra vida y adaptándonos con más o menos dificultades a los cambios y vicisitudes que son una constante en la vida, en todo caso ya veremos si queremos y como queremos «moldear» las cosas, una vez que las hayamos vivido, pero no antes de que ocurran.
En este sentido pienso en la necesidad de poder compaginar está sensación de vivir en un entorno más o menos estable y a la vez estar abierto a la evidencia de lo desconocido, a no saber que es lo que traerá la vida, que no podemos controlarlo, moldearlo a priori, sino más bien ir viviéndolo y transitándolo según va ocurriendo.
Me querría referir ahora a que hay personas, que en una búsqueda de una pretendida seguridad total (análoga al espacio materno que compartíamos cuando éramos muy pequeños) que pueda librar de todo mal , novedad dolorosa , angustia… quedan atascados psicológicamente en un tipo de vinculación consigo mismas, con las personas y con el mundo que se cierra totalmente al descubrimiento, al crecimiento y al encontrar un lugar propio en la vida.
El resultado de pretender encerrar la vida entre cuatro paredes, es que terminamos encerrados nosotros mismos, cerrados a la vida a cal y canto, en muchos casos, incapaces de poder ir más allá de determinados puntos de fijación (suelen ser muy infantiles), que impliquen ir más allá de una «mítica» (que no real) seguridad que nos protegía de todo mal.
El resultado de pretender encerrar la vida entre cuatro paredes, es que terminamos encerrados nosotros mismos, cerrados a la vida a cal y canto
A nivel de ejemplo, esta dinámica psicológica interna se muestra muy a menudo en aquellas personas que tienen más dificultades de lo normal (o directamente no pueden) desarrollar su propio proyecto vital, afirmarse como personas independientes y autosuficientes: hijos que permanecen mucho tiempo en casa, personas que no pueden desarrollar un proyecto propio sino que se funden en lo familiar, personas que quedan pegadas a modos de vida, relaciones, que en el fondo no les satisfacen, como ejemplo de los «moldes» que conocen y de los que no se atreven a salir, aunque
les impidan la libertad.
Otra de las características importantes de las personas a las que les cuesta poder estar abiertas, tanto a su mundo interior, como a la incontrolabilidad de lo externo, es que a menudo se opta por modelos, moldes rígidos de pensar, sentir, actuar y en definitiva vivir, pretendiendo que cuando más rígido y controlado este todo, menos sorpresas se pueden llevar. Evidentemente esta manera de hacer con la vida conduce a dificultades, malestar y sufrimiento, en tanto en cuanto no hay molde alguno para la vida.
El necesitar rigidificar la vida, moldearla antes incluso de que suceda, nos habla de la dificultad de la persona en poder vivir con las incógnitas que la vida trae de serie, y de paso nos acerca a una vida que casi tiene que ver más con la muerte: que nada cambie, que todo se mantenga igual…
Averiguar en cada caso porque una persona plantea consciente e inconscientemente su vida de esta manera forma parte de un recorrido terapéutico, distinto para cada personas en el que también estamos sujetos a lo inesperado, y en lo que no podemos adoptar un molde rígido para cada persona que consulta, sino ir dibujando un itinerario y un recorrido absolutamente personal y no escrito antes de que ocurra.
Muchas gracias y nos vemos en el blog:
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Joan Escandell Salvador