Quisiera iniciar esta tercera entrega en la que me vengo refiriendo al síntoma psicológico por antonomasia: la angustia, que además designa en sus diferentes formas un malestar epidémico en nuestro tiempo.
En mi opinión, es especialmente importante que la persona que sufre y pide ayuda por que tiene angustia haga un recorrido muy particular.
Ese particular recorrido, nada tiene que ver con sepultar, medicar, y tratar de alguna manera de esconder debajo de la alfombra o de deshacerse de esta angustia mediante procedimientos químicos u otros manejos, que en el fondo no resuelven aquello por lo cual la persona sufre: no van a las causas.
Este recorrido tiene que ver con que es necesario poder preguntar, abrir, cuestionar, desenvolver, investigar… que cuestiones personales están intrincadas con esta angustia. La angustia se hace presente porque existe una especie de nudo dentro de la persona, de diferentes hilos de su biografía, relaciones, vivencias, sentimientos que de alguna manera se han ido tejiendo en diferentes momentos de su historia (a veces están tejidos de una manera intrincada y compleja), y que necesitan de este proceso terapéutico para poder desanudarse.
Este recorrido va a permitir a la persona cambiar las coordenadas de esta angustia en orden de poder descubrir otras cosas distintas.
Es importante interrogar todo este malestar y angustia, aunque pensar en ello pueda implicar incomodidad y cierta dosis de sufrimiento: se trata precisamente de los efectos de estar en tratamiento. A veces, es necesario descubrir heridas ocultas, lo cual es doloroso para la persona, pero fundamental para que se vayan curando adecuadamente, en aras de que no molesten en el futuro.
Necesitamos de la angustia como guía y como brújula para ir acercándonos y desenredando ese nudo, por lo que, en mi opinión, los procedimientos que desde el primer momento pretendan eliminarla sin más, aunque lo hagan con mucha eficacia, no nos garantizan en absoluto que la persona haya podido realizar el recorrido que implica que esa angustia no vaya a volver a aparecer de la misma o de otra manera: ¿Hay algún aprendizaje sobre uno mismo en el hecho de tomarse una pastilla?
En un extremo tenemos esa angustia que nos mortifica e incluso nos paraliza, y en otro tenemos un aprendizaje sobre las causas de esa angustia y sobre nosotros mismos; hacer ese recorrido (absolutamente particular y diferente para cada uno) es el alma del tratamiento, en definitiva, un profundizar en nosotros mismos mucho más allá de lo habitual
El alivio irá llegando por la propia naturaleza del proceso que se va realizando, en el cual, la persona cada vez más va a ir tomando un rol más activo (muy distinto de tragarse una pastilla y excluir toda la subjetividad propia). Ello no quiere decir que no aparezcan momentos de dificultad, temas complejos… que deberán ir siendo planteados a medida que transcurre el proceso.
Cada persona irá inscribiendo sus tiempos en el proceso, es por ello que fijar dicho tiempo de antemano me parece algo que no tiene en cuenta la particularidad de cada uno y puede obstaculizar el proceso necesario: no podemos saber a priori si el proceso va a ser rápido o más lento: será el que cada uno necesite.
Es por ello que cuando estamos hablando de malestares que llevan acompañando mucho tiempo a la persona, y probablemente esta esté «harta» de tratar de ser positiva, asertiva, moderna, feliz… -y otras etiquetas que el discurso social pretende hacernos obligatorias- me parece difícil que se pueda elaborar ese malestar con unas pocas sesiones y con consejos que vienen del orden de lo racional o el sentido común.
Puede que tras largo tiempo de sufrimiento algo resuene ya en la persona respecto que lo que le ocurre no responde solo a lo consciente y al pensamiento -sino ya lo habría resuelto por ella misma-. Es necesario investigar en aquello que no es tan consciente, o que lleva mucho tiempo enterrado, relegado, suprimido, para poder ir dando con hilos importantes.
El resultado de este proceso es salir caminado de la propia cárcel, sabiendo que ha sido uno mismo quien ha abierto la puerta, después de atravesar las propias contradicciones, lo cual otorga un conocimiento de uno mismo muy especial, un sentirse con uno mismo diferente y otra perspectiva de la vida y de los otros.