Viendo con mi hijo y mi sobrino álbumes de fotos de la familia, me di cuenta de que no me interesa mucho verme a mí misma. Prefiero ver a los demás. Me vi de bebé, de niña, de adolescente, de madre, y sí, me reconozco, cómo no, pero me resulta más extraña mi imagen que la de mis padres, mi hijo, mi pareja o la de la gente que ha formado parte de mi vida. Dándole vueltas al tema de porqué me pasa esto, creo que he encontrado la respuesta. Se me ocurrió que quizás eso venga de que nosotros no nos vemos a nosotros mismos. Es decir, vemos nuestras manos, nuestras piernas, nuestros píes, pero si no es en un espejo no nos vemos. En cambio nos es muy familiar ver a las personas que siempre están, o han estado, con nosotros. Conozco mejor la cara y los gestos de la gente próxima a mí, que los míos propios. Nunca me he visto en el espejo con cara de “no me creo lo que me estás contando” o con cara de “te quiero con locura” o con cara de “Bueno! no sabes lo que me ha pasado hoy…” En fin, que nuestra cara la saben los demás mucho mejor que nosotros. Quizás por eso me reconozco poco en las fotos.
Cierto es que la fotogenia no es una de mis virtudes. De vez en cuando salgo bien, no lo voy a negar, pero el tanto por ciento de aciertos es muy pequeño. Cuando alguien, al verme en una foto en la que yo me veo espantosa, comenta “Pues en esta foto estás muy tú” me hunde en la miseria. ¿Muy yo? ¿Realmente soy así? ¿Así de fea? ¡Qué decepción! La verdad, es que yo los espejos los uso bien poco y además tengo una mueca, heredada de mi madre, que sale nada más mirarme en uno. Hago así como una semisonrisa frunciendo los labios; como si me los fuera a pintar con carmín y me hiciera gracia. Monísima. Pero claro, todo esto hace que la percepción que tengo de mí misma diste muchísimo de la que los demás tienen de mí. Sin esa mueca no me he visto jamás ¿Cómo me voy a reconocer en las fotos? Eso sí, los demás se lo pierden, porque estoy segura de que yo me veo más mona de lo que ellos me ven. En fin, que mi cara así a lo normal no sé cómo es. Con todo esto, llego a la conclusión de que vivo engañada por mí misma, pero, sin duda alguna, más feliz. Al final eso es lo que importa. ¡Qué manía tiene todo el mundo con que la realidad sea totalmente real!
Nunca me he visto en el espejo con cara de “no me creo lo que me estás contando” o con cara de “te quiero con locura” o con cara de “Bueno! no sabes lo que me ha pasado hoy…”
Pensaba también, viendo las fotos, que si hubiera álbumes de sentimientos seguramente me reconocería más. Hay sensaciones que no se olvidan nunca. A veces son grandes sensaciones, cosas que nos impactaron, pero muchas otras son sensaciones pequeñas, cosas que en un principio parecen no decir nada. Son escenas sin ninguna importancia aparente: una merienda de Cola-Cao y galletas María, o una tarde que llovía mientras hacías los deberes. Escenas que parecen no tener una historia, pero que con el tiempo van tomando solera y agradeces haberlas guardado tan intactas. Al final, esos momentos escogidos al azar dicen muchísimo de nuestra vida. Son auténticas fotografías.
Lo que está claro es que ver álbumes de fotos de familia no es algo que te deje indiferente. Es muy curioso esto de hacer un repaso por la vida vivida. Remueve, recoloca, descoloca y hasta hace que uno se plantee que quizás sea hora de mirarse más a menudo en el espejo y procurar evitar hacer muecas. En mi caso será duro y dudo que lo consiga, ya que pongo esa cara hasta si me veo reflejada en la olla express.
¡Pues no! no pienso dejar de hacerlo. Salgo mejor en los reflejos que en las fotos. Y si sólo se vive una vez, con la de cosas interesantes que hay por hacer, no tengo tiempo de ponerme a cambiar eso. Además, si vierais lo mona que a veces me veo…
#eivissadiuno
Ya te echaba de menos, yo también tengo de esas fotos que hablas , cuando las veo me pongo nostálgica, pero como tu dices estoy monisima.
Puri, perdona el retraso en mi contestación. No había visto tu comentario. Seguro que tú estás siempre ideal!