Una de las bromas más pesadas que pueden gastarse hoy en día es encontrarte con algún miembro o simpatizante del PP tomando algo en un bar y preguntarle si le invita Luis Bárcenas, el nombre más citado estas últimas semanas en todos los foros, junto con el de Iñaki Urdangarín. No tiene cara el ex tesorero del partido conservador de pagarse muchas rondas, porque a él también ha debido de afectarle la crisis económica que nos tiene a todos estrangulados de talle de tanto apretarnos el cinturón. Ir al cajero automático a consultar tu saldo y comprobar que sólo te quedan veintidós millones de euros en la cuenta tiene que ser un duro golpe para alguien tan aficionado a escalar por todas las cumbres, es decir, a trepar. La bromita en cuestión no les hace mucha gracia a sus hasta ahora compañeros de formación política, y no me extraña. La mayoría de gente del PP que conozco es honrada a carta cabal, que sí suele invitarte al café de la mañana o a la cerveza del mediodía. Lo mismo puedo decir de la gente de la izquierda, así que no me vale la explicación de que todos los políticos son iguales. Los hay más iguales que otros y su identidad no tiene un único color definido. Tiene que ser indignante, en el caso de que seas un político honrado, que te identifiquen con un delincuente, aunque sea con un delincuente de guante tan blanco como el de Luis Bárcenas. Efectos de la nieve de Vancouver seguramente.
Otro que tampoco tiene pinta de pagarse muchas rondas es el Urdangarín. El infante consorte no parece practicar esa costumbre tan vasca, lugar del que es oriundo, de pagar unas rondas incluso al que acaba de incorporarse a la tertulia. En Eivissa, me contaba la encargada de un bar, también se está dejando de practicar esta sana costumbre de invitar y el cliente pide la cuenta justo cuando se le sirve su consumición para no verse en la obligación de abonar el precio de la de todos. El exbalonmanista se ha movido hasta ahora entre unas élites en las que los gorristas no se conforman con menos que unos sobres repletos de mardito parné. Castigo de Dios por su excesiva codicia y habilidad trepadora la obligación de pagarles unas rondas a sus compañeros en la cantina de la prisión. Que viva la democracia carcelera. En algún municipio ibicenco también se vivió durante una época la costumbre del sobre, pero no puedo certificarlo porque nunca vi ninguno. Cuando llegaba el hombre del maletín se hacía salir a la prensa.
Aunque también es posible que los reos comunes no quieran tratos con el infante em-pal-mado por si acaso su dinero es contaminante. Incluso entre rejas hay jerarquías de delincuentes, y la aristocracia no la forma precisamente la nobleza, sino los más ruines de los ladrones y los asesinos. Urdangarín, eso sí hay que reconocérselo, se mueve por las dependencias judiciales con la misma elegancia de gentleman con que se paseaba por los jardines reales. A lo que sí es posible que se haga acreedor el casi ex duque, condena añadida a la que le imponga el juez Castro, es a Mister Trena y a tener que pagar con otro tipo de rondas su integridad física. Suponiendo, por supuesto, que al mister se le dé la oportunidad de hacer vida social durante su estancia en prisión, que deseo que sea larga en el caso de que se derrumbe la presunción de su inocencia. Por cierto, ¿quién paga esta ronda?