Resulta cuando menos paradójico dedicarte a impartir talleres contra la cosificación sexista en la publicidad, como es mi caso, y, al mismo tiempo, convertirte a sabiendas en un producto de Amazon que se ‘vende’ online.
Sucedió una tarde cuando abrí una aplicación de citas, subí un par de fotos, me definí por mis características y empecé a rechazar a gente por sus características, como cuando rechazas un bolso de Mango.es o un pantalón de ASOS.
Demasiado grande, demasiado pequeño, demasiados tatuajes, ¿capricornio?, uf, next! Sin darme casi cuenta me convertí en un consumidor de productos humanos y me sentí un poco semidiosa decidiendo si este ‘vivía’ y aquel ‘moría’. ¿A dónde van los Nope de Tinder? ¿Al mismo lugar a donde se van los globos que se sueltan de la mano de los niños en las ferias?
No me gustó nada la experiencia y el perfil se desvaneció aunque volví a probar más tarde con otro más ‘anónimo’. Borrado de nuevo.
Lo conté en Facebook. «Prefiero pasar el motocultor dos veces al día que castigarme a mí misma con esta batería de serial killers, analfabetos funcionales, pechos lobos, tatuajes carcelarios, frases motivacionales y cuentos chinos. Qué espanto«.
Uno me dijo por privado: ¿En Tinder tú? ¡Pero si no te pega nada! No sé muy bien qué quiso decirme con eso.
Muchos me habrán enviado a mí a ese purgatorio de globos perdidos y ‘Nopes’ de Tinder. Muchos habrán rechazado el producto ‘Laura. 46 años’ por cuarentona, por alta, por sagitaria, por tener el pelo corto, por usar frases con subordinadas, por tener pinta de ser demasiado seria y de ser suscriptora de Filmin. Todo cierto.
Puede que a ti te encante todo este rollo de las apps y que te haya funcionado. Pues perfecto, este artículo no habla de ti.
Estoy hablando de esas otras personas que, como yo, no se sienten bien en ese follón de conversaciones vacuas; personas que pasamos olímpicamente de citarnos con un tío que lo mismo ha subido fotos a su perfil de hace 15 años o acaba desapareciendo como un maestro del ghosting, que es como llaman los centennials a ser un maleducado. Salvo que sea un psicópata, hacerle ghosting a alguien le duele, que parece mentira que haya que decirlo.
Mi teoría es que si tienes más de 35 años es más que probable que no sepas manejarte bien en ese mundo. Que prefieras un ‘contigo no, bicho’ dicho a la cara en una pista de baile antes que mil conversaciones banales a través de una pantalla que se desvanecen en la nada más absoluta.
Mientras escribo esto, abro mi Facebook para alimentar mi TDA y aparece un anuncio de otra web de citas que no es Tinder (el algoritmo me espía).
No me lo puedo creer. Dice textualmente: helping single people since 1993. Es decir: Ayudando a la gente soltera desde 1993. Como si las solteras y solteros necesitásemos un ACNUR del calcetín desparejado, como si fuese una tara, una anomalía, una adicción al fentanilo y al crack, una mancha en el expediente de persona humana.
—Laura, día a día, poco a poco, paso a paso –me dirán en mi grupo de Solteros Anónimos mientras me dan palmaditas en la espalda y me ofrecen un café aguado en un vaso de plástico y un donut rancio.
Qué presión, de verdad, qué hartazgo con esto de tener pareja. Dejadnos vivir divinamente desparejados. Y, si hemos de perder nuestro tiempo, preferiremos que sea en un bar y con una cerveza, dejando que nuestros ojos descansen de pantallas y dejando que se entretengan viendo en directo al producte local d’Eivissa. Això sí!
Bueno, en realidad se trata de conocer gente, tener experiencias -incluyendo las sexuales, quien quiera…-. Nadie obliga a nadie a emparejarse ni a nada que no quiera.
Yo creo que Tinder es un muestrario de lo que hay en la vida, y en absoluto, según mi experiencia, escasean las personas menores de 35, al contrario, hay aplicaciones específicas para personas más allá de esa edad.
Es solo una manera más moderna de conocer gente.
Si uno no se sabe manejar ahí, lo más directo es darle la culpa a la aplicación o pensar: «Prefiero pasar el motocultor dos veces al día que castigarme a mí misma con esta batería de serial killers, analfabetos funcionales, pechos lobos, tatuajes carcelarios, frases motivacionales y cuentos chinos. Qué espanto«
Como decía Sartre: El infierno son los otros.