Cuando vemos la fuerza de la naturaleza en todo su apogeo es entonces cuando tomamos conciencia de lo poca cosa que somos. La DANA que estos días azota las Baleares nos ofrece una lección de humildad. El ser humano, que todo lo puede, que todo lo domina, que todo lo somete a su voluntad, a menudo caprichosa, puesto delante de los fenómenos naturales más poderosos y destructivos, no es nada. A lo sumo, podemos prever lo que va a suceder y tampoco con exactitud de relojero suizo, no se vayan a creer. Eso hace que muchos critiquen las imprecisiones de los meteorólogos, como si estuviese a su alcance determinar el punto concreto en el que va a descargar la nube; si lo hará justo aquí o si lo hará un poco más allá, donde solo hay mar y no causará ningún daño.
En medio de todo el desastre, decenas de patrones con sus embarcaciones de recreo, que en lugar de atender a los avisos, optaron por seguir fondeados allí donde les pareció, sin buscar refugio en un puerto cercano. Casi todos se fueron contra las rocas al poco de arreciar el temporal. Y suerte que no hay que lamentar daños personales, que será de puro milagro. Tan milagroso como el pescador de Formentera que fue dado por desaparecido y lo encontraron al poco, sano y salvo. Alabado sea Dios.
Si por alguien tengo devoción, lo confieso, es por aquellos trabajadores privados y empleados públicos que arriesgan su vida en circunstancias de grave peligro, arriesgando su propia vida, para salvar la de otros. En teoría, todas las vidas valen lo mismo, nadie discutirá eso; pero los rescatadores, sanitarios, bomberos, policías, guardias civiles, etc. no dudan en comprometer su integridad física, si las circunstancias lo exigen, para poner a resguardo la vida de otros. No preguntan de dónde son, ni su nacionalidad, ni su credo. Cumplen con su deber y hacen aquello para lo que han sido entrenados y la Administración les paga, a menudo mucho menos de lo que merecen. ¿No es admirable?
He conocido a mucha gente así y, créanme, son lo mejor de la sociedad. Y nunca lo reconocemos lo suficiente. Pero para evitar desgracias, propias y ajenas, en días como ayer y hoy, lo mejor es seguir los consejos de las autoridades y no moverse de casa, si uno puede evitar hacerlo. Quien evita el riesgo, evita el peligro.
Joan Miquel Perpinyà