@Susana Prosper/ Hace años fui a Roma y me encantó. Me enamoré de esa ciudad. Uno allí puede incluso sufrir el llamado Síndrome de Stendhal, esa especie de sofoco ante la sobredosis de arte. Stendhal creo que lo padeció en Florencia. Una cosa curiosa que sí me ocurrió allí, fue un tipo de ilusión óptica. Seguramente tiene un nombre, pero aunque lo he buscado por internet no he conseguido encontrarlo. Me ocurrió andando por Via de la Conziliacione hacia la Plaza de San Pedro del Vaticano. Las dimensiones de la Plaza son tan inmensas, las esculturas que la circunvalan son de un tamaño tal, que vas andado hacia allí y llegas a creer que ya estás dentro, que has llegado, cuando no es así en absoluto, aún queda calle por recorrer. Es muy extraño tener la sensación de estar y no estar al mismo tiempo. El cerebro, por perspectiva, da por hecho que eso tan grande no puede estar lejos. En nuestra vida normal, no estamos acostumbrados a según qué proporciones y la Plaza de San Pedro, sus columnas y sus esculturas tienen un tamaño que supera nuestra manera de entender el mundo.
Algo así me pasó el otro día al ir por primera vez al hospital que han inaugurado aquí en Ibiza, el nuevo hospital de Can Misses. Las proporciones son tales que me aturdían. Llegué casi a tener sofocos y desde luego no por el Síndrome de Stendhal. Desde que se inauguró, incluso mientras se construía, he ido siguiendo las noticias y las cartas al director que se iban publicando sobre el tema. He leído más críticas y denuncias que alabanzas o apoyos, por lo que ya iba yo un tanto prevenida, pero aún así me sorprendió.
Ese aparcamiento inmenso, en el que no aparca nadie porque es uno de los más caros de España. Sí, el solitario parking es de pago, de tan buen pago, que siempre está vacío.
Fui a acompañar a mi suegro a hacerse unas pruebas. El hombre es mayor, anda acompañado de su bastón y a un ritmo muy lento. Un paso mío son varios pasos de él. Para no tener que hacer al pobre hombre andar demasiado, dejé el coche en el aparcamiento del hospital. Ese aparcamiento inmenso, en el que no aparca nadie porque es uno de los más caros de España. Sí, el solitario parking es de pago, de tan buen pago, que siempre está vacío. Además de por lo caro, no se lo recomiendo a nadie que no esté muy ducho en las artes de arrancar el coche en cuesta. Llega a ser ésta un centímetro más empinada y nos damos la voltereta hacia atrás, mientras esperábamos a que se levantara la barrera de salida.
Aparqué allí, subimos unas escaleras larguísimas hasta la acera de la calle, anduvimos un tramo bien largo y por fin llegamos a la entrada del hospital. A la entrada de la entrada, porque faltaba mucho todavía para realmente estar dentro del edificio. Ahí es donde rememoré la Via Conciliazione. Andábamos y andábamos y la puerta de entrada seguía estando igual de lejos. Nos caía un sol de plano que no ayudaba en absoluto a que mi pobre suegro acelerara el paso. Me consolé pensando en que afortunadamente no llovía. No quiero ni pensar lo que será hacer ese trayecto con tormenta. La distancia desde la acera al edificio no tiene ni lógica ni fin.
Tampoco entendí nada de lo que nos esperaba dentro. Aquello es lo más parecido a una terminal de aeropuerto, pero a lo aeropuerto de Castellón, ese que nunca se usó. Aquí no hay nadie tampoco. Hay carteles con signos y letras: “G” “F”, cosas así. Mi suegro, cansado, me preguntaba “¿Entonces ahora hacia dónde hay que ir?” y yo contestaba, fingiendo seguridad y dominio de la situación “ Sí, mira, es por aquí”. Caminamos largos pasillos vacíos y anchos y altos y grises y acristalados. Deshicimos lo andado un par de veces. Me volví loca buscando un ascensor. Lo encontré después de descubrir una pequeña señal, escondida tras unas columnas, en la que aparecían unos monigotes metidos en un cuadradito y tras imaginar que aquel diminuto jeroglífico significaría “ascensor”, me aventuré a ir hacia allí. Subimos y tras otro pasillo, llegamos a una sala de espera enorme, sin nadie más que pacientes sentados. No vi médicos, ni enfermeras, ni auxiliares. Allí sólo había enfermos, pero… ¡Qué alegría volver a ver humanos! Me daban ganas de besarlos.
Nunca es agradable ir a un hospital, pero mucho menos ir a un hospital pensado para gente sana. Sí, la sensación que tuve es que está diseñado para gente sana, lista, espabilada, atlética, con pasta y viajada, porque hay que saber bastante de aeropuertos para manejarse allí.
En fin, que de verdad que les recomiendo ir a Roma en cuanto puedan y cuidar su salud con esmero para ir a Can Misses lo menos posible. Nunca es agradable ir a un hospital, pero mucho menos ir a un hospital pensado para gente sana. Sí, la sensación que tuve es que está diseñado para gente sana, lista, espabilada, atlética, con pasta y viajada, porque hay que saber bastante de aeropuertos para manejarse allí. Además, por lo que he leído, ni la comida es como debería ser, ni los trabajadores tienen la simpatía que les gustaría. Están tan quemados con todo lo que está pasando, que muchos acaban su jornada laboral llorando. No me extraña. Nosotros también salimos de allí con ganas de llorar pensando en que todavía nos quedaba un largo camino hasta llegar a la salida de la salida. ¡Qué despropósito!
¡¡Vaya!!
Lástima que faltase la crítica constructiva. No ha hecho más que recoger en un documento varias de las quejas formuladas en los medios de comunicación. Para posteriormente darle un aire novelesco, posiblemente elogiando con él sutilmente a Carlos Ruiz Zafón.
Podrías haber mencionado:
-Un ascensor junto a la entrada principal, y no junto a la calle. Porque el aparcamiento tiene ascensores, no sólo escaleras, y están junto a las mismas. Dicho de otra forma, mirando y observando todo tan atentamente, vistes tantos defectos que metida en tus propias elucubraciones obligaste a tu suegro a subir las escaleras. ¡Bravo!
-Puertas automáticas a la entrada de rehabilitación, esas que en ocasiones tendrán que abrir gente con muletas.
– Y un largo etcétera.
En mi opinión, has perdido la oportunidad de que publicasen una crítica constructiva, en lugar de un ensayo con una bibliografía extensa. Casualmente a las puertas de las elecciones.
Y no por ello estoy en desacuerdo contigo, nos merecemos un edificio funcional, y no estético. Y si me permites copiarte tu mejor pensamiento, “un hospital para gente enferma”.
Bueno, simplemente he contado lo que me ocurrió el otro día, no una recopilación de comentarios de otros. Por suerte, no me recorrí el hospital entero como para hacer una crítica detallada de todas las puertas automáticas o ascensores. Ni tampoco me veo en la obligación de tener que hacer una crítica constructiva de algo que considero un despropósito. Ya tendrán otros la oportunidad de hacerla, entre ellos usted. Seguramente el hospital tendrá muchas cosas buenas de las que ya iremos teniendo noticias. Por cierto, me habla usted de rehabilitación: no estuve allí, ni lo nombro en el artículo.
En cuanto a Ruiz Zafón, lo siento, justamente ha ido usted a nombrar a un escritor que detesto.
Por último, lo de las elecciones. Fui a Can Misses la semana pasada, de ahí que haya escrito esto ahora. No sé qué tiene que ver la política con mi anécdota ¿Sugiere usted que quizás debería haberlo escrito después de las votaciones? Si es así ¿por qué?
En cualquier caso no sabe lo que le agradezco que haya leído mi artículo y me haya escrito. De las críticas siempre se aprende. Justamente eso es lo que pensé al escribir esta columna.
Un muy cordial saludo.
Estoy de acuerdo contigo Susana, es incómodo de narices , mejor no ponerse enfermo
Lo mejor es cuidarse mucho y ahorrar para irse a Roma! 🙂
Muy buen artículo, me ha gustado mucho. Aún no he tenido que ir a «la terminal», ¡mira ya lo he bautizado!, y espero no tener que ir allí en mucho tiempo.
Gracias Alderaan. Salud! 🙂