Si hubiese que definir el proceder del ecosistema político-turístico ibicenco en relación al ocio y la fiesta en una sola palabra, dudaría entre “ciego” o “cínico”. Obviamente hay excepciones a ambos lados y no son pocas, pero si nos atenemos a los discursos y a las medidas puestas en práctica en los últimos veinte años, solo podemos reafirmarnos en esta cuestión.
En el transcurso de la temporada, ahora que toca hacer balance, hemos tenido ocasión de leer editoriales, artículos de opinión, declaraciones de uno y otro lado, crónicas de cumbres entre empresarios y partidos políticos, y hasta virulentos ataques del sector hotelero hacia algún que otro concejal de gobierno supuestamente afín. Pero nadie, absolutamente nadie, ha cogido el toro por los cuernos y ha llamado a las cosas por su nombre.
Desde el sector hotelero, por ejemplo, se ha aludido reiteradamente a la ley de turismo de excesos como una cuestión que daña la imagen de los destinos donde se aplica y, de acuerdo con los políticos, se pretende resolver el asunto con la semántica, cambiando la palabra “excesos” por “responsable”. Como si la solución a borracheras, desmadre y caos aguardase en el diccionario.
Los hoteleros, al referirse a Sant Antoni, han aludido a la gravedad de las peleas multitudinarias, la venta de drogas, el consumo de gas de la risa y la falta de policías, como si todo esto fuera el germen del asunto, cuando no son más que efectos colaterales del auténtico problema. No hay un solo residente que no sepa cuál es el origen del conflicto, pero ni una sola vez se le ha puesto nombres y apellidos.
Citar a los contados hoteles que ejercen con descaro como discotecas diurnas, atronando al vecindario con su música y aglutinando a miles de personas cada jornada, que se ponen ciegas desde primera hora, cuando deberían de estar en la playa, en un restaurante o consumiendo en los comercios, parece ser tabú. Y luego, cuando echan el cierre, peleas y procesión de borrachos, mientras los niños aún andan por la calle comiendo helados.
“¿Somos caros? Sí. Pero es mejor ser caro que ofrecer un producto barato y que venga un turismo de excesos que nadie quiere”. Estas palabras las pronunció el gerente de la asociación Ocio de Ibiza, José Luis Benítez, unas semanas antes de los famosos closing de hoteles discoteca, beach clubs y las salas de fiestas tradicionales, un sector al que los medios de comunicación siguen llamando “ocio nocturno”, pese a que en buena parte ya es “diurno”. Una declaración como si el turismo de excesos les fuera ajeno a él y a los establecimientos que representa, que son alrededor de 40, incluidos los que generan los problemas que citábamos antes y que nadie nombra.
¿Acaso una parte sustancial de las intoxicaciones por drogas y alcohol que se atienden en Can Misses y otros centros sanitarios no las presentan clientes que proceden de sus locales? Obviamente, ellos no les ponen una pistola en la cabeza para que beban alcohol hasta reventar o se atiborren con otros productos, pero ya les digo yo que entre los clientes de los restaurantes que sirven bullit de peix o los de los puertos deportivos esto rara vez ocurre. El turismo de excesos de hoy es el que siempre ha habido en Ibiza, con la diferencia que ahora paga las consumiciones más caras y además hace fiesta de día, además de por la noche.
Los portavoces de Ocio de Ibiza, por cierto, han adoptado también la costumbre de decirnos que su sector “alarga la temporada” porque ahora el calendario de fiestas se extiende desde abril hasta octubre. Convendría subrayar que hace ya muchas décadas que la temporada turística va de Semana Santa (marzo o abril) a final de octubre, así que la única temporada que alargan es la suya, no la de todos.
Nos hacen ver también que, como venden 30.000 entradas de sus closing, éstos atraen esa misma cantidad de turistas a la isla. Es como si los promotores de los espectáculos musicales de Nueva York presumieran de llevar a la gran manzana a todos los turistas que visitan sus teatros. La industria de la fiesta mueve a miles de personas y, por tanto, no hay necesidad de hinchar permanentemente las cifras e insistir en este mantra cansino de que, sin el ocio, Ibiza no sería nada. Si alguien tiene dudas al respecto, que recuerde lo que ocurrió la temporada de la pandemia, cuando este sector permaneció cerrado.
Por mucho que se intente silenciar, incluso con difamaciones, manipulaciones y falsedades, a quienes discrepan de esa necesidad imperativa de que el sector del ocio sea considerado el principal sostén de la economía ibicenca, así como de la supuesta legalidad de la actividad musical de todos y cada uno de los establecimientos integrados en este colectivo (hay hasta un hotel rural), siempre surgirá quien subraye sus abusos y haga memoria del pasado.
El turismo de excesos hoy ya es un problema insular y no se solucionará hasta que el ocio diurno se corte de raíz, tal y como se hizo en su día con los after hours, evitando el círculo vicioso de fiesta las 24 horas, y se limite la actividad del nocturno a las ordenanzas, en cuanto a decibelios, aforos, iluminación, horarios, etcétera. Ocio tiene que haber porque es un complemento imprescindible y un atractivo incontestable, pero no puede ser omnipresente.
¿¿¿¿¿¿¿¿¿Cuándo se gobernara para y por los ciudadanos?????????
Nos harán desear otra pandemia.
Gracias por el artículo. A ver si te oye algún responsable.
Suscribeixo fil per randa totes les opinions sobre el tema. Però afeigiria una causa sobre la qual també t´has manifestat sovint: la quantitat. Aquest any, segons dades oficials, s´ha incrementat el nombre de turistes en més de un 8% respecte l´any passat. Creixement desbocat continu.
Ocio de Ibiza s’atribueix el “mèrit” d’atreure ingents quantitats de turisme. No parlaré de la qualitat del turisme d’oci nocturn (i diurn) que suposadament ve captivat per la permisivitat que disfruta a ca nostra.Només vull plantejar algunes qüestions:
1. Quants turistes que anys enrera venien a Eivissa portats per la bellesa i tranquil.litat d’Eivissa han deixat de venir pel caos en què s’ha convertit l’illa?
2. Quin preu pagam els eivissencs en qualitat de vida, sense cap compensació?
3. Quants de morts i accidents hem de suportar per què uns senyors omplin les seues butxaques sense cap mirament cap a la població estable?
Podríem seguir.