Uno de estos días en que los clientes de toda la vida se acercaban al bar Flotante de Talamanca para agradecer tantos años de servicio a sus empleados y gestores, antes de que este mítico establecimiento se convierta en otra vacuidad fashion sin la menor conexión con Ibiza, su cultura y su gente, un amigo decidió llevar a un grupo de turistas a practicar snorkel a una cueva marina situada entre Cala Salada y el Cap Nunó.
Dicho cabo cierra la bahía de Portmany por el norte, aunque se halla muy lejos del centro de la ensenada y sus áreas más urbanizadas y con peores problemas de infraestructuras. Sin embargo, en cuanto mi amigo y sus clientes se echaron al agua, se encontraron con un mar turbio, pestilente y saturado de heces. Además de asco, sintió vergüenza porque había prometido llevar a sus clientes al paraíso y les condujo a un estercolero.
Muy probablemente, la fuente de aquella contaminación inesperada fuera el maná de mierda, de 21 días de duración, que se produjo por la rotura de una tubería en la red de saneamiento a su paso por Caló de s’Oli, que conduce las aguas fecales de toda la zona de Cala de Bou hacia la depuradora de Sant Antoni. Cuando la avería no se pudo arreglar, se inició una obra de urgencia para cambiar el tramo averiado, pero nada se hizo para minimizar el vertido, provocando una auténtica catástrofe ambiental. Tras escuchar las primeras críticas por el vertido, los responsables de la empresa pública Abaqua, que depende del Govern balear, lamentaron el uso del término “catástrofe”, como si tres semanas ininterrumpidas de fecales al mar fueran una cuestión de semántica y no un asunto maloliente y vergonzoso, además de un gravísimo atentado ecológico. Y como no soy abogado, no entraremos a valorar si lo ocurrido constituye además un delito ambiental.
Por parte de Abaqua, lo mínimo habría sido agachar las orejas y pedir disculpas por no haber sustituido la tubería a tiempo, cuando era un desastre anunciado. También añadieron que las analíticas realizadas indicaban que la presencia de “materia orgánica”, que es el eufemismo que ahora se emplea para evitar la palabra “mierda” (la semántica siempre presente), no superaba los niveles máximos permitidos. A los pocos días de abrir la boca al respecto, el Ayuntamiento cerró la Platja d’en Xinxó por alta contaminación de heces. Los análisis quincenales que por sistema se llevan a cabo durante todo el verano en las playas del municipio revelaron estos elevados índices. Abaqua, sin embargo, dijo que había hecho análisis pero jamás reveló dónde ni cuándo. Tuvo que ser el Ayuntamiento quien por casualidad detectara la presencia de fecales y por eso se cerró la playa. A saber cuántos cientos o miles de turistas y residentes han estado bañándose en agua contaminada sin que nadie les alertara del riesgo. No ha habido un brote de intoxicaciones de milagro.
Estos días hemos conocido también el Informe de Sostenibilidad de Ibiza Preservation, que más que sostenibilidad refleja degradación. En él se dice que el 52% del agua que se vierte al mar a través de los emisarios de las depuradoras sobrepasa los límites de contaminación por materias fecales que establece la legislación. ¡El 52%! Abaqua está contaminando el mar de forma reiterada y constante. Arrasamos la posidonia, contaminamos las playas y volamos por los aires nuestro único medio de vida. Todos los veranos vemos cómo se acaban cerrando playas por contaminación por fecales, cómo la transparencia de antaño ahora es ciénaga en multitud de orillas y de qué manera la peste ya forma parte de nuestro paisaje cotidiano en determinadas zonas de la isla. Que se lo digan, por ejemplo, a los clientes de los hoteles y restaurantes próximos al Torrent de sa Llavanera, los más vips de la isla, donde hay noches en que el hedor no se puede soportar.
Es evidente que Ibiza no puede seguir así. Hay planes e inversiones previstas para renovar y ampliar algunas de las infraestructuras sanitarias que funcionan peor. Sin embargo, la propia Abaqua reconoce que no son suficientes para que las aguas queden suficientemente depuradas, al menos dentro de los parámetros legales, cuando la isla está a tope de gente.
La planificación de las infraestructuras sanitarias es desastrosa hasta el extremo de que todo lo nuevo que se plantea, cuando entra en funcionamiento ya ha quedado obsoleto. En términos generales, no se cuida lo más mínimo el paisaje y el medio ambiente. Un ejemplo incomprensible: la salmorra que producen las desaladoras se vierte junto a la costa, destruyendo hectáreas y hectáreas de posidonia por los elevados índices de salinidad. ¿Por qué este material no se evacua mediante un emisario a profundidades donde no hay posidonia y no se genera este daño? Son cuestiones de perogrullo que los ciudadanos no entendemos y que nadie nos explica. Tal vez porque únicamente la desidia y la indolencia justifican la triste realidad que vivimos.
Hay países que son pioneros en el reciclaje del agua, que disponen de todo tipo de técnicas que aquí no empleamos. Nadie parece preocuparse en innovar y desarrollar soluciones alternativas. Únicamente ponemos parches y seguimos como en los años sesenta y setenta, destruyendo nuestro mayor vector de riqueza.
La realidad, sin embargo, es que por muchas depuradoras nuevas que construyamos nunca se dará abasto si Ibiza sigue creciendo sin medida, únicamente al ritmo impuesto por la oferta y la demanda. Ya no es cuestión de infraestructuras, sino de presión demográfica. No es que en Ibiza algún partido político con suficiente poder se plantee la posibilidad del decrecimiento, sino que ni siquiera se toman en consideración medidas serias, eficaces y contundentes para frenar el crecimiento. Estamos abocados a la progresiva degradación de la isla hasta que sus efectos sean tan visibles y categóricos que la gente deje de venir. Entonces nos lamentaremos y haremos grandes esfuerzos para tratar de recuperar lo perdido. Pero será tarde.
Mientras tanto, seguiremos recibiendo en las oficinas de turismo al viajero que aterrice y le entregaremos una gorra promocional, un mapa de la isla y unas coloridas pinzas para la nariz, todo ello metido en una bolsa ecológica muy mona, con el logo de Abaqua. Es la única solución efectiva, vista la indolencia e inutilidad de quienes gestionan el asunto. En Ibiza tendemos a escandalizarnos por asuntos menores y, en cambio, por esta dramática e interminable ola de contaminación casi nadie se lleva las manos a la cabeza.
Xescu Prats