Nadie duda de la buena voluntad de los responsables del Isleño. Son gente de fútbol que ama este deporte y que quita horas y dinero a su familia y cartera para sacar adelante el club y un equipo de Trecera División que les debe estar costando hasta la salud. No obstante, y por este mismo motivo, porque son personas con una larga trayectoria dentro del fútbol pitiuso, se les debe recriminar la forma en la que han actuado en el despido de su entrenador. Han ido con el paso cambiado desde el primer momento. No han sabido adelantarse a la jugada y se han visto superados por los acontecimientos. Con los problemas económicos que tiene el Isleño, sus gestores tendrían que haber evaluado de antemano las consecuencias que podía acarrear la destitución de su entrenador para tomar una decisión sesuda y, sobre todo, consensuada. Por sentido común, tendrían que haber llegado a un acuerdo con el entrenador antes de tirarse a la piscina y mirar luego si estaba llena o vacía.
Mas cuando desde el club se vende esta acción como una forma de abaratar gastos y el resultado, luego, es justamente el contrario. Tiene un serio problema el Isleño, al margen del económico, y es que no reflexiona antes de actuar y por tanto no prevé las consecuencias de sus decisiones. Y por muy buena fe a la que apelen sus directivos, si no miden al milímetro cada movimiento acabarán abocando al club a la ruina absoluta. Para andar deprisa hay que pensar despacio.