Llueve a cántaros. Muy fuerte, muy seguido. Está la mañana oscura. El tráfico en las rotondas de entrada a la ciudad es espeso y tiene grumos. En un cruce me sorprende ver a dos hombres pegándose, ahí, bajo la lluvia. Me asusta, me impacta. Me quedo con un sentimiento extraño, un sentimiento sucio. La agresividad no solo rompe narices o cejas, la agresividad rompe el equilibrio, el ritmo. Rompe muchas cosas.
Llego a mi destino y tengo que hacer tiempo durante una hora. Decido esperar en el coche. Podría entrar en la ciudad, pero aparcar va a ser imposible. Podría buscar alguna cafetería y tomar algo, pero no me apetece tomar nada. Además no llevo paraguas y eso complica aún más las cosas. Esperaré en el coche. La imagen de la pelea y esta mañana oscura me tienen descolocada. Realmente no tengo ganas de nada.
Los visillos hacen que el exterior parezca un dibujo a lápiz, algo así como un esbozo, un apunte. Veo lo que veía a través de aquellas ventanas, tanto tiempo atrás.
Llueve fuerte, muy fuerte. La lluvia golpea bruscamente los cristales y la chapa del coche. El ruido aquí dentro es casi insoportable. Las lunas empiezan a empañarse. Fuera, las gotas se rompen al impactar contra el cristal. Apenas veo el exterior. Está todo difuminado, borroso y gris. Me viene el recuerdo de mirar a través de un visillo. Ya casi nadie tiene visillos en las ventanas. En mi casa de niña había visillos y cortinas. Los visillos hacen que el exterior parezca un dibujo a lápiz, algo así como un esbozo, un apunte. Veo lo que veía a través de aquellas ventanas, tanto tiempo atrás. Veo la casa misteriosa de la esquina, con su jardín desordenado y oscuro. Allí las plantas crecían sin control y el sol no encontraba hueco para entrar. En ese jardín siempre parecía que iba a caer la noche de un momento a otro. Veo también la farola que tantas veces nos hacía de portería de fútbol y que un día se llenó de orugas. Tantas orugas que tuvieron que venir a fumigar. Un seiscientos, siempre aparcado en el mismo sitio. Las casitas de enfrente con sus jardines con flores y un balancín. Las aceras bajitas, donde nos sentábamos a comer pipas con la ilusión de rascar la bolsa para ver si había premio, pero siempre aparecía la palabra “Repita” y nos hacía reír.
Noto los pies entumecidos por la humedad y el frío. Aquí en el coche me siento a la intemperie. Pienso en mi casa, en la de ahora, en la de adulta. Imagino el fuego encendido, los perros dormidos alrededor del calor. Imagino al pequeño pluviómetro aguantando el chaparrón y orgulloso de poder mostrarme luego, cuántos litros han caído en mi ausencia. Hago un repaso mental por todas las ventanas para asegurarme de que las dejé bien cerradas. Imagino el caudal de agua entrando en el pozo. El pozo que nos guarda el agua. El agua que usaremos durante el año. El agua de casa.
Aquí en el coche me siento a la intemperie. Pienso en mi casa, en la de ahora, en la de adulta. Imagino el fuego encendido, los perros dormidos alrededor del calor.
La lluvia va amainando. Ahora llueve suave. Llueve lento y pequeño. Ahora suena a susurro, como a secreto dicho al oído. Ha caído una gota justo en una manchita del cristal. Fijo la vista ahí y espero a ver si cae otra en el mismo sitio. Cae alguna cerca, muy cerca, pero en ese sitio exacto no. ¿Cuántas probabilidades habrá de que otra gota vuelva a caer en ese mismo punto? ¿Cuántas gotas caen en una lluvia? ¿Cuántas lluvias habrán pasado por mi vida?
Miro el reloj y es la hora. ¿Ya? ¿Tan rápido? Noto haber vivido los sesenta minutos, segundo a segundo, gota a gota. Ahora me encuentro mejor que cuando llegué. Siento que he vuelto a coger el ritmo, el equilibrio. Hasta parece que el sol aprieta por detrás a las nubes para hacerse paso y salir.
Bajo las ventanillas y aspiro profundo. Huele a lluvia y a tierra mojada. Ese olor se llama geosmina. Es una bacteria. La tierra la usa para avisar de que hay agua. Los animales se guían por ese olor en los desiertos. Hay cactus que imitan el aroma para atraer insectos y polinizar así sus flores. Y nosotros los humanos, mientras tanto, nos pegamos. Nosotros los listos, los sapiens.
Me gusta mucho como escribes. Siempre te leo. Gracias.
Muchas gracias a ti por leerme y por tu comentario.
Como me divierten tus tus comentarios, eres unica
No sabes cuánto me gusta saber que siempre me lees.