¿Qué hace un lector como tú en un artículo como este? ¿Qué clase de aventura has venido a buscar? Hoy es el Día Mundial de la Poesía; los periódicos, suplementos y diarios digitales desempolvan sus poetas y los lectores de narrativa como tú, voraces marianaenriquecistas, ávidos rachelcusquistas de pro, maníacos de Labatut y muy señor mío rompen una lanza for the stanza y se acercan, con el escepticismo de un inspector de la ONU en Irak, a los artículos escritos por l@s poetas, seguros de poder confirmar que ciertamente no se estaban perdiendo nada y que la vida seguirá su camino, con prosa y sin pausa [versal], hasta que toque volver a renovar el carné antipoético el año que viene. Y qué envidia. Y qué maravilloso debe ser poder pasar olímpicamente del Olimpo de la poesía durante 364 días al año.
Yo estoy del otro lado: soy el poeta congelado en carbonita que sueña que es arqueólogo y aventurero. Soy el del libro en el fondo del bar que no acompaña pero ambienta; el último que cierra; el que celebra el cumpleaños de Cernuda y cuenta el chiste del dinosaurio poético llamado anadiplosis; el que se ríe con calambures; el que pierde las formas cuidando la forma; defensor del verso libre y de la cesura, todos los días, en silencio, sin saber por qué ni para quién. El poeta. ¿Cómo? ¿Un héroe? ¿Yo? No, por favor, en absoluto, como mucho aceptaría paladín de saldo al que le dieron tres tazas: la de la vida, la de la muerte, la del amor por las palabras y sus derivados. Siempre con poemas. Vilamatísticamente enfermo, pero no de literatura, sino de poesía, que es como la literatura, pero mejor. Vivo mis días poéticamente preparado, como un farmacéutico de guardia en un pueblo abandonado de la montaña. Llegará, llegará el día –lo sé– en el que el mundo requiera una buena dosis de poesía.
Pero ¿y si no llega? ¿Y si el mundo es así y no precisa en absoluto la presencia de la poesía? ¿Y si este día, el Día Mundial de la Poesía, existe para celebrar un fantasma? Si fuera así, si este día no fuera más que un Halloween desnatado –sin ni siquiera el aliciente feliz de gente disfrazada por la calle de vampiro sexy, bruja sexy, zombi sexy–, entonces, significaría que las personas que nos hemos dedicado por completo a la poesía hemos perdido el tiempo. Y muchos pensaréis que hemos perdido el tiempo. Y quizá ha sido así. Pero el caso es que llevamos tanto (¡tantísimo!) tiempo perdiéndolo, que ya no hay vuelta atrás: como los famosos que son famosos porque son famosos, la poesía existe en el mundo porque el mundo se tragó el cuento de la poesía (no pun intented).
No hay vuelta atrás. Créeme. Lo he intentado con mi propia vida: he experimentado con largos períodos de abstinencia poética, sin éxito. Por el bien de la humanidad, que aprovecha cada ocasión que se le presenta para reafirmar su odio hacia la poesía, yo he intentado vivir sin poesía, convencido de que lograrlo me proporcionaría la fórmula para librar al mundo del yugo de los poetas. Sabía que la poesía no me haría rico ni famoso, pero quizá liberar al mundo de la poesía sí. Después de todo, ¿cuánto pagarías tú por no tener que volver a escuchar nunca más un recital de poesía? Pues eso. Estaba claro que el dinero estaba ahí, en erradicar la poesía. Pero ay mísero de mí, hoy sé que no es posible. La poesía acudía a mí, una y otra vez, sin que yo pudiera rechazar su presencia: con cada alegría, con cada dolor, con cada nuevo nacimiento, con el pálpito improbable del amor más efímero, acudía y reclamaba un espacio en mis ojos, en mi corazón. Y yo no podía más que acogerla, sabiendo que quizá es mentira, sabiendo que quizá no existe, sabiendo, con toda seguridad, que no servía para nada, que nunca había servido para nada. No podía más que acogerla y custodiarla, protegerla y aprender su historia y preparar su futuro. Y todo para que tú no tengas que hacerlo, para que tú, dichoso, puedas seguir pasando de ella, para que puedas seguir disfrutando, como piedra dura, de tu vida sin poesía durante todos los días del año menos uno, hoy, este día, en el que artículos como este te recuerdan que existe la poesía, y existe una criatura sensitiva y fatal, siempre con poemas, que se llama poeta.